Cambiar de óptica

María Jesús Izquierdo Carballo, 23/10/2005,
AIS

Las terribles catástrofes de Pakistán y Centroamérica han vuelto a poner al descubierto que la acción del hombre ha aumentado la vulnerabilidad de los países ante los fenómenos naturales. Es cierto que ante terremotos, huracanes, sequías o tsunamis, las limitaciones humanas no pueden hacer nada para contrarrestar la capacidad devastadora de la naturaleza, pero sin embargo, sí que puede el hombre limitar y minimizar los riesgos que provocan estos desastres.

Es el hombre el que ha hecho que aumenten la pobreza y la desigualdad, el que ha provocado la degradación del medio ambiente y el que ha contribuido, entre otras muchas cuestiones, al cambio climático. Todos ellos, factores que inciden de manera directamente proporcional en el impacto que estos fenómenos tienen sobre los países a los que afectan, y sobre todo, si pertenecen al tercer mundo.

Lo sucedido en Centroamérica no debería extrañar a nadie. En los últimos meses en El Salvador, los departamentos de occidente han venido sufriendo una secuencia de desastres naturales de “baja intensidad” a nivel local y casi nula cobertura mediática, pero con graves consecuencias para la población. En el mes de abril, un terremoto seguido de varias réplicas; en mayo, el huracán Adrián; en el mes de junio, la tormenta tropical Beatriz; y estos días, erupciones del Volcán Llamatepeq (inactivo durante 101 años) y el huracán Stan que ya ha dejado casi 700 muertos, 3.000 desaparecidos y más de 3 millones y medio de damnificados.

El problema es que estos “pequeños desastres” pueden llegar a tener un impacto tan grave y representar tantas pérdidas como los “desastres de amplio alcance” vividos, por ejemplo, en el sudeste asiático tras el tsunami o en Estados Unidos con el Katrina. Muy a menudo, estos “pequeños desastres” son un aviso de que se están generando condiciones de riesgo que en un futuro pueden acabar en un desastre de grandes magnitudes como fuera el Mitch.

Esto es lo que ha estado pasando en los últimos meses en El Salvador. La acumulación de estas amenazas naturales en Centroamérica, sumadas a la degradación medioambiental de una región deforestada durante décadas, ha provocado derrumbes, desbordamiento de ríos y riadas de piedra y lodo que han arrasado a todos y a todo lo que ha encontrado a su paso.

Sin embargo, muchos de estos fenómenos no habrían afectado de manera tan trágica a la población si no fuera porque miles de personas en El Salvador o en Guatemala, donde Stan se ha cebado con especial crudeza, viven en áreas inundables por los ríos o en zonas de riesgo por derrumbamientos, y si no fuera, y esto es lo más grave, porque a nivel comunitario y municipal no se dispone, ocho años después del Mitch, de planes de gestión de riesgos y de medios para su aplicación a pesar del trágico pasado de la región. Poco o nada han aprendido las autoridades locales del desastre de 98.

El pasado 12 de octubre, Naciones Unidas celebraba el Día Internacional para la Reducción de los Desastres para recordarnos que podemos y debemos reducir la cantidad y el impacto de los mismos si dejamos de crear y exponer a la población a más riesgos. Con políticas definidas, medidas concretas y presupuestos específicos que incrementen la capacidad de los países para reducir y prevenir riesgos y, para que en caso de desastre, estén mejor preparados para responder con mayor eficacia.

Ha llegado el momento de cambiar de óptica, de dejar de centrarse únicamente en la respuesta ante catástrofes que pensamos inevitables para poner el énfasis de una vez por todas en la reducción de los riesgos que las provocan. Es la acción del hombre la que, aunque no exclusivamente, genera riesgos, pero también es el hombre el único que puede minimizar esos peligros. Volverán a producirse terremotos, huracanes, sequías y tsunamis. La diferencia estará, a partir de ahora, en cómo afrontaremos esos fenómenos. Para que no siempre mueran los mismos, para que no siempre los más pobres sufran con mayor virulencia los efectos de estos desastres no tan “naturales”.

**Responsable de Gestión de Riesgos de Desastres de la ONG Ayuda en Acción

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