Globalización y competitividad
Néstor de Buen, 14/12/2004Nestor del Buen/Jornada
El mundo está gobernado por el imperialismo, conducta política impuesta por Estados Unidos, por la competitividad como objetivo y por la globalización como extensión del mundo capitalista. La frontera entre un mundo que podía discutir entre socialismo y capitalismo se esfumó al caer el Muro de Berlín y desaparecer la Unión Soviética. Noviembre de 1989 marcaría el principio de las cosas a la manera imperial.
Es claro que la famosa guerra fría, que mantenía tensiones entre la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y Estados Unidos, con amenazas constantes de conflagración mundial: la crisis de Cuba cuando barcos soviéticos trasladaban misiles de largo alcance y otras crisis semejantes, no se calentó lo suficiente, pero los calentamientos se produjeron en el más allá: Corea, Viet Nam y las reiteradas acciones militares contra las democracias de Iberoamérica, sin olvidar la evidente participación estadunidense en el derrocamiento del presidente Salvador Allende.
A pesar de ello, Cuba se ha mantenido, a veces con un precio difícil, como baluarte del socialismo, nada menos que a unas cuantas millas de las costas de Florida.
Hoy el imperialismo inventa pretextos y un nuevo enemigo: el terrorismo, y uno se pregunta si ese terrorismo no tiene perfiles más claros en las agresiones infinitas a países como Irán, Irak y Palestina, en esa tenebrosa combinación que forman Bush y Sharon, que en las acciones sin duda terroristas de las que el 11 de septiembre de 2001 sería el símbolo principal.
No falta quien afirme, sin embargo, que en la maquinación del 11 de septiembre pudiera suponerse la intervención de las mismas autoridades estadunidenses. Thierry Meyssan, politólogo francés, ha escrito un libro impresionante: 11 de septiembre de 2001. La terrible impostura. Ningún avión se estrelló en el Pentágono, de Editorial El Ateneo, (Buenos Aires, agosto de 2003), en el que apunta, con datos concretos, la alianza entre el gobierno de Bush y Osama Bin Laden. Hay, evidentemente, intereses petroleros comunes, pero sobre lo que se dice en el libro yo apuntaría algo más reciente y absolutamente sospechoso: la aparición en la televisión de Osama Bin Laden tres días antes de las elecciones en Estados Unidos, confesando su participación en los hechos del 11 de septiembre y lanzando nuevas amenazas. No hace falta ser muy mal pensado para concluir que ese discurso fue hecho a la salud y para regocijo de Bush Jr. El miedo congénito al terrorismo, que determina la política estadunidense, se convirtió en pánico y en votos para los republicanos.
La competitividad, tan de moda, no es más que la expresión del proyecto empresarial, elevado a la condición mundial, de lograr bajos costos no importando el sacrificio de puestos de trabajo y de salarios. Viviane Forrester, autora del Horror económico, donde apuntó la frase de que peor que la explotación es la falta de explotación, ahora publica Una extraña dictadura (FCE, Buenos Aires, 2000), obra en la que pone de manifiesto los procesos tortuosos de la competitividad a expensas de la miseria de la mayoría de la población en el mundo.
La competitividad, lema fundamental de los aspectos económicos de la globalización, fue tema principal en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ("estimular la competitividad de sus empresas en los mercados globales") y con el paso del tiempo, ha arraigado en las reformas hechas o propuestas a las legislaciones laborales del mundo. Se sirve de la productividad, que puede tener un aire de bilateralidad, cuando beneficia también a los trabajadores (v.gr., con su participación en las utilidades que hoy los empresarios quieren desaparecer), pero es en sí misma el baluarte de los esfuerzos del capitalismo por obtener más beneficios, no importa a qué costo social.
El imperialismo, acción esencialmente política, avanza más con la globalización, que no es otra cosa que asumir el control de los mercados de todo el mundo. Los sistemas financieros mundiales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, son los marines de esa permanente invasión sobre el territorio de los países periféricos. Pero a esas invasiones conviene agregar, de cuando en cuando, avances de los otros, con aviones, tanques e infanterías, que sirven de aliento para convencer a los remisos de las bondades del capitalismo.
La URSS desempeñó, más allá de sus propios y monumentales defectos, el papel de muro para impedir el progreso del sistema capitalista. El Muro de Berlín era mucho menos un obstáculo para la huida de los alemanes del Este, que un baluarte en contra del capitalismo estadunidense. Era un muro de valores mucho mayores que los de su expresión física. Al derrumbarse, la globalización y la competitividad de los países capitalistas iniciaron su largo camino contra los derechos sociales.
Hoy, la esperanza está en ese país monumental, China, que sin olvidar el Libro rojo de Mao, ha iniciado con éxito notable un encuentro con el capitalismo aparentemente de sentido social. Europa mejora su fuerza política y económica, y en todo ello podrían apreciarse factores de equilibrio mundial. Pero la defensa mayor en contra de esa competitividad y globalización debe hacerse en la alianza de los países de menores recursos, esfuerzo que acaba de encontrar un ejemplo importante en el reciente pacto económico del conjunto de países que forman América del Sur. Ojalá que nosotros no perdamos de vista esa perspectiva.