El desarrollo de la ciudadanía ecológica en los ámbitos político, social y tecnólogico

Josep Vives-Rego para Globalízate, 12/03/2014

La edad media estuvo caracterizada por un modo de gobierno feudal, donde el poder político se concentraba en una sola persona, o en muy pocas, y era respaldado por un poder ideológico sustentado en las leyes divinas. Así pues, la voluntad de los gobernantes se encontraba esencialmente legitimada por el poder supremo de la divinidad. El contractualismo moderno, que nace con Hobbes y la división de poderes, basado principalmente en las ideas de Locke y Montesquieu marcan las formas políticas fundamentales de la modernidad. La principal idea que podemos extraer para nuestro tema de estas complejas ideas políticas es que el ciudadano ecológico se mantiene dentro de estas coordenadas, así como de las de la democracia moderna. Una característica básica del ecologismo político reside en la inclusión de la Naturaleza dentro del alcance del pacto político. Como hemos descrito más arriba, la Naturaleza ya no puede ser considerada como un simple contenedor de recursos. Su importancia es fundamental porque es en ella y gracias a ella por lo que puede existir nuestra especie. De esta manera, las acciones políticas, económicas y tecnocientíficas no pueden ir en contra del receptáculo mismo de la vida. Por tanto, el político ecologista debería asumir como deber el mandato fundamental de la Naturaleza.

El ciudadano ecológico y el político ecologista pretenden alcanzar el poder político necesario para sus objetivos a través de la concertación. Sobre todo en períodos no electorales, sus armas son, además de la acción concertada, incentivar la participación de la sociedad civil, las actuaciones centradas en las estrategias de consumo responsable, las reivindicaciones de protección del paisaje y el medioambiente locales e incluso el boicotear productos o instituciones que considera que dañan o arriesgan la sostenibilidad y el medioambiente. Estas actitudes socio-políticas van a generar una dualidad entre el formar parte de la sociedad sin perder su individualidad y a la vez cambiar la sociedad por incorporación de su individualidad en los diferentes estamentos sociales. Es decir, deberá adaptarse a la sociedad, pero para hacerlo desde su perspectiva ecológica deberá innovar con permanentes cambios tanto tecnológicos como sociales e individuales. Todo ello va a requerir una importante dosis de tiempo, esfuerzos y creatividad que no todos podrán o estarán en condiciones de aplicar de modo más o menos permanente.

El futuro sostenible debe basarse en un juego de poderes en el que el elemento social y la ética, marquen la dirección de la sostenibilidad a la política y a la economía. Debe decirse con la máxima claridad y rotundidad que no podemos dejar el futuro sostenible en las manos de los mercados ni de los poderes financieros ni de las estructuras políticas que estos favorecen. La ciudadanía y las entidades sociales deben ser consultados, deben participar y deben tener una presencia fuerte y orientadora. En definitiva, para que esto sea posible debemos profundizar en la democracia y encontrar nuevas formas de participación ciudadana. Así pues, resulta más evidente que nunca la necesidad de formar ciudadanos responsables y conscientes de su papel activo. El ciudadano ecológico se preocupa por la educación como instrumento básico para conseguir llevar a la sociedad a un grado de maduración óptimo sin el cual la participación política es impensable.

Por otro lado, cualquier tipo de innovación ya sea tecnológica o social, conlleva el riesgo de que fracase. Este fracaso puede tener causas tecnológicas o simplemente sociales, por ejemplo cuando amplios sectores de la población rechazan ciertas tecnologías o comportamientos sociales. En cualquier caso, debe contemplarse que, por lo que respecta a la tecnociencia, las combinaciones de innovación y conservadurismo pueden ser las mejores opciones para alcanzar la sostenibilidad. Es decir, no debe descartarse una defensa coherente del inmovilismo o conservadurismo, entendidos como una defensa de aquellos planteamientos tecnocientíficos que sabemos que funcionan desde hace tiempo y que no han puesto de manifiesto problemas substanciales. El tránsito a innovaciones, tanto tecnológicas como sociales, que rompan con las practicas establecidas y la inercia colectiva sólo debe darse cuando haya garantías de que las mejoras sean substanciales y que los riesgos (que nunca pueden excluirse de modo absoluto) sean lo más reducidos posibles, además de que sean asumibles por todos los individuos y sociedades potencialmente afectados.

Otro elemento no menor es la capacidad que tiene la sociedad para actuar jurídicamente y de rechazar las innovaciones que no sean vistas como necesarias o positivas. El ciudadano ecológico debe evitar el rechazo social y la estigmatización que le presente como transgresor de lo establecido, puesto que provocaría un rechazo social que comprometería las actuaciones dirigidas a la sostenibilidad tanto en el presente como en el futuro. De hecho todas las sociedades humanas han impuesto normas y leyes para enmarcar el comportamiento de la colectividad a un patrón común. Sin embargo, el éxito de ese patrón común se fundamenta en que la mayoría de los componentes de la sociedad se vean identificados, estén convencidos de su necesidad y a su vez puedan prever las acciones de los demás miembros de la colectividad. Estos son los objetivos que debe plantearse el ciudadano ecológico, puesto que llegados a este punto, serán los propios individuos los que se esforzarán (limitando incluso su propia libertad y confort) para adaptarse a ese marco legal que finalmente permita la necesaria sostenibilidad del sistema.

Esta nota proviene del artículo: M. Cano y J. Vives-Rego. 2013. El ciudadano ecológico: reflexiones sobre algunos contextos sociales y elementos cosmovisionales. Sociología y Tecnología (aceptado) https://sites.google.com/site/sociologiaytecnociencia/home/no-3-vol-1-2013.

 

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