Entrevista a Carlos Taibo sobre España, un gran país

Pedro Maceiras, 26/05/2012

¿De dónde surgió la idea de escribir este libro?
No era un libro que tuviese en mente hace unos meses. El detonante de la idea fue el resultado de una encuesta que revelaba que a principios de este año sólo un 28% de los españoles declaraba creer en la Unión Europea. Con certeza el porcentaje correspondiente había sido de un 70 o de un 80% hace media docena de años. Me pareció que ese dato, por sí solo, era una buena excusa para plantear una discusión crítica sobre muchos de los mitos que se nos han impuesto en las tres últimas décadas.

¿A qué mitos te refieres?
Fundamentalmente a tres. El primero es el de una impoluta transición política que habría permitido acabar con una dictadura y en la que todos habrían ganado. La transición la sacaron adelante, con la connivencia de los partidos de la izquierda oficial, los poderes fácticos del momento. Sus huellas, en la forma de una genuina farsa democrática, son visibles hoy por todas partes.
El segundo es el del milagro económico que se habría registrado al calor de la incorporación a la Unión Europea. Hoy sabemos cuál ha sido su trastienda en la forma de dramáticas desigualdades sociales, un vergonzante Estado del bienestar, una legislación laxísima en lo que hace a los paraísos fiscales y agresiones medioambientales irreversibles.
El tercero, en fin, lo aporta el mito neoliberal, acatado por los dos grandes partidos, causante directo de las miserias que vinculamos con la crisis del euro, reiterado día tras día por nuestros gobernantes y motivo principal en estas horas para plantear un inexcusable y frontal rechazo del capitalismo.

Supongo que el título de la obra, lo de España, un gran país, es una ironía.
Es una idea trivial que han repetido incansables todos los presidentes del Gobierno español. En un lugar en el que lo colectivo ha sido lapidado y estigmatizado, nuestros gobernantes parecen defender los valores correspondientes a efectos meramente retóricos. Mientras propician una gigantesca estafa, la que están desarrollando nuestros bancos, adulan a la población con frasecitas como ésa. Les hace bien la figura de Homer Simpson marcada en un euro que se recoge en la portada del libro.

Veo que tu examen del derrotero de la cuestión nacional se interesa más por el nacionalismo de Estado español que por los avatares de los nacionalismos vasco, catalán o gallego.
Así es. Asumo de buen grado que era una decisión delicada, pero creo que en este caso, como en todos, había que hablar de aquello de lo que comúnmente no se habla. Y ese nacionalismo de Estado, muchas veces silencioso y aparentemente inexistente, es un elemento vital para explicar las miserias que se urdieron, al calor de la transición, treinta años atrás y su plasmación hoy en forma de un modelo al parecer incuestionable. La orgullosa vocación antiautodeterminista del nacionalismo español nos emplaza ante su más que dudosa condición democrática.

También analizas en un capítulo la política exterior española.
No hay en ella muchos misterios. La transición fue claramente tutelada por los aliados europeos y por Estados Unidos. Las consecuencias son fáciles de identificar: si, por un lado, la europeización sirvió como excusa para sacar adelante un programa cabalmente neoliberal, la OTAN pasó a dirigir de hecho la política exterior española. Por detrás se hizo valer el franco, insolidario, patético y prepotente objetivo de sumarse al club de los países más ricos.

Otro hilo conductor del libro es la crítica de lo que a menudo llamas razón progresista.
La razón progresista ha sido un elemento vital para propiciar el asentamiento del proyecto urdido por los poderes fácticos que antes mencioné. A su amparo se han revelado muchas miserias: la adoración de todo lo que ha supuesto la UE, una lectura por completo acrítica de lo que suponen los Estados del bienestar, el designio de entender que no hay otro horizonte sindical que el que proporcionan CCOO y UGT, o, por dejarlo ahí, un atlantismo exultante. Si el diario El País es un buen reflejo de muchas de estas percepciones, otro lo constituye el respaldo dispensado por tantas personas, en muchos casos de buena fe, a una figura tan equívoca como el juez Garzón, y un tercero el camino asumido por tantos intelectuales abducidos por el sistema. Al final lo que la razón progresista nos ha intentado vender, sin más, es que no hay otro horizonte que el del capitalismo.

En muchos trechos del libro defiendes, en cambio, la tradición libertaria.
Es verdad, aunque siempre me siento obligado a subrayar que mi defensa no es ideológica. Me interesan más las personas que en virtud de su experiencia vital han llegado al convencimiento de que hay que defender la democracia de base, la asamblea y la autogestión, sin líderes, burocracias ni liberados. Pero no puedo ocultar mi admiración por nuestros abuelos anarquistas y anarcosindicalistas, los olvidados de entre los olvidados.
Y creo firmemente en la actualidad del pensamiento y de las prácticas libertarias. Bien sabes que he sostenido que uno y otras tienen hoy un renacimiento inesperado en muchos de los elementos de la vida cotidiana del 15-M. Hablo ante todo del designio de forjar espacios de autonomía autogestionados, un proyecto infinitamente más útil y realista que las reformas en las instituciones que siguen reclamando nuestros socialdemócratas.

El libro, ¿puede entenderse que es un acopio de argumentos para el 15-M?
Sería pretencioso afirmarlo. Me contentaré con señalar que muchas de las consignas que el movimiento ha contribuido a asentar encuentran un sustento material, o a mí me lo parece, en las tesis recogidas en estas páginas. Pero más he aprendido yo del 15-M que lo que puedan aprender sus activistas de la lectura de este libro.

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