Balada triste de las cuentas económicas del cambio climático
Pedro L. Lomas para Globalízate, 01/06/2013Para inaugurar esta sección sobre Economía Ecológica hablaré sobre un artículo publicado hace unos años por el economista socio-ecológico (como a él le gusta denominarse) de origen británico Clive L. Spash [1] en la revista científica Ecological Economics [2].
El artículo es una crítica al "Informe Stern" (el informe, en adelante) sobre los costes del cambio climático que tanta publicidad ha tenido en los últimos años, y que viene sirviendo como base de los argumentos políticos para abordar este problema ambiental. El informe que data de 2006 fue redactado por un equipo de más de 20 personas coordinado por el economista británico Nicholas Stern [3]. El razonamiento en términos económicos es muy simple. El sistema de regulación climática del que provee la atmósfera proporciona una serie de servicios a la economía. Sin embargo, los actores económicos no pagan por dichos servicios. Esta situación, que en términos del modelo económico capitalista dominante se denomina externalidad, provocaría que los precios de los bienes y servicios que afectan o ser ven afectados por el clima no sean los "correctos" (óptimos, en jerga económica), es decir, que no respondan bien al modelo de oferta y demanda para estos bienes y servicios, y por tanto, el consumo de los mismos no se ajuste a este óptimo. El "Informe Stern" trata de cuantificar en qué medida esto es así, es decir, cuál es el coste de esta externalidad, y cómo se podría influir en los precios para poder afrontarla. Por resumir sus conclusiones [4], de acuerdo con el informe se necesitaría una inversión equivalente al 1% del PIB mundial para mitigar los efectos previsibles del cambio climático, de no hacerse dicha inversión el mundo se expondría a un coste que podría suponer entre el 5 y el 20% del PIB global, según los riesgos que tomemos en consideración.
El profesor Spash disecciona el informe capítulo a capítulo, encontrando una fuerte contradicción entre las afirmaciones que se realizan en la primera parte del mismo y la práctica que representa la metodología, los cálculos realizados y las conclusiones que se extraen de éstos. Así, en la primera parte del informe, el equipo del economista británico se esfuerza por resaltar la originalidad de este estudio, realizando una crítica a estudios previos y haciendo énfasis en la necesidad de abordar el asunto del cambio climático con una perspectiva menos reduccionista (desde una cierta pluralidad de valores más allá del PIB) y apoyándose en un tratamiento supuestamente novedoso de aspectos como los eventos extremos y catastróficos, la irreversibilidad, la vulnerabilidad de los pobres a los daños, el riesgo ambiental, la incertidumbre, aspectos éticos o la inconmensurabilidad de valores, etc. Paradójicamente, todo ello viene seguido de una explicación sobre cómo estos aspectos pueden ser reinterpretados en términos de economía ortodoxa para después desarrollar todo un análisis coste-beneficio monetario, es decir, un estudio monetario de los cambios en el consumo ligados al cambio climático, y sus implicaciones en el agregado macroeconómico PIB desde una aproximación rigurosamente ortodoxa que ignora sistemáticamente (de acuerdo con la metodología usada) todos los aspectos mencionados anteriormente.
El profesor Spash señala, entre otras cosas, que el Informe se basa en una serie de elecciones pre-analíticas de dudosa validez, que en muchos casos son incluso rechazadas como inválidas en la primera parte del informe. Por ejemplo, la falsa asunción ligada de la famosa Curva de Kuznets Ambiental o hipótesis de desmaterialización de la economía, es decir, la de que un aumento del crecimiento económico (del PIB) conduce inexorablemente, a partir de un cierto nivel, a una reducción de las causas que provocan el daño ambiental, en este caso, el calentamiento global, ignorando décadas de evidencias empíricas que relacionan significativamente aumentos en el PIB con aumentos en el consumo de bienes y servicios y aumentos en sus consecuencias negativas (emisiones, por ejemplo). Así, el informe viene a decir que un aumento en 2-3ºC de la temperatura media del planeta tendría efectos positivos en la economía (aumento del PIB), y que es sólo a partir de ahí que los efectos serían negativos.
El economista inglés concluye que tratar de realizar un estudio sobre consecuencias del cambio climático desde un punto de vista puramente monetario, ligado a aumentos y disminuciones del PIB tiene enormes deficiencias científicas, entre ellas destaca que: (a) los aumentos o disminuciones del PIB son indiferentes si la base de la riqueza en términos monetarios sigue siendo el uso de recursos no renovables que llevan asociado ineludiblemente un aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero y otras fuentes de deterioro ambiental, (b) el PIB mide la actividad y no el bienestar, y por tanto grandes desastres climáticos ofrecen una oportunidad financiera y de negocio importante que aumentaría el PIB, que se supone como gran objetivo, lo que además implicaría que (c) dado que no existe una relación entre crecimiento de la actividad económica y bienestar humano nadie nos asegure que un aumento o disminución del PIB vaya a suponer un aumento o disminución equivalente en el bienestar de las personas, y por último (d) utilizar indicadores agregados de aumento o disminución del consumo ignora la distribución de dicho consumo, es decir, plantea un aumento o disminución por igual en países pobres y ricos. Al medir los daños en términos de aumentos o disminuciones de la actividad económica y el consumo, el informe ignora: la pluralidad de valores (qué tiene que ver la pérdida de vidas humanas o el hambre con el PIB), los aspectos éticos quedan reducidos a meras elecciones individuales de carácter egoísta (preferencias, en la jerga económica), las futuras generaciones, ya que se entiende que siempre habrá más para consumir, la distribución diferencial de las previsiones de crecimiento entre ricos y pobres, ya que se entiende que el pastel siempre crecerá, independientemente de quién se lo coma, cómo crezca, etc., una diferenciación entre lo que significa consumir menos para millones de personas (la muerte, la pobreza, etc.) o consumir menos para algunas empresas o millonarios, también se ignora la incertidumbre que presentan estos modelos y la necesidad de adoptar el principio de precaución.
A pesar de la popularidad de los argumentos de Stern y su discurso, el artículo termina con un llamamiento a adoptar una pluralidad de valores a la hora de abordar el cambio climático, alejándonos de la "mala ciencia" que supone la aplicación a problemas complejos, como son las distintas dimensiones del cambio global y la sostenibilidad, de presupuestos simplistas, irrealistas y que evitan tratar los grandes problemas que la misma aproximación señala como importantes, reduciendo todo a aumentos o disminuciones de un número en un modelo sin correlato alguno con la realidad.
[1] Para conocer mejor el trabajo de este interesante economista, ver su sitio web, donde proporciona numeroso material libre sobre su trabajo: http://www.clivespash.org/
[2] Spash, C.L. (2007). The economics of climate change impacts à la Stern: Novel and nuanced or rhetorically restricted? Ecological Economics, 63: 706-713. http://www.clivespash.org/EE2007_SpashonStern.pdf.
[3] Vicepresidente Senior para el desarrollo económico y economista en jefe del Banco Mundial de 2000 a 2003 y asesor económico del gobierno del presidente Gordon Brown en el Reino Unido.
[4] El texto se puede consultar en su versión completa en el siguiente sitio web: http://webarchive.nationalarchives.gov.uk/+/http://www.hm-treasury.gov.uk/independent_reviews/stern_review_economics_climate_change/stern_review_report.cfm