DESERTORES DE LA GLOBALIZACIÓN

Roberto Velasco, 23/09/2005

El concepto de globalización de la actividad económica tiene poco de novedoso, pero no puede discutirse que en los últimos años ha registrado un gran avance cualitativo al no limitarse al comercio (su faceta tradicional) y afectar también a los sistemas productivos, la tecnología y los mercados de capitales, entre otros varios aspectos de la vida económica y social. Un proceso de esta trascendencia ha originado opiniones encontradas acerca de sus oportunidades y resultados. De manera un tanto simplista podemos decir que la corriente de opinión oficial y seguramente mayoritaria cree que la globalización desprende efectos beneficiosos para todos, siempre que tanto los países como las empresas sean capaces de adaptar sus esquemas a esta nueva realidad; algunos fanáticos del modelo capitalista norteamericano, nos recuerda Stiglitz, «creen que la globalización es el progreso» y que los países subdesarrollados la deben aceptar si quieren crecer y luchar eficazmente contra la pobreza. En el otro extremo, los contrarios a la globalización (o, por lo menos, al modelo imperante) se muestran convencidos de que su efecto neto consiste en favorecer a los países ricos a expensas de los pobres.

El análisis de la polémica y sus matices nos llevaría demasiado espacio, porque también hay evidencias de que la globalización adoptada por algunos países inicialmente pobres, como los del Este asiático, ha representado un beneficio gigantesco para ellos, probablemente debido a la manera heterodoxa de abordarla. Pero hoy nos ocupa un caso aún más sorprendente, al menos en teoría, como es el rechazo de algunos gobiernos de naciones ricas a las corrientes de liberalización comercial y financiera sobre las que se asienta el proceso globalizador, siempre que aprecien alguna consecuencia negativa para sus intereses. Por lo visto, aquella ilusión ultraliberal de un planeta autogestionado por los mercados se ha desvanecido ante el riesgo de revés electoral de los líderes políticos de turno o de una situación económica coyunturalmente delicada; o igual se trata de una simple reacción de algunos Estados nacionales ante la evidente y lógica erosión de sus competencias y controles que (por definición) impone la globalización en la práctica: el conflicto entre el espacio económico mundializado y la fragmentación de los espacios para la gestión política y social provocan estos chispazos antiglobalización, aunque tampoco parece que tengan la fuerza necesaria para desintegrarla.

Sea por lo que sea, el caso es que los periódicos reflejan últimamente los comportamientos proteccionistas de varios gobiernos europeos ante el anuncio de adquisición por firmas de otros países de empresas 'nacionales', aunque impulsan sin remilgos los movimientos de signo contrario. El Gobierno francés, por ejemplo, aplaude la adquisición por parte de France Telecom de la española Amena, la compra por Pernod Ricard de su rival británica Allied Domecq, o la caída de la belga Electrabel en el regazo de la también gala Suez, operaciones realizadas todas ellas en lo que va de año. Pero pone el grito en el cielo ante el anuncio del interés de la norteamericana Pepsico en Danone y las cosas pueden empeorar porque el ministro de industria François Loos ha dicho que su Gobierno «protegerá por ley» a las empresas estratégicas (también conocidas como 'campeonas nacionales') de opas de compañías extranjeras, desafiando abiertamente las leyes europeas que garantizan la libre circulación de capitales; y si la del yogur es una industria estratégica, habrá que prepararse para lo peor de un Gobierno que pretende agazaparse en las trincheras de una Línea Maginot empresarial, sin dejar de ser muy influyente en esta deshilachada Unión Europea que tenemos.

Otros casos de atrincheramiento tras las barreras nacionales tienen al Gobierno italiano como protagonista, pues no en balde se ha pasado un año discutiendo con el francés acerca de permitir o no la compra de la italiana Edison por parte de Electricité de France. Sin olvidar los puntuales apoyos recibidos por Berlusconi y los suyos de Antonio Fazio, gobernador del Banco de Italia y maestro del enredo a la hora de bloquear los intentos de BBVA y ABN Amro de hacerse con el control de dos bancos italianos de tamaño medio como la Banca Nazionale del Lavoro y Antonveneta, respectivamente. Pero qué vamos a esperar, si hasta Estados Unidos ha vuelto a colgar el cartel 'los forasteros no son bienvenidos' de algunas películas del Oeste para frenar en seco la OPA de la petrolera china Cnooc sobre la americana Unocal. Las Repúblicas no tienen empacho alguno en defender con uñas y dientes las 'joyas de la Corona', lo mismo que hace el Reino de España, contra la opinión de Bruselas, con las 'acciones de oro' que mantiene el Gobierno en algunas empresas privatizadas (o así).

Estas reacciones proteccionistas de los países ricos se han acelerado al comprobar que la globalización no es ya de dirección única, es decir, que no sólo son sus multinacionales quienes extienden sus propiedades e intereses por todo el mundo. En efecto, los últimos años han presenciado la irrupción de lo que el profesor de Harvard Louis Wells llama «multinacionales del tercer mundo» en el mercado internacional de adquisiciones: firmas de Brasil, India, China, Malasia, Sudáfrica y otros países están invirtiendo en todo el planeta, y bastantes veces compiten con éxito frente a las multinacionales del primero, especialmente cuando el objetivo son empresas de los países subdesarrollados, pero también en otros casos. ¿No les veníamos gritando que debían confiar en la globalización? Pues ya parecen convencidos. Los chinos, por ejemplo, han pasado en pocos años de controlar solamente las tiendas 'todo a cien' a la compra de la división de ordenadores personales de IBM y la francesa Thomson por parte de las compañías Lenovo y TCL, respectivamente, lo mismo que han invertido en Ghana para fabricar bicicletas y en los dragones del Sudeste asiático para fabricar video players. Y no olvidemos los recientes desafíos a las cuotas textiles y demás cuotas que, a modo de sacos terreros, pretenden evitar (o, más bien, retrasar) el tsunami que se avecina de productos orientales en los mercados de Occidente. ¿Quiénes eran los que se tenían que espabilar?.

Así pues, da la impresión de que, bajo las posturas aparentemente desertoras de la globalización que exhiben algunos países industrializados, hay un fondo de ineficacia y de falta de adaptación a las nuevas realidades. En este sentido, su recurso al proteccionismo defensivo puede ser un refugio a corto plazo, pero a la larga se descubrirá como un tremendo fracaso en un mundo que, lo queramos o no, va a ser cada vez más global y va a contar con nuevos protagonistas en escena; unos protagonistas (China, India...) que amenazan con relegar a una parte de los actuales a papeles secundarios. A muchos les parecerá increíble, pero ¿acaso no han visto a rutilantes estrellas de Hollywood que, a medida que pierden frescura y ganan en artrosis, tienen que conformarse con ser actores de reparto?

*Robeto Velasco es catedrático de Economía Aplicada de la UPV.

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