Un trato justo sobre el cambio climático

Peter Singer, 28/06/2007

Peter Singer/Project-syndicate.org (28/06/07)

El acuerdo sobre cambio climático que sellaron los líderes del G8 en Heiligendamm apenas prepara el terreno para el verdadero debate por venir: ¿cómo dividiremos la decreciente capacidad de la atmósfera para absorber nuestros gases de tipo invernadero?

Los líderes del G8 acordaron velar por recortes “sustanciales” en las emisiones de gases de tipo invernadero y prestarle una “seria consideración” al objetivo de reducir en la mitad este tipo de emisiones para 2050 –un resultado aclamado como un triunfo de la canciller alemana Angela Merkel y del primer ministro británico Tony Blair-. Sin embargo, el acuerdo no compromete a nadie a metas específicas, mucho menos a Estados Unidos, cuyo presidente, George W. Bush, que ya no estará en el cargo en 2009, cuando se tengan que tomar las decisiones difíciles.

Uno razonablemente podría preguntar por qué se cree que un acuerdo tan vago representa algún tipo de progreso. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo en Río de Janeiro en 1992, 189 países, entre ellos Estados Unidos, China, India y todas las naciones europeas, firmaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, aceptando así estabilizar los gases de tipo invernadero “en un nivel lo suficientemente bajo como para impedir una peligrosa interferencia antropogénica con el sistema climático”.

Quince años después, ningún país cumplió con este objetivo. Las emisiones de gases de tipo invernadero per capita en Estados Unidos, que ya eran las más altas de cualquier país importante cuando Bush asumió el gobierno, siguieron aumentando. En marzo, un informe de la administración Bush que se filtró a la opinión pública reveló que se esperaba que las emisiones de Estados Unidos aumentaran casi tan rápidamente en la próxima década como lo hicieron durante la década anterior. Ahora tenemos otro acuerdo más para hacer lo que estos mismos países dijeron que harían hace 15 años. ¿Eso es un triunfo?

Si Bush o su sucesor quieren asegurar que la próxima ronda de conversaciones fracase, será bastante fácil. Para justificar su negación a firmar el Protocolo de Kyoto, Bush siempre se refirió al hecho de que no comprometía a China e India a límites obligatorios de emisiones. Ahora, en respuesta a las sugerencias por parte de Bush y otros líderes del G8 de que los países en desarrollo más grandes deben ser parte de la solución al cambio climático, Ma Kai, titular de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China, dijo que China no se comprometerá a ningún objetivo de reducción de emisiones cuantificado. De la misma manera, el ministro de Relaciones Exteriores de la India, Navtej Sarna, ha dicho que su país rechazaría este tipo de restricciones obligatorias.

¿China e India son poco razonables? Sus líderes vienen señalando consistentemente que nuestros problemas actuales son el resultado de los gases emitidos por los países industrializados en el último siglo. Eso es verdad: la mayor parte de estos gases todavía están en la atmósfera y sin ellos el problema no sería tan urgente como lo es hoy. China e India exigen el derecho a proceder con la industrialización y el desarrollo como lo hicieron los países desarrollados, sin verse obstaculizados por limitaciones a sus emisiones de gases de tipo invernadero.
China, India y otros países en desarrollo tienen un punto a su favor –o más bien tres-. Primero, si aplicamos el principio “Tú lo rompes, tú lo arreglas”, entonces los países desarrollados tienen que asumir la responsabilidad de nuestra atmósfera “rota”, que ya no puede absorber más gases de tipo invernadero sin que cambie el clima del mundo. Segundo, aún si borramos el pizarrón y nos olvidamos de quién causó el problema, sigue siendo cierto que el típico residente norteamericano es responsable de aproximadamente seis veces más de emisiones de gases de tipo invernadero que el típico chino, y unas 18 veces más que el indio promedio. Tercero, las naciones más ricas están mejor preparadas que las naciones menos pudientes para absorber los costos de reparar el problema sin causarles un serio daño a sus poblaciones.

Pero también es cierto que si China e India siguen aumentando su producción de gases de tipo invernadero, terminarán anulando todo el bien que se lograría mediante recortes profundos de las emisiones en los países industrializados. Este año o el próximo, China superará a Estados Unidos como el principal emisor de gases de tipo invernadero del mundo –en una base nacional y no per capita, por supuesto-. En 25 años, según Fatih Birol, economista principal de la Agencia de Energía Internacional, las emisiones de China podrían ser el doble de las de Estados Unidos, Europa y Japón combinadas.

Pero existe una solución que es justa y práctica a la vez:

• Establecer la cantidad total de gases de tipo invernadero que podemos permitir que se emitan sin hacer que la temperatura promedio de la Tierra aumente más de dos grados Celsius (3,6 grados Fahrenheit), más allá de lo cual el cambio climático podría volverse extremadamente peligroso.

• Dividir ese total por la población mundial, calculando así cuál es la porción del total que le corresponde a cada persona.

• Asignar a cada país una cuota de emisiones de gases de tipo invernadero equivalente a la población del país, multiplicado por la porción por persona.

• Finalmente, permitirles a los países que necesitan una cuota mayor comprársela a aquellos que emiten una cantidad menor a su cuota.

La ecuanimidad que implica darle a cada persona sobre la Tierra una porción igual de la capacidad de la atmósfera para absorber nuestras emisiones de gases de tipo invernadero es difícil de negar. ¿Por qué alguien debería tener más derecho que otros a usar la atmósfera de la Tierra?

Sin embargo, además de ser justo, este plan también tiene beneficios prácticos. Le daría a los países en desarrollo un fuerte incentivo para aceptar las cuotas obligatorias, porque si pueden mantener bajas sus emisiones per capita, tendrán un excedente de derechos de emisiones para venderles a los países industrializados. Los países ricos también se beneficiarán porque podrán elegir la combinación que prefieran entre una reducción de las emisiones y la compra de derechos de emisiones a los países en desarrollo.

Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne. Sus libros incluyen How Are We to Live? y Writings on an Ethical Life.

Copyright: Project Syndicate, 2007.

Traducción de Claudia Martínez

Ver todos artículos por Peter Singer