Petróleo y geopolítica
Mariano Marzo Carpio, 02/09/2004, La VanguardiaLa nuestra es una sociedad de alto consumo energético basada en la explotación del carbón, el petróleo y el gas natural. El privilegiado nivel de vida de buena parte de los ciudadanos de los países industrializados se fundamenta en los hidrocarburos originados y atesorados durante muchos millones de años en las profundidades de la corteza terrestre. De la misma forma que hablamos de las civilizaciones de la edad de piedra o de bronce, podemos afirmar que el hombre moderno se encuadra en la edad de los hidrocarburos.
Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, el carbón fue el principal impulsor del desarrollo del mundo industrializado y es posible que en las próximas décadas lo sea el gas natural. Sin embargo, desde hace casi medio siglo, nuestra forma de vida y modelo socioeconómico dependen del petróleo. No sólo el transporte de mercancías, la movilidad de las personas, el confort de los hogares, el vigor de la industria y la producción de alimentos, sino que vivimos rodeados de más de 3.000 productos de uso cotidiano derivados del crudo, entre los que se encuentran algunos tan importantes como los plásticos y las medicinas. Y el caso es que en los próximos veinte o treinta años todo apunta a que todavía no dispondremos de una alternativa comercialmente viable a gran escala (aunque el petróleo representa el 40% de la energía primaria total consumida en el mundo, en el sector del transporte este porcentaje se eleva hasta el 90%). La conclusión es meridiana. En los albores del siglo XXI, la disponibilidad de petróleo abundante y barato sigue siendo un pilar básico para el desarrollo de los estados y, como viene sucediendo desde hace al menos cinco generaciones, asegurarse el abastecimiento y el acceso privilegiado a esta materia prima constituye una poderosa razón de Estado. Para cualquier gran Estado moderno, hablar de geopolítica resulta casi sinónimo de políticas relacionadas con el petróleo.
Esto es así porque la mayoría de los países industrializados (entre los que se cuentan Estados Unidos, los países de la UE y Japón) y los gigantes demográficos en vías de desarrollo (China e India) no tienen reservas ni producción suficientes para impedir una creciente dependencia energética y, por otro lado, el mercado global del petróleo no está abierto al libre comercio. Al menos en lo que al sector de reservas y producción se refiere, dicho mercado está en gran medida controlado por monopolios u organismos estatales. Como afirmaba en un discurso pronunciado en 1999 en el Instituto del Petróleo de Londres el entonces presidente de Halliburton y actual vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, “el petróleo sigue siendo fundamentalmente un negocio entre gobiernos”.
Y éstos saben (o deberían saber) que los años dorados de la industria del petróleo quedan atrás y que se avecinan tiempos de crisis. Porque a fin de cuentas el petróleo es un recurso finito y en un futuro inmediato el ya hoy precario equilibrio entre oferta y demanda acabará decantándose definitivamente del lado de la última. No sólo porque las previsiones de crecimiento del consumo, especialmente en Estados Unidos, China e India, son espeluznantes, también porque gran parte de los campos de petróleo muestran síntomas de envejecimiento, con una producción que declina año tras año, y porque, pese a todo el esfuerzo financiero y tecnológico puesto en juego, los nuevos descubrimientos no son capaces, ni de lejos, de reponer las reservas agotadas. Para hacerse una idea del desafío planteado, basta considerar que para el decenio 2000-2010 el Departamento de Energía de Estados Unidos calcula que cubrir el aumento de la demanda mundial y el declive de la producción requerirá poner a punto una nueva capacidad extractiva de 60 millones de barriles diarios (algo más del 70% del consumo actual).
¿De dónde saldrá tanto petróleo? Pues, además de incrementar (a precios poco competitivos y a un alto coste medioambiental) la producción de crudo de las arenas asfálticas de Canadá y de los petróleos pesados de Venezuela, habrá que centrarse en los grandes productores de Oriente Medio, Latinoamérica, oeste y norte de África, Rusia y los países ribereños del Caspio. El resto de las regiones y países productores, incluyendo Estados Unidos, Europa Occidental, China y el Lejano Oriente, han entrado ya en una fase de declive irreversible.
Indiscutiblemente, este listado implica que el suministro global de petróleo debe lidiar con un creciente riesgo geopolítico. No en vano en un informe de este mismo mes el Departamento de Energía de Estados Unidos incluye en su relación de áreas políticamente inestables a Arabia Saudí, Argelia, Iraq, Irán, Libia, Nigeria, Rusia, las ex repúblicas soviéticas que bordean el Caspio, Sudány Venezuela. Si a esto añadimos las amenazas potenciales de interrupción del suministro a causade posibles atentados terroristas o conflictos bélicos en puntos vitales para el transporte del crudo,como estrechos, oleoductos y puertos de embarque, la lista se hace aún más larga. Ante este escenario geopolítico conflictivo, la creciente adicción al petróleo del hombre de la edad del hidrocarburo puede situarle frente a dos opciones extremas. Una es la del drogadicto que intenta solucionar su problema mediante la violencia. La otra es la del toxicómano que decide, por duro y largo que sea, poner todo lo que está en su mano para salir del pozo. El tiempo dirá.
Mariano Marzo Carpio, catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona