El advenimiento de la estanflación
Joseph E. Stiglitz, 16/01/2008, Project SyndicateNueva York - La economía mundial ha tenido varios años buenos. El crecimiento global ha sido fuerte y la división entre el mundo en desarrollo y el mundo desarrollado se ha achicado -la India y China lideran el camino, con un crecimiento del PBI del 11,1% y 9,7% en 2006, y 11,5% y 8,9% en 2007, respectivamente. Incluso a áfrica le ha estado yendo bien, con un crecimiento superior al 5% en 2006 y 2007.
Sin embargo, los buenos tiempos pueden estar llegando a su fin. Durante años existió la preocupación sobre los desequilibrios globales causados por el gigantesco endeudamiento estadounidense en el exterior. Estados Unidos, a su vez, dijo que el mundo debería estar agradecido: al vivir más allá de sus posibilidades, el país ayudó a mantener en marcha la economía global, especialmente dadas las altas tasas de ahorro en Asia, que acumuló cientos de miles de millones de dólares en reservas. Pero siempre se admitió que el crecimiento de Estados Unidos bajo el gobierno del presidente George W. Bush no era sostenible. Hoy el día del juicio final asoma amenazadoramente.
La guerra mal concebida de Estados Unidos en Irak ayudó a alimentar una cuadruplicación de los precios del petróleo desde 2003. En los años 1970, los shocks petroleros derivaron en inflación en algunos países, y en recesión en otras partes, mientras los gobiernos aumentaban las tasas de interés para combatir los precios en suba. Y algunas economías enfrentaron lo peor de ambos mundos: la estanflación.
Hasta ahora, tres factores críticos ayudaron al mundo a capear los crecientes precios del petróleo. Primero, China, con sus enormes incrementos de productividad -basados en altos niveles de inversión, inclusive en educación y tecnología-, exportó su deflación. Segundo, Estados Unidos aprovechó esta situación reduciendo las tasas de interés a niveles sin precedentes, generando una burbuja inmobiliaria, con hipotecas disponibles para cualquiera sin un sistema de supervivencia. Finalmente, los trabajadores de todo el mundo padecieron el castigo, aceptando salarios reales más bajos y una menor participación del PBI.
Ese juego se terminó. China hoy enfrenta presiones inflacionarias. Es más, si Estados Unidos convence a China de permitir que se aprecie su moneda, el costo de vida en Estados Unidos y otras partes aumentará. Y, con el aumento de los biocombustibles, los mercados de alimentos y energía se han integrado. Combinado con una mayor demanda de parte de aquellos con ingresos más altos y suministros reducidos debido a problemas asociados con el cambio climático, esto implica precios de alimentos elevados -una amenaza letal para los países en desarrollo.
Las perspectivas de que la orgía de consumo de Estados Unidos continúe también son débiles. Aún si la Reserva Federal de Estados Unidos sigue recudiendo las tasas de interés, los prestadores no saldrán corriendo a otorgar más hipotecas incobrables. Con los precios inmobiliarios en caída, serán menos los norteamericanos que quieran y puedan seguir adelante con su libertinaje.
La administración Bush espera, de alguna manera, anticiparse a una ola de ejecuciones hipotecarias -trasladando así los problemas de la economía al próximo presidente, de la misma manera que lo está haciendo con el lodazal iraquí-. Sus posibilidades de éxito son escasas. Para Estados Unidos hoy, el verdadero interrogante es si habrá una depresión breve y estrepitosa o una desaceleración más prolongada, pero menos profunda.
Es más, Estados Unidos ha estado exportando sus problemas al extranjero, no sólo vendiendo hipotecas tóxicas y malas prácticas financieras, sino a través del dólar cada vez más débil, en parte consecuencia de macropolíticas y micropolíticas erróneas. A Europa, por ejemplo, le resultará cada vez más difícil exportar. Y, en una economía mundial que se había basado en los cimientos de un "dólar fuerte", la consiguiente inestabilidad del mercado financiero les resultará costosa a todos.
Al mismo tiempo, ha habido una masiva redistribución global de los ingresos de los importadores de petróleo a los exportadores de petróleo -una cantidad desproporcionada de los cuales son estados antidemocráticos- y de los trabajadores en todas partes a los muy ricos. No resulta claro si los trabajadores seguirán aceptando caídas en sus niveles de vida en nombre de una globalización desequilibrada cuyas promesas parecen cada vez más evasivas. En Estados Unidos, se puede sentir cómo se acrecientan las repercusiones negativas.
Para quienes piensan que una globalización bien administrada potencialmente puede beneficiar tanto a los países desarrollados como en desarrollo, y para quienes creen en la justicia social global y la importancia de la democracia (y la vibrante clase media que la sustenta), todas estas son malas noticias. Los ajustes económicos de esta magnitud son siempre dolorosos, pero el dolor económico hoy es mayor porque los ganadores son menos proclives a gastar.
De hecho, el lado contrapuesto a "un mundo inundado de liquidez" es un mundo que enfrenta una demanda total deprimida. En los últimos siete años, el gasto desbocado de Estados Unidos cubrió la brecha. Hoy el gasto tanto de los hogares como del gobierno en Estados Unidos probablemente se frene, ya que los candidatos presidenciales de ambos partidos prometen un retorno a la responsabilidad fiscal. Después de siete años en los que Estados Unidos ha visto aumentar su deuda nacional de 5,6 billones a 9 billones de dólares, estas serían buenas noticias -pero el momento no podía ser peor.
Existe un elemento positivo en este paisaje sórdido: las fuentes de crecimiento global hoy son más diversas que hace una década. Los verdaderos motores del crecimiento global en los últimos años han sido los países en desarrollo.
No obstante, el crecimiento más lento -o posiblemente una recesión- en la mayor economía del mundo inevitablemente tiene consecuencias globales. Habrá una desaceleración global. Si las autoridades monetarias responden adecuadamente a la creciente presión inflacionaria -reconociendo que gran parte de la misma es importada, y no el resultado de una excesiva demanda doméstica-, tal vez podamos sortearla. Pero si aumentan las tasas de interés inexorablemente para cumplir con los objetivos inflacionarios, deberíamos estar preparados para lo peor: otro episodio de estanflación.
Si los bancos centrales recorren este camino, sin duda lograrán extirpar a la inflación del sistema. Pero el costo -en pérdidas de empleos, de salarios y de hogares- será enorme.
Joseph Stiglitz es premio Nobel de Economía. Su último libro es Making Globalization Work.
Copyright: Project Syndicate, 2008.
Traducción de Claudia Martínez