La cobardía del capital
Raúl Zibechi, 15/05/2005Raúl Zibuchi/La Jornada
Cuando la posición hegemónica de Estados Unidos en América Latina se deteriora ostensiblemente resurgen con fuerza los enconos entre los dos principales países sudamericanos: Argentina y Brasil están escalando desde el clásico enfrentamiento comercial hacia un más abarcativo conflicto político, pese a las diplomáticas declaraciones de Luiz Inacio Lula da Silva y Néstor Kirchner estos días en Brasilia, en el marco de la cumbre Sudamérica-Países Arabes.
Hasta ahora el eje de las controversias estaba anclado en las llamadas "asimetrías" económicas, que se concretaban en saldos comerciales desfavorables para Argentina. Hace un año el ministro de Economía, Roberto Lavagna, elevó a Brasil una propuesta para resolver las asimetrías comerciales, que fue respondida con soberbia por el ministro de Comercio y Desarrollo, Luiz Fernando Furlan. Hace 40 años la industria argentina llevaba la delantera; luego Brasil levantó vuelo y en los 90 las políticas del gobierno de Carlos Menem alentaron la desindustrialización.
Esos diferentes recorridos se resumen en que Brasil compra cada vez menos a Argentina (8.9 por ciento de sus importaciones en 2004 frente al 14 por ciento de hace seis años), pero el mercado brasileño representa un tercio de las exportaciones argentinas. El punto caliente es que la industria brasileña invadió el mercado argentino: sólo en el último año las compras de calzado deportivo crecieron 50 por ciento, lavadoras 57 por ciento, equipos de aire acondicionado 71 por ciento, maquinaria agrícola 60 por ciento, hilados de algodón 149 por ciento, y así en casi todos los rubros. Argentina es muy dependiente del comercio con el Mercosur y Brasil, mientras éste abrió nuevos horizontes hacia los países emergentes del tercer mundo. Más aún: Brasil es la verdadera aspiradora de los capitales que llegan a la región (paga la tasa de interés más alta del mundo), sus empresarios están comprando grandes empresas argentinas y haciendo fuertes inversiones en los países vecinos. Es la historia del capital: desborda las fronteras nacionales para eludir la redistribución o las mejoras sociales que disminuyan sus privilegios.
El problema político es tanto o más grave. Los argentinos, pero también otros países de la región, sienten la avasallante presencia brasileña, que a menudo califican de "subimperialista". Brasil busca ocupar todos los espacios que puede, ya sea en la OMC, la FAO o la ONU, donde busca un asiento permanente en el Consejo de Seguridad -a lo que Argentina se opone- y apuesta a la Confederación Sudamericana de Naciones (CSN) mientras Argentina prioriza el Mercosur. Están en juego la hegemonía y el liderazgo políticos regionales.
Durante la crisis en Ecuador, Brasil concedió asilo al depuesto Lucio Gutiérrez y movió sus piezas en el país andino sin siquiera consultar a la CSN. Hasta el conservador Folha de Sao Paulo consideró "arrogante" la diplomacia de Itamaratí. No es ésta una historia de buenos y malos, si tal cosa existe. Las políticas externas de ambos países son digitadas por la burguesía paulista y las grandes empresas monopólicas argentinas. Ciertamente Brasil se apoya en su potencial industrial para conseguir ventajas políticas y ha llegado al punto de enviar tropas a Haití, legitimando el golpe de mano imperial contra el presidente Aristide. Pero Argentina también hace lo suyo: Bielsa desempolvó el ALCA y trama acuerdos con Washington para mostrar las uñas a Brasil. Condoleezza Rice, hábil en alentar el litigio, elogió a Brasil en una reciente visita que se saltó Buenos Aires, por su "creciente papel global" y por el "excelente trabajo que Brasil ha hecho" en Haití. Washington espolea los recelos para buscar aliados que le permitan sortear los malos momentos que atraviesa en la región y, sobre todo, para aislar a Hugo Chávez.
Sin embargo, los problemas de fondo entre ambos países -más allá de la escalada verbal de las semanas recientes- tienen raíces más profundas. El geógrafo David Harvey (El nuevo imperialismo, Akal, 2003) considera que el capital procede periódicamente a "reorientaciones espaciales" como forma de eludir la devaluación y sortear sus crisis, para afincarse en nuevos espacios dinámicos donde los recursos sean más baratos. Se trata de procesos de creación y posterior destrucción de espacios para continuar el proceso de acumulación. "El capital, por naturaleza, crea ambientes físicos a su imagen y semejanza únicamente para destruirlos más adelante, cuando busque expansiones geográficas y desubicaciones temporales, en un intento de solucionar las crisis de sobreacumulación que lo afectan cíclicamente." Cuando el capital huye, "lo hace dejando atrás un rastro de devastación".
Algo así sucedió a Argentina hacia los años 70, época de vastas rebeliones obreras. Brasil succiona ahora capitales, porque es el campeón mundial de la desigualdad y por los beneficios que les garantiza el Estado. La bonanza económica brasileña, concentrada apenas en San Pablo y en unos pocos enclaves industriales, durará mientras no haya agitación social y se mantengan los privilegios. A largo plazo, debe mirarse en el espejo argentino.
El recién electo presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez, entrevistado por Página 12, lanzó el de-safío: "Brasil no va a crecer a costa nuestra", y reconoció que no hay incentivos para que el capital se instale en su país y lo hace, en cambio, en Brasil, que "ha tenido menos sobresaltos".
En el lenguaje de un gran empresario, el término "sobresaltos" debe traducirse por "paz social". Méndez recuerda que "el capital es cobarde por naturaleza". Debería agregarse que el libre comercio, impulsado por todos los gobiernos de la región, es intrínsecamente generador de desigualdades sociales y espaciales, crea en el interior de cada país y entre los diversos países bolsones de miseria y polos de desarrollo. Pero la cobardía del capital no debería verse acompañada por actitudes políticas análogas de gobiernos que se reclaman progresistas.