Aprendiendo las lecciones de Irak

Joseph E. Stiglitz, 14/09/2008,
Project Syndicate

NUEVA YORK – El colapso de la economía ha reemplazado a la guerra de Irak como la cuestión más importante en la campaña electoral presidencial de Estados Unidos, en parte porque los norteamericanos llegaron a creer que la suerte ha cambiado en Irak: la "oleada" de tropas supuestamente atemorizó a los insurgentes, lo que redundó en una disminución de la violencia. Las implicancias son claras: una muestra de poder significa un triunfo.

Es precisamente este tipo de razonamiento machista lo que llevó a Estados Unidos a la guerra en Irak por empezar. La guerra estaba pensada como una demostración de poder estratégico de poderío militar. Por el contrario, la guerra dejó al descubierto sus limitaciones. Es más, socavó la verdadera fuente de poder de Estados Unidos -su autoridad moral.

Los acontecimientos recientes acentuaron los riesgos de la estrategia de la administración Bush. Siempre resultó claro que el momento de la partida de Estados Unidos de Irak podría no ser su elección -a menos que quisiera violar el derecho internacional una vez más-. Ahora, Irak exige que las tropas de combate norteamericanas se marchen en los próximos doce meses, y que todas las tropas ya se hayan ido en 2011.

Sin duda, la reducción de la violencia es bienvenida, y la oleada de tropas puede haber incidido de alguna manera. Sin embargo, el nivel de violencia, si tuviera lugar en cualquier otra parte del mundo, ocuparía los titulares; sólo que en Irak nos curtimos tanto frente a la violencia que es un buen día si sólo fueron asesinados 25 civiles.

Y el papel de la oleada de tropas en cuanto a reducir la violencia en Irak no es claro. Otros factores probablemente fueron mucho más importantes, entre otros el soborno a insurgentes sunitas para que combatieran con Estados Unidos contra Al Qaeda. Pero esa sigue siendo una estrategia peligrosa. Estados Unidos debería estar trabajando para crear un gobierno fuerte y unificado, en lugar de fortalecer a milicias sectarias. Ahora el gobierno iraquí tomó conciencia de los peligros y comenzó a arrestar a algunos de los líderes a quien el gobierno norteamericano ha estado respaldando. Las perspectivas de un futuro estable parecen cada vez más sombrías.

Ese es el punto clave: el objetivo de la oleada de tropas era ofrecer espacio para un acuerdo político, que ofrecería los cimientos de una estabilidad a largo plazo. Ese acuerdo político nunca se produjo. De manera que, como con los argumentos utilizados para justificar la guerra, y las medidas de su éxito, el razonamiento detrás de la oleada, también, sigue cambiando.

Mientras tanto, los costos militares y de oportunidades económicas de esta desventura se han vuelto cada vez más evidentes. Incluso si Estados Unidos hubiera alcanzado la estabilidad en Irak, ésta no habría asegurado una victoria en la "guerra contra el terrorismo", mucho menos un éxito en cuanto a alcanzar objetivos estratégicos más amplios. Las cosas, cuanto menos, no han estado saliendo bien en Afganistán, y Pakistán cada vez parece más inestable.

Es más, la mayoría de los analistas coinciden en que, al menos parte del razonamiento detrás de la invasión de Georgia por parte de Rusia, que encendió los temores a una nueva Guerra Fría, fue su confianza en que, con las fuerzas armadas de Estados Unidos ocupadas con dos guerras fallidas (y mal desplegadas por una política de no reemplazar los recursos militares tan rápido como se agotan), había poco que Estados Unidos pudiera hacer para responder el ataque. Los cálculos de Rusia resultaron acertados.

Hasta el país más grande y más rico del mundo tiene recursos limitados. La guerra de Irak ha sido financiada enteramente por el crédito; y en parte por eso, la deuda nacional de Estados Unidos aumentó dos terceras partes en apenas ocho años.

Pero las cosas no cesan de empeorar: se espera que el déficit sólo para 2009 sea superior a medio billón de dólares, excluyendo los costos de los rescates financieros y el segundo paquete de estímulo que, a decir de casi todos los economistas, hoy es urgentemente necesario. La guerra, y la manera en que se la condujo, redujeron el espacio de maniobras de Estados Unidos y casi seguramente agravarán y prolongarán la caída económica.

La idea de que la oleada de tropas fue exitosa es especialmente peligrosa porque los resultados de la guerra de Afganistán no son tan buenos. Los aliados europeos de Estados Unidos se están cansando de las batallas interminables y del incremento de las bajas. La mayoría de los líderes europeos no están tan entrenados en el arte del engaño como la administración Bush; les cuesta mucho más ocultarles los números a sus ciudadanos.

Los británicos, por ejemplo, son plenamente conscientes de los problemas con los que se encontraron con frecuencia en su era imperial en Afganistán. Estados Unidos, por supuesto, seguirá presionando a sus aliados, pero la democracia tiene una manera de limitar la efectividad de este tipo de presión. La oposición popular a la guerra de Irak hizo imposible que México y Chile cedieran ante la presión norteamericana en las Naciones Unidas para respaldar la invasión; los ciudadanos de esos países terminaron teniendo razón.

Pero en Estados Unidos, la idea de que la oleada de tropas "funcionó" hoy lleva a muchos a sostener que se necesitan más tropas en Afganistán. Es verdad, la guerra en Irak distrajo la atención norteamericana de Afganistán. Pero los fracasos en Irak son una cuestión de estrategia, no de fuerza de tropas. Es hora de que Estados Unidos, y Europa, aprendan las lecciones de Irak -o, más bien, vuelvan a aprender las lecciones de prácticamente todos los países que intentan ocupar a otro y determinar su futuro.

Joseph E. Stiglitz, profesor de Economía en la Universidad de Columbia, y ganador del premio Nobel de Economía en 2001, es autor, junto con Linda Bilmes, de The Three Trillion Dollar War: The True Costs of the Iraq Conflict.

Copyright: Project Syndicate, 2008.
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Traducción de Claudia Martínez

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