Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la UNESCO:«La globalización es una mentira; sólo he visto globalizada la pobreza»
La Nueva España, 01/06/2005FEDERICO MAYOR ZARAGOZA, EX DIRECTOR GENERAL DE LA UNESCO:«LA GLOBALIZACIÓN ES UNA MENTIRA, SÓLO HE VISTO GLOBALIZADA LA POBREZA».
V. Montes/La Nueva España
«Hemos cambiado los derechos humanos por las leyes del mercado, los valores por los precios»
Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la UNESCO y ahora presidente de la Fundación Cultura de Paz, acudió ayer en Oviedo a la presentación del segundo Foro Solidario que organiza la Consejería de Justicia y Relaciones Exteriores, y que este año se celebrará en Langreo bajo el lema «Lucha contra la pobreza: nos haces falta».
-¿Qué objetivos persigue la Fundación que preside?
-Contribuir a que los ciudadanos del mundo comprendan que ha llegado el momento de la gente, de que todos cuenten y no sólo unos cuantos, de que el ciudadano se pueda expresar, disentir y aplaudir. La larga historia del sometimiento ha terminado y esto ha de llamarse paz. No es la paz de la seguridad, del silencio y la imposición, sino la paz de la justicia, la igualdad, la solidaridad y el respeto a la dignidad de todos los seres humanos.
-Su paso por la UNESCO le permitió adquirir una visión global de este planeta.
-Vi cosas terribles, presencié las consecuencias de las desigualdades, condiciones de vida intolerables, la muerte silenciosa, en el olvido, en el desamparo, de tanta gente... Por eso pensé que en mi regreso a España debía concienciar en educar para la paz y la participación ciudadana, para que nadie calle si cree que debe expresar una iniciativa. Por eso me preocupa ver a algunos políticos hoy en España que ante cualquier propuesta la rechazan y cualquier cambio se presenta como una afrenta a la unidad de España. Asistimos a una radicalización de los que no quieren que nada cambie para seguir teniendo los mismos privilegios que tuvieron históricamente.
-¿Y eso es posible ahora?
-En este siglo XXI, con los medios de comunicación, podemos tener una visión global del mundo para compadecer y sufrir con todos los demás. Las mejores maneras de luchar contra la violencia y la fuerza son la palabra y la evolución. Porque, si quieren que no haya una revolución, debe haber evolución; lo que sobra es la erre del radicalismo y la resistencia a cualquier reforma.
-Asistimos a un comienzo de milenio esperanzador, pero los acontecimientos de los últimos años parecen haber devuelto el pesimismo. ¿Qué nos cabe esperar de este comienzo de siglo?
-Es al revés. Lo que ha sucedido son espuelas. Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín, todos pensamos: «Ahora ha llegado el momento de dejar de producir armas para producir casas». Pero todo aquello se hundió, precisamente, porque se produjo una abdicación histórica de ideologías y creencias. Todos aceptamos, quizás, porque no nos dimos cuenta de lo que conllevaba: la sustitución de los valores humanos por los precios. Todos aceptamos una economía de mercado en lugar de una economía basada en la equidad, la justicia distributiva, los principios democráticos. ¡Qué disparate!
-Eran momentos de esperanza. Luego vinieron los del miedo.
-Al empezar el siglo se firmaron los objetivos del milenio, que deben guiar todas nuestras actividades en pos de un mundo mejor. Fue algo que firmaron los jefes de Estado, se lo recuerdo. Pero después se vuelve a la fuerza, a la invasión basada en el predominio militar, a las prácticas más abominables en el tratamiento de los prisioneros.
-Anteriormente hubo un atentado brutal, con miles de víctimas.
-Cuando se produce el ataque a los grandes símbolos de los Estados Unidos, todos -salvo algunos malvados- nos ponemos al lado de las víctimas y decimos que puede haber muchos errores pero nunca se justifica la violencia. Debemos buscar otras maneras de decirnos las cosas: ésa no es la forma. Sin embargo, lo que ha sucedido después es una expresión clara de que la represalia ha ido demasiado lejos, no ha sido propia de ese gran país que es Estados Unidos. Debe existir el mecanismo por el cual todos los implicados puedan encontrar soluciones que no sean el terrorismo suicida o la confrontación bélica o la invasión de un país basada en supuestos falsos, como en el caso de Irak. Esto, en lugar de hacernos caer en el abatimiento, nos debe hacer ver que tenemos que atrevernos a cambiar las cosas. No puede ser que todos los días nos gastemos en subsidio agrícola y armas 3.600 millones de dólares pero no tengamos dinero para acabar con el hambre, o hacer que la gente pueda vivir dignamente en sus lugares de origen y sin generar estos flujos migratorios de desesperados. Ahora, más que nunca, el cambio es posible.
-¿Qué papel desempeñan las nuevas tecnologías de la información?
-Tenemos medios de disentimiento que antes eran impensables. También es cierto que no están al alcance de todos; eso de la globalización es una mentira, lo único que yo he visto globalizado es la pobreza. Pero con esas herramientas las personas pueden decir sí o no, expresar su opinión. Ya no somos unos sujetos pacientes, resignados a lo que sucede, sino ciudadanos activos, participativos.
-Con todo, le recuerdo que en Afganistán se estaban violando derechos humanos. ¿No es ése un argumento para una intervención militar?
-Para eso están las Naciones Unidas, que precisamente fueron creadas por un presidente norteamericano, Roosevelt. Tras la guerra atroz que sacudió Europa, dijo que no podía tolerarse algo así. En 1933, Hitler ya decía en «Mein Kampf» que la raza aria era incompatible con la judía. Por eso, Roosevelt afirmaba que debía haber un sistema supranacional que impidiese que alguien así llegara a ser canciller de los alemanes.
-¿Y dónde está ahora ese espíritu inicial de Naciones Unidas?
-Después de 1989 aquella proclama de «nosotros los pueblos» se cambió por la de «nosotros los poderosos». Ahora tenemos un sistema unilateral. Usted tiene razón en decir que en Afganistán se violaban derechos humanos, pero debería ser una institución supranacional, en el contexto que indicaba Roosevelt, la que tomase esas decisiones. ¿Por qué en Camboya se dejó que del 75 al 79 Pol Pot eliminara a dos millones de personas de una población de ocho millones? ¿Y en Ruanda? ¿Y Somalia? ¿Por qué no? Hemos cambiado las Naciones Unidas por un solo país, que es el que manda. Hemos cambiado los derechos humanos por las leyes del mercado. Las Naciones Unidas deberían ser quienes dijesen en qué país intervenir, y a través de la fuerza, pero con los cascos azules.
-¿A estas alturas es posible recuperar esa visión de la ONU?
-En la Fundación que presido, a través de la Universidad Autónoma de Barcelona, trabajamos con una gran red para tratar de lograr una reforma innovadora de las Naciones Unidas. No cabe poner parches porque la situación está muy deteriorada. Le recuerdo que se dejó a los inspectores de ONU con la palabra en la boca en Irak y vimos aquella imagen de Aznar en esa esperpéntica cumbre de las Azores... Mientras, los inspectores decían que no era verdad que existiesen armas de destrucción masiva.
-¿Y qué es lo que propone?
-Por ejemplo, planteamos que la Asamblea General sea de verdad una expresión de los pueblos. Defendemos que en vez de que todos los representantes sean de los Estados, un tercio corresponda a ellos, otro tercio sea elegido por los ciudadanos y el tercio restante corresponda a grandes instituciones internacionales.
-¿Y poner fin a que se haga valer la posición del Gobierno de EE UU?
-¿Cómo puede Estados Unidos, conocida la situación en Guantánamo o de los prisioneros iraquíes, decir dónde no se cumplen los derechos del mundo? Todo eso no lo pueden discernir los comerciantes. Y le aseguro que no existe un sentimiento antinorteamericano, sino contrario a ciertos gobiernos que creyeron que la mejor manera de actuar es la fuerza.
-¿El hambre ya no es el principal problema del mundo?
-Desde los años ochenta para acá, las cosas no han ido bien, en términos globales. Se han producido beneficios en la mejora de la salud, pero a cambio se ha incrementado la esperanza de vida. Hay mucha más gente que vive más años. Y es cierto que muchos países han mejorado, piense por ejemplo en el milagro verde de la India, que ya ha logrado autoabastecerse en grano. Ahora el hambre ha quedado en general sustituido por algo que lo recubre, que es la pobreza. Y en la pobreza está la vergüenza del hambre.
-¿Portoalegre era impensable hace años?
-Ha sido algo maravilloso. Hasta entonces existía un movimiento antiglobalización pero que había actuado con cierta violencia, lo que dio argumentos a quienes no se mostraban a favor de él. Y en esa situación llega el encuentro de Brasil, en la que se dice que ese proceso debe llevarse a cabo sin violencia.
-Por último, ¿cuál es el secreto para permanecer tan idealista pese a los años?
-He pasado por diversas situaciones que me han enriquecido. Pero el idealismo no es más que el convencimiento de que muchos imposibles de hoy son posibles del mañana. Me gusta esa frase de Aníbal Barca: «Vamos a intentar encontrar nuevos caminos, y si no los encontramos, los inventamos». Y una anécdota. Yo era muy amigo de Cousteau. Recuerdo que le llamaba a participar en reuniones, aunque ya estaba muy mayor. En una de ellas, Cousteau dormitaba y de pronto alguien dijo: «Eso es imposible». Él abrió los ojos y dijo: «Si es imposible, me interesa».