Globalizacion y guerra

Susan George, 25/08/2008,
Znet

La globalización, liderada por las grandes corporaciones e impulsada por los recursos financieros ha conseguido, con éxito, transferir la riqueza del trabajo al capital. Ello ha ocasionado desigualdad y exclusión a gran escala, que, combinadas con la presión que sufren los recursos de agua y medioambientales, posiblemente avivará nuevos conflictos.

Para empezar quiero agradecer a IPPNW (siglas en inglés de Médicos Internacionales para la Prevención de una Guerra Nuclear) su invitación para hablar en su XVIII Congreso Mundial. Es un gran honor y les estoy muy agradecida ya que soy una admiradora de su trabajo desde hace muchos años. Especialmente, me gustaría dar las gracias a los doctores Arun Mitra y Christoph Kraemer que han sufrido bastantes dificultades por mi culpa.

El tema sobre el que me habéis pedido que hable, "Globalización y Guerra", es bastante amplio y será mejor que comencemos definiendo los términos para que todos hablemos de lo mismo. "Globalización" es una palabra de la que se abusa bastante, al igual que "desarrollo", y no significan mucho a no ser que vayan acompañadas de un par de adjetivos y de alguna explicación. Mis adjetivos y explicaciones serían los siguientes: "neoliberal", "liderada por las corporaciones", "impulsada por los recursos financieros", o cualquier otra cosa que evoque la fase actual en la que se encuentra el mundo del capitalismo -la clase de capitalismo que otros han denominado como, turbo- o super- o hiper-capitalismo.

La globalización está "liderada por las corporaciones", es el sistema que permite a las empresas transnacionales y financieras invertir lo que ellas quieran donde ellas quieran; producir lo que quieran; comprar y vender lo que quieran, en cualquier lugar y con las mínimas restricciones posibles de las leyes laborales, convenciones sociales y regulaciones medioambientales. Esta definición no es mía, es la de un eminente hombre de negocios europeo. La globalización también está impulsada por los recursos financieros: solamente tenemos que fijarnos en el gran lío en el que se encuentran los mercados financieros actuales y veremos cuanta libertad han tenido para operar.

Los funcionarios gubernamentales que supuestamente deberían regular estos mercados ya no tienen ni idea de lo que está sucediendo. Recordemos también el eslogan que Klaus Schwab plasmó este año en los fastos de Davos: " El poder de la innovación colectiva". Bueno, las entidades financieras desde luego que han estado innovando como locas y ahora, después de haber recogido enormes beneficios, quieren que quienes pagamos los impuestos les saquemos del apuro, como siempre. El Congreso de los EE.UU. está ahora mismo trabajando con sus representantes para elaborar leyes que se ocupen precisamente de esto. Las corporaciones y los bancos demandan la liberalización hasta que se encuentran en apuros, en cuyo caso, por supuesto, la intervención del Estado está justificada.

Como esta charla trata de la globalización y la guerra, aquí tenemos la primera oportunidad de vincular a ambas. En un libro que acaba de publicarse, The Three Trillion Dollar War, el economista, ganador del Premio Nóbel, Joseph Stiglitz y su coautora Linda Bilmes, explican cómo el gasto estadounidense en la guerra de Irak animó a Alan Greenspan y a la Reserva Federal a inundar la economía americana con créditos baratos, creando la burbuja inmobiliaria, el boom del consumo y el mayor déficit presupuestario de la historia. Tenemos la oportunidad de ver como la guerra de Irak indirectamente ha llevado a cientos de miles de familias estadounidenses a perder sus hogares.

A su manera y para aquellos que se encuentran al frente del sistema, la globalización liderada por las corporaciones e impulsada por los recursos financieros ha sido todo un éxito. Han conseguido exactamente lo que pretendían. El objetivo final del capitalismo es conseguir el mayor beneficio posible y aumentar el denominado "capital del accionista", así que, el resultado, cuando tiene éxito es la transferencia sistemática de riqueza del trabajo al capital. En la actualidad vivimos en lo que John Maynard Keynes llamaba una "economía de rentas": en la que se hace dinero mientras se duerme por el simple hecho de ser propietario de capital. Si lo medimos con su propio rasero, el sistema marcha muy bien. Los beneficios de las corporaciones transnacionales han alcanzado niveles record y los accionistas han estado demandando, y recibiendo, rendimientos del 10, 15 y hasta del 20% al año, como, por ejemplo, han estado entregando los bancos británicos, al menos hasta este año. Los paraísos fiscales y las empresas offshore [empresas radicadas en el exterior que no pagan impuestos, N. Del T.] cuidan de la riqueza de las empresas y de los particulares ricos, tal y como demuestran los actuales escándalos en Alemania y en otros países europeos.

El número de millonarios y billonarios, a los que ahora se han sumado cuatro en India, ha ido aumentando progresivamente y en la actualidad hay aproximadamente nueve millones y medio de personas, o lo que es lo mismo uno de cada 700 habitantes del mundo, considerados por la agencia de correduría Merrill Lynch, Individuos con Alto Patrimonio Neto, y entre todos poseen, en fondos líquidos, unos 37 billones de dólares, un 37 seguido de 12 ceros. Esto es aproximadamente tres veces el PIB de los EE.UU. o de Europa y más de doce veces superior al PIB de la India. De manera que la globalización ha sido extremadamente generosa con aquellos que se encuentran en la cima de nuestras sociedades. También existen pruebas estadísticas de que la parte de valor añadido acumulada en el capital está aumentando mientras que la parte del trabajo baja -en Europa, el capital social ha aumentado en un 40% comparado con el 25% de hace treinta años.

Los beneficios de la globalización para la gente normal han sido mucho más problemáticos, particularmente en los países con un capitalismo más arraigado que conozco. Las empresas ven dos grandes obstáculos para conseguir mayores beneficios que son los costes laborales y los impuestos y en consecuencia, se han concentrado en reducir ambos. Los despidos masivos son muy comunes. Los trabajadores compiten entre ellos en todo el mundo. En la misma Europa, las diferencias en los salarios están ya en una escala de uno a diez; en el mundo en su totalidad es al menos de uno a treinta. Esto significa una caída en picado para los trabajadores mientras los salarios, beneficios y las condiciones de trabajo bajan. Dicha competencia afecta ahora no solo a la producción industrial sino a cualquier trabajo que pueda hacerse desde un ordenador. Yo les advertiría incluso a los indios, algunos de los cuales se han beneficiado hasta ahora de estas tendencias, de que siempre hay alguien dispuesto a trabajar por menos que tú-como los malayos e incluso los indonesios han descubierto.

Los números también muestran grandes y crecientes desigualdades entre la gente, dentro de un mismo país y entre países. Cuanto más neoliberal, liberalizador y de libre mercado es un país, más grandes son las desigualdades. Nadie discute estas crecientes disparidades: aquellos que defienden la globalización neoliberal sostienen que eleva las perspectivas para todos -una proposición bastante discutible cuando en el mundo hay mil millones de personas que viven con un dólar al día y la mitad del mundo con menos de dos dólares.

Además, todos sabemos que las empresas trasnacionales, las corporaciones financieras y los individuos ricos contribuyen proporcionalmente cada vez menos con sus impuestos al presupuesto nacional. Esto significa que la gente normal, los consumidores y las empresas locales pagan más de lo que deberían. Los gobiernos encuentran cada vez más dificultades para proveer de servicios a su población porque sus ingresos están bajo una presión continua. En el plano internacional los tratados se diseñan también para ser extremadamente convenientes para las empresas. Por ejemplo, en el caso de los acuerdos auspiciados por la Organización Mundial del Comercio, las miles de páginas que contienen las normas se redactan con cuidado para proteger los intereses financieros y empresariales pero nunca mencionan el trabajo, el medioambiente o los derechos humanos. El nuevo Tratado de Lisboa para Europa, en proceso de ratificación en los parlamentos, tiene 410 artículos en los que la palabra "mercado" se utiliza 63 veces y "competencia" 25 veces, pero "progreso social" solamente se menciona tres veces, "empleo total" una y "desempleo" ninguna.

Los Marxistas colocan en el centro de su discurso la explotación en el trabajo. Esa podía ser la situación en el siglo diecinueve, pero en la actualidad yo diría que ahora están desorientados. Hoy en día es casi un privilegio que te exploten. El problema real es que la globalización se lleva lo mejor y deja el resto. Por supuesto que explota, pero por encima de todo, excluye. Debemos enfrentarnos a los hechos por mucho que lo lamentemos Hay enormes regiones que tienen poco o ningún interés para los promotores de la globalización. La globalización actual no está interesada, ni en los cientos de miles de personas que no producen dentro del sistema de mercado o que consumen tan poco que apenas cuentan. Sobre todo, deberíamos dejar de pedir al "mercado" que solucione nuestros problemas sociales. Los mercados pueden y facilitan servicios muy valiosos en algunas áreas pero los servicios sociales no se encuentran entre ellos.

Una persona bastante famosa escribió lo siguiente: "-Todo para nosotros y nada para los demás- parece haber sido la infame máxima de los amos de la humanidad en cualquier época de la historia". Esta no es una observación de Maquiavelo o de Karl Marx sino de Adam Smith. Creo que debemos creer en las palabras de este teórico del capitalismo cuando nos explica cómo es previsible que se comporten los amos capitalistas de la humanidad, es decir hoy en día la clase de gente que se reúne en Davos. Puede que sean individuos amables y generosos, pero como clase social, siempre cumplirán la ley de Smith. El debate real sobre la globalización no es entonces sobre si el fenómeno es "bueno" o "malo" porque la globalización es un hecho y no una opción. El debate real, en mi opinión, debería preocuparse sobre lo que hay en el mercado y lo que no hay, qué es comercializable y qué no lo es. ¿Debería estar el agua sujeta a las leyes del mercado? ¿la salud? ¿la educación? ¿los servicios públicos? ¿los alimentos básicos? ¿la energía?

Antes de intentar abordar estas cuestiones, por favor, déjenme hacer hincapié en que el sistema que he estado describiendo, a pesar de los grandes beneficios que ha proporcionado a algunos, está en crisis. Recibió un gran empujón al final de la Guerra Fría, cuando se abrieron todos los rincones del planeta a las fuerzas del capital internacional, pero ahora en encuentra en un verdadero aprieto. Las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que solían allanar el camino hacia las grandes privatizaciones y orientaban hacia el mercado universal tienen muchísimo menos peso ahora que el que tenían hace una década. El Fondo está despidiendo a personal. La Organización Mundial del Comercio lleva estancada casi tres años. Ya he mencionado los problemas del sistema financiero y su incipiente recesión, que se extenderá desde su epicentro en los Estados Unidos al resto del mundo. El precio del petróleo, de los minerales y de los alimentos básicos han alcanzado su cota más alta de todos los tiempos y por eso la inflación también es un riesgo.

¿Qué relación tienen todos estos aspectos del sistema económico mundial actual con la guerra y la violencia? De nuevo, por favor, déjenme definir términos: mi definición de un conflicto grave será el que utilizan varias instituciones de investigación para la paz: el que causa mil o más victimas mortales debido a un conflicto armado. No solo estamos hablando de estados atacantes sino también de guerras civiles, ataques terroristas y demás. También quiero exponer, quizá de manera poco convencional, que hay otros nuevos determinantes de violencia que son cada vez más comunes, como es el stress medioambiental que ya está contribuyendo a un aumento del desorden y del número de muertes.

IPPNW se fundó hace un cuarto de siglo en el marco de la Guerra Fría y la carrera de armas nucleares de las superpotencias. Así que puede que a algunos de vosotros os parezca una herejía decir que aquellos tiempos, aunque bastante terroríficos a su manera, también aportaron una cierta estabilidad. Para las superpotencias cualquier lugar en la Tierra podía considerarse importante porque cualquier lugar podía convertirse en una base, o un peón estratégico para la otra parte. En la actualidad la situación ha cambiado radicalmente. Hay muchísimos lugares sobre los que no merece la pena preocuparse; están llenos de perdedores, de excluidos, cientos de millones de personas considerados como basura, desechables y prescindibles. También hay unos cuantos Estados perdedores. Nosotros, al otro lado de la valla los llamamos Estados fracasados o canallas.

Déjenme comenzar con los perdedores individuales y su relación con el conflicto. Dichas personas y grupos son mucho más conscientes de la situación en la que se encuentran que antes. Muchos estudios han demostrado que el sentido de injusticia está menos relacionado con el nivel adquisitivo absoluto y la situación social que con la comparación con los otros. Las desigualdades son cada vez más visibles en todos los sitios. Muchos ciudadanos europeos están siendo testigos de los escándalos de los paraísos fiscales; muchos ciudadanos estadounidenses están siendo arrojados de sus hogares que ya no pueden pagar y pueden ver que hay grandes ganadores y grandes perdedores. Incluso en las sociedades más pobres, casi todo el mundo tiene al menos algún acceso a la televisión; la mitad de la raza humana vive ahora en ciudades, muchos de ellos en barrios de chabolas. El resentimiento está creciendo. La gente no se pregunta qué pueden haber hecho mal, sino "¿quién nos ha hecho esto?". Como normalmente no tienen acceso a la gente que ven por la televisión, se toman la revancha con sus vecinos que pertenecen a grupos étnicos distintos, tal y como hemos visto hace poco en Kenia. No se necesitan armas nucleares, los machetes y los enfrentamientos son suficientes para asesinar a miles, o a cientos de miles. Todos estos conflictos tienen unas raíces económicas.

El libre mercado, como base de la globalización neoliberal, también tiene su precio. Una de sus consecuencias, la inmigración ilegal, tiene como resultado asimismo un incalculable número de muertes. El NAFTA, acuerdo de libre mercado entre EE.UU., Canadá y Méjico ha causado la ruina de cientos de miles de pequeños granjeros pobres mejicanos incapaces de competir contra el maíz barato que fluye al país desde EE.UU. Muchos de ellos están intentando entrar en los Estados Unidos, al igual que los africanos que corren enormes riesgos para alcanzar Europa o los bengalíes para entrar en la India; lo que da lugar a más inestabilidad y amplia el ámbito para los conflictos. A menudo son políticas europeas y estadounidenses las que cierran todas las posibles salidas económicas a la gente, exceptuando la inmigración. Aún así, la respuesta es siempre utilizar el ejército, la policía y otras medidas de seguridad, nunca la negociación o un cambio en las políticas.

Como si esto no fuese suficiente, el planeta, el medioambiente también está en crisis. Ya somos conscientes de que el cambio climático está generando enormes flujos de refugiados. Mientras su número sigue creciendo ¿qué harán nuestros gobiernos? ¿cerrarles la puerta? ¿bombardearles? ¿decirles que se suiciden?, no trato de ser sarcástica, solamente intento ser realista porque veo que no se han hecho los planes necesarios ante esta crisis que sabemos nos amenaza y las migraciones masivas que forman parte de ella.

La relación entre conflicto y crisis de agua está más clara que el agua misma. La presión sobre el agua y su escasez están aumentando debido a la mortífera combinación entre el crecimiento de la población, aumento del calentamiento global causado por el hombre, por el control y el uso corporativo del agua, la contaminación, etc. En este contexto, la lucha por el control de los recursos medioambientales es extremadamente grave.

En 1991, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali, avisó que las próximas guerras no serían por el control del petróleo sino por el control del agua. En 2008, el actual Secretario General, Ban Ki-moon, primero avisó públicamente en Davos y luego en la Asamblea General de la ONU que las guerras por el agua ya existían. Hizo especial hincapié en la crisis en Kenia, el Chad y especialmente en Darfur, a la que algunos han comenzado a denominar como "la primera guerra del cambio climático". El Comité del Premio Nóbel de la Paz dio un paso espectacular al reconocer la relación entre daños ecológicos y guerra y el riesgo de guerras medioambientales al conceder el premio de 2007 a Al Gore y al Panel Inter-Gubernamental sobre el Cambio Climático.

Mack Levy, un investigador de la Universidad de Columbia, está trabajando para establecer científicamente la relación entre el agua y los conflictos. Trabaja con el Grupo de Crisis Internacional y esta cotejando bases de datos de guerras civiles y de disponibilidad de agua, mostrando que "cuando el volumen de lluvias baja de la media normal, el riesgo de que un conflicto de baja intensidad se convierta en una guerra civil casi se duplica en un año". Entre otros casos, cita zonas de Nepal donde hubo violentos enfrentamientos durante la insurgencia Maoísta después de graves sequías; sin embargo no se produjeron enfrentamientos en otras partes de Nepal donde no hubo sequía. Los estudios de Levy también indican que las sequías causan escasez de alimentos y alientan la ira contra el gobierno. En dichos casos, grupos armados "semi retirados" a menudo vuelven a resurgir y reinician de nuevo la lucha.

El Grupo de Crisis Internacional ha situado 70 conflictos armados en su "lista de observación" y Levy está en proceso de recopilación de datos sobre el volumen de lluvias para todos ellos para ver si existen pruebas que puedan ayudar a predecir el aumento de conflictos. Su enfoque ayudará, sin lugar a dudas, a localizar lugares donde haya más posibilidades de guerra y, aunque queda mucho para completar el trabajo, los datos apoyan el descubrimiento de que para las guerras civiles, "las sequías graves y prolongadas son el indicador más sólido de un conflicto de alta intensidad". "Me sorprendió lo marcada que es esa correlación" añade Levy.

Los estrategas militares también están sumamente interesados en la probabilidad de las guerras por el agua. Un catedrático de Estrategia Militar Política del US Army War College ha publicado un largo y erudito artículo titulado "La Importancia Estratégica del Agua" en el que indica que de los 20 sistemas fluviales más grandes del mundo, 150 están compartidos por dos naciones y el 50 restante están compartidos por entre tres y diez naciones [1].

Como todos sabemos, Oriente Medio es especialmente delicado y tres ríos, el Nilo, el Tigris - Eufrates y el Jordán están en el centro de los conflictos actuales y futuros. El ex presidente de Turquía, Sr. Demirel ha dicho:"Nosotros no le pedimos a Siria ni a Irak que compartan su petróleo. ¿Por qué iban a pedirnos ellos que compartamos nuestro agua? Podemos hacer lo que queramos." El río Jordán es una pieza clave del dilema Israel-Jordania-Siria-Líbano-Palestina. Gracias al territorio que conquistó en la guerra de 1967, Israel tiene el control del agua restringiendo a los palestinos su acceso a ella. Como dijo un observador militar, "los estrategas israelíes siempre consideran el control de los recursos de agua como un factor crítico, lo que hace necesario, al menos desde su punto de vista, la apropiación de al menos parte de los territorios árabes ocupados." En cuanto al Nilo, nueve estados comparten sus aguas y Egipto es el último río abajo. Egipto ha dejado bastante claro que está dispuesto a entrar en guerra contra cualquiera de los ocho países situados río arriba para conservar su acceso al Nilo, del que depende para abastecerse en un 97% de sus necesidades de agua.

Como esta audiencia sabrá mejor que nadie, el Indo es un elemento del conflicto entre India y Pakistán, y el Ganges juega el mismo papel en las relaciones entre India y Bangla Desh. La combinación entre escasez de agua y armas nucleares no ayuda a tranquilizar las mentes de los estrategas militares en esas regiones o en cualquier lugar del mundo. Me gustaría añadir aquí que uno de los mejores argumentos contra los reactores nucleares, además de sus peligros inherentes y el problema aún sin solucionar de los residuos radioactivos, es la enorme cantidad de agua que necesitan para ser funcionales. Los reactores nucleares son los principales consumidores industriales de agua y en un país con problemas de abastecimiento como es la India, es muy posible que las autoridades se enfrenten a la terrible elección de desviar miles de metros cúbicos de agua de las comunidades locales o cerrar los reactores. Después del proceso de refrigeración, el agua se devuelve al medio ambiente pero a una temperatura mucho más alta, lo que puede dañar terriblemente los ecosistemas locales.

Incluso si reconocemos, y lo deberíamos hacer, que los sucesos complejos como los conflictos nunca pueden tener una sola causa, no hay ninguna duda de que el agua será un factor agravante, ya que está íntimamente conectada con otras necesidades nacionales vitales como son los alimentos. Varios factores achacables a la globalización han originado que los precios del grano suban peligrosamente, dejando a los países pobres expuestos a la escasez e introduciendo otro común denominador de conflictos.

Se podría entrar en más detalle sobre estas crisis, pero es importante señalar que mundialmente, estas diferentes crisis sistemáticas - de la economía, de las enormes desigualdades, del medioambiente, de la inmigración, de escasez de recursos, de los denominados "Estados fracasados", etc... - todos ellas aumentan el peligro de una respuesta militar. En el mundo pobre, los pobres lucharán principalmente contra los pobres ya que el sistema de exclusión y los desastres medioambientales crean cada vez más luchas por la simple supervivencia. Los más pobres viven en las zonas más amenazadas; las elites se las arreglan cada vez mejor para crear sus propios enclaves y fortalezas, pero estas no les protegerán siempre. Para evitar su caída, emplearán cada vez más el control militar contra las poblaciones consideradas peligrosas, superfluas o irrelevantes.

Tampoco se pueden encontrar motivos para el optimismo a nivel mundial. Los Estados Unidos, al perder su influencia en otras áreas y con su economía debilitada, dependerán cada vez más de su incuestionable dominio militar, volviéndose incluso más peligroso de lo que es ahora. El aumento actual de la red de bases militares estadounidenses en el extranjero es un factor clave de esta estrategia. Los acuerdos multilaterales estarán cada vez más desmembrados ya que incluso los socios de la OTAN, por ejemplo, se niegan a participar en las denominadas "coaliciones de buena voluntad". Ya mismo, estas coaliciones están siendo reemplazadas por las "coaliciones de los coaccionados" o simplemente por mercenarios, como se hace en Irak. Las próximas elecciones en EE.UU. son críticas: recuerden que John McCain es nieto e hijo de comandantes militares y él mismo es un marine. Ante una crisis, es difícil que su primer instinto sea utilizar la diplomacia y las negociaciones.

Ya es hora de concluir y de preguntarse si y cómo podemos salir de la crisis en la que nos encontramos. Nos enfrentamos a la cuestión moral más antigua del mundo ya sea para entidades religiosas o políticas seculares, para movimientos sociales y organizaciones sociales cívicas. ¿Cuál es la deuda de los ricos con los pobres, de los afortunados con los menos afortunados, de los que tienen una educación con los que no la tienen, de los sanos con los enfermos? ¿Estas obligaciones, si existen, son aplicables solamente en nuestras propias sociedades, en nuestros propios países o son para todos en todas las partes del mundo? La clase de globalización que elijamos -y os aseguro que existe una elección y no un destino que tengamos que aceptar - determinará si hay guerra o paz. En mi opinión, no puede haber paz sin justicia.

La otra gran cuestión está relacionada con las leyes y regulaciones que deberíamos exigir, por nuestro propio interés, para mantener al mercado bajo control y para proteger al planeta de su destrucción. ¿Cómo podemos asegurarnos de que dichas leyes se ponen en práctica, especialmente en el plano internacional donde no existe la maquinaria democrática? Si no contamos con leyes ejecutables y normas vinculantes, la máxima infame de "todo para nosotros y nada para los demás" seguirá predominando, tanto a nivel nacional como internacional. En particular, necesitamos normas que obliguen a las sociedades a compartir, y si creemos a Adam Smith, esto no sucederá de manera espontánea. Lo que significa que necesitamos impuestos, incluso impuestos internacionales, para promover el bienestar individual, la cohesión social, y -el tema que nos ha traído a todos a este Congreso del IPPNW- la paz.

Para terminar, déjenme agradecer de nuevo a IPPNW que me hayan invitado a hablar aquí, no sólo porque sea un honor personal sino porque también considero esta invitación como un signo de reconocimiento por parte de su organización de que el movimiento para la paz y el movimiento que ha venido a llamarse "antiglobalización" o de "justicia global" han unido sus fuerzas. Veo su gesto al invitar a alguien que ha participado en el movimiento para la justicia global desde sus comienzos, como visionario. Hasta ahora, por ambas partes, no hemos sabido crear los vínculos necesarios entre los movimientos para la paz y para la justicia global, ni en la teoría ni en la práctica.

El día 15 de febrero de 2003 fue un magnifico día que hizo historia, cuando por todo el mundo millones de personas salieron a protestar contra la invasión de Irak, pero no supimos mantenernos unidos y luchar juntos durante más tiempo. El gran impulso de ese día se perdió de alguna manera. Cuando nos acercamos al quinto aniversario de esa guerra terrible, cuyas desastrosas consecuencias resonarán por todo el mundo durante muchos años, reconozcamos concretamente que nuestros movimientos tendrán éxito si permanecen juntos, o fracasarán si se separan. El fracaso es inconcebible, nos jugamos demasiado. Debemos elegir el éxito, nos debemos elegir el uno al otro.

Gracias.

Nota
1) Algunos sistemas fluviales importantes se comparten por muchas naciones: el Nilo [9]; el Congo [9]; el Zambeze [8]; el Amazonas [7]; el Mekong [6]; el Tigris-Eufrates [3].

Presentado ante el congreso internacional de Médicos Internacionales para la Prevención de una Guerra Nuclear (IPPNW), Nueva Delhi

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