Don Quijote cabalga de nuevo
José Cueli, 22/01/2005, La JornadaEL QUIJOTE CABALGA DE NUEVO
A 400 años de su publicación o mejor dicho de su nacimiento, ya que El Quijote tiene vida propia, el ingenioso hidalgo de La Mancha cabalga con más donaire que nunca. La magistral novela del genio de todos los tiempos ha sido traducida a multitud de lenguas y leída por varias generaciones.
Después de cuatro centurias El Quijote sigue cautivando las mentes de millones de lectores que encuentran en él algo más que un buen texto; de hecho, creo que con justicia podría hablarse de un ''fenómeno" con múltiples manifestaciones que constituye una lectura siempre renovada, una filosofía de vida, un misterio que, como las dos caras de una moneda, revela un misterio y a la vez encierra un enigma.
Ríos de tinta han corrido en torno de la monumental obra de Miguel de Cervantes. Muchos eruditos y estudiosos concienzudos de la obra pertenecientes a diversas disciplinas humanísticas han encontrado una veta inacabable en su riqueza para pensar y repensar la naturaleza humana. Inclusive el sicoanálisis es beneficiario de esa obra.
En una emotiva carta que Sigmund Freud dirige a su traductor al español, Luis de Ballesteros, le comenta que aprendió de manera autodidacta ''la hermosa lengua castellana" para tener el placer de leer El Quijote en el original cervantino.
Hay en este singular ''fenómeno" tres vetas que merecen un estudio por separado, aunque nos resulte un tanto arbitrario establecer las fronteras entre el escritor, la novela y el carismático personaje.
Existe en El Quijote, en principio, un fenómeno singular entre el personaje y el escritor. Si bien es común que ante un buen libro el personaje central o los personajes adquieren ante el lector una imagen clara e individualizada, en el caso de esa novela el personaje adquiere vida propia en el más amplio sentido de la palabra. Se erige monumental ante los ojos del lector y parece que tironea de la pluma de Cervantes posesionándose del escritor para escribir él mismo, el caballero de la triste figura, su historia a su antojo. Quizá es por ello que el lector también poseído, en ocasiones por El Quijote, el soñador, y otras veces por el buen Alonso Quijano, cabalga, navega, vuela, se conmueve, se enfurece y hasta se enloquece transitando en las sutiles fronteras de la cordura y la locura, de lo grotesco y lo sublime, entre la fantasía y la realidad, entre el amor más exaltado y el abandono más conmovedor. Es la vida-muerte con sus innumerables matices la que fluye por las venas del Quijote que se nos mete hasta la médula para sacudirnos y cimbrar hasta las fibras más íntimas del alma. El caballero andante se convierte entonces en un espejo de doble faz, las molinos de viento se nos convierten en nuestros propios monstruos y el amor sin límites ni fronteras que experimenta por la dama del Toboso nos remite a nuestro amor primordial. Su locura (o cordura) nos despierta a nuestros propios fantasmas y nos deja desnudos, inermes, enfrentándonos a nuestro desamparo originario y se hace patente nuestra dolorosa incompletud, esa fiel acompañante que nunca nos abandona y que El Quijote muestra sin ambages. Nos recuerda que estamos solos en el mundo. Cualquier lugar puede ser aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre no queremos o no podemos acordarnos.
Así, desde nuestro primer encuentro con este personaje humano, demasiado humano, caemos en una especie de encantamiento que nos conduce desde lo más sublime hasta lo más siniestro, en una imagen especular y, por tanto, para quien logra entrever, la grandeza del personaje, no abandona nunca este entrañable vínculo.