Hacia una globalización ilustrada
Jeffrey D. Sachs, 07/11/2005, El PaísCuando ya se ha dicho y hecho todo, el movimiento an-tiglobalización debería movilizar su vasto compromiso y fuerza moral en un movimiento proglobalización en defensa de una globalización que abordara las necesidades de los más pobres de entre los pobres, del medio ambiente global y de la extensión de la democracia.
Ése es el tipo de globalización propugnada por la ilustración; una globalización de las democracias, la acción multilateral, la ciencia y la tecnología, y un sistema económico global concebido para satisfacer las necesidades humanas. Podríamos llamar a esto "globalización ilustrada".
¿Cuál sería entonces el enfoque de un movimiento de masas orientado hacia la globalización ilustrada? Sería, primera y principalmente, un enfoque sobre la conducta de los Gobiernos ricos, sobre todo del Gobierno rico más poderoso y caprichoso: Estados Unidos. Insistiría en que Estados Unidos y otros países ricos hicieran honor a sus compromisos para ayudar a los pobres a escapar de la pobreza, así como a los compromisos de poner límite a la degradación medioambiental, incluido el cambio climático producido por el hombre y la pérdida de la biodiversidad. Este tipo de movimiento continuaría iluminando con sus focos la responsabilidad de las empresas, pero urgiría a que las multinacionales importantes hicieran más inversiones en los países más pobres, en lugar de cada vez menos. En vez de centrarse en impedir el comercio y la inversión, insistiría en que la Organización Mundial del Comercio mantuviera los compromisos políticos formulados en Doha y en otros lugares para garantizar que los países más pobres tuvieran acceso a los mercados de los países más ricos.
Y lo que sería quizá más importante en un futuro inmediato: un movimiento de esta naturaleza presionaría a Estados Unidos para que pusiera fin a sus fantasías de imperio y acción unilateral y se sumara a la comunidad mundial en los procesos multilaterales. Los llamamientos de los neoconservadores en defensa de un imperio estadounidense son fantasías, pero se trata de fantasías muy peligrosas. No entienden dos cuestiones básicas sobre el mundo en que vivimos. En primer lugar, Estados Unidos representa sólo el 4,5% de la población mundial y alrededor del 20% de la renta mundial si la medimos en paridad de poder adquisitivo. Para el año 2050, la proporción de población puede disminuir ligeramente, pero es probable que la proporción de PNB descienda de un modo bastante más acusado, quizá a sólo un 10% de la renta. Sencillamente, Estados Unidos no goza de un margen de beneficio económico suficiente para sustentar ninguna tentativa real de ser un imperio global, con independencia de lo acertada o desacertada que pueda ser una idea así. Por extraño que parezca, la guerra a pequeña escala en Irak ha puesto a prueba al personal militar y a las finanzas públicas estadounidenses. Y como la opinión pública no estaba en modo alguno interesada en pagar realmente la guerra con sus impuestos, la Administración de Bush ha tenido que financiarla mediante déficit presupuestarios.
Conquistar pero no dominar
En segundo lugar, aunque Estados Unidos cuenta con un vasto poderío militar, la utilización de esa fuerza para extraer un beneficio político es bastante limitada. Como demuestra la guerra de Irak, Estados Unidos puede conquistar, pero no puede dominar. Lo que los neoconservadores sencillamente no comprendieron es que la era en que las poblaciones extranjeras podrían tolerar razonablemente el dominio estadounidense terminó hace medio siglo. Estados Unidos no fue recibido en Irak como libertador, sino más bien como ocupante, un giro de los acontecimientos que era completamente predecible salvo, según parece, para los neoconservadores, que viven divorciados de las realidades actuales. La ideología política dominante en nuestro tiempo es el nacionalismo y la autodeterminación, y en el mundo en vías de desarrollo esa ideología se volvió inmensamente más fuerte a lo largo del siglo XX, a medida que la alfabetización se extendía y la naturaleza arbitraria y cínica del dominio colonial quedaba dolorosamente de manifiesto.
El carácter unilateral y militarista de la Administración de Bush también se ha visto alimentado por otra poderosa fuerza. Aludí con anterioridad al hecho de que muchos millones de estadounidenses conforman sus creencias sobre política exterior no evaluando los intereses nacionales estadounidenses, sino interpretando la profecía bíblica. Cuando Estados Unidos invadió Irak y Afganistán, millones de cristianos fundamentalistas estadounidenses debatieron si el auge del terrorismo y el conflicto de Oriente Próximo indicaban los últimos días de la profecía. La serie de novelas de ficción Left Behind, basada en la profecía fundamentalista, ha vendido decenas de millones de ejemplares que escenifican un futuro Armagedón. Quienes creen en estas doctrinas conformaron un poderoso electorado en el seno de la coalición política de Bush. Si la política exterior estadounidense cae presa no sólo del influjo del sesgo unilateral o del neoimperialismo descabellados, sino también del de la profecía bíblica irracional, los riesgos del mundo se verán multiplicados de modo extraordinario.
A medida que la prosperidad global se aceleraba durante los últimos dos siglos, cada generación era llamada a enfrentarse a nuevos desafíos en lo relativo a la extensión de las posibilidades del bienestar humano. Algunas se han enfrentado al desgarrador desafío de defender la propia razón frente a la irracionalidad y la brutalidad masiva del comunismo, el fascismo y otros totalitarismos del siglo XX. Otras se han visto bendecidas por la oportunidad de expandir el ámbito de la libertad y la razón humanas, arrebatadas a la guerra y dotadas de herramientas cada vez más poderosas para mejorar la condición humana. Nuestra generación vive una paz precaria, una paz amenazada tanto por el terrorismo como por la respuesta abiertamente militarista de Estados Unidos; pero se trata de una paz sobre la que podemos construir si conseguimos mantenerla. Acabar con la pobreza es el gran reto de nuestro tiempo; un compromiso que no sólo nos aliviaría del sufrimiento masivo y extendería el bienestar económico, sino que también promovería los otros objetivos ilustrados de la democracia, la seguridad mundial y el progreso de la ciencia.
¿Cómo puedo creer, me preguntan muchas veces, que unas sociedades materialistas y volcadas hacia el interior como las de Estados Unidos, Europa y Japón pueden asumir un programa de mejoras sociales, máxime si éste se dirige a las gentes más pobres del planeta? ¿Acaso las sociedades no son cortas de miras, egoístas e incapaces de responder a las necesidades de otras sociedades? Creo que no. Otras generaciones han triunfado a la hora de aumentar el alcance de la libertad y el bienestar humanos mediante una combinación de esfuerzo, persuasión, paciencia y las profundas ventajas de situarse en el lado adecuado de la historia. Me vienen a la memoria tres grandes desafíos generacionales en los que se confirmaron los derechos de los pobres y los débiles. Estos tres ejemplos sirven de inspiración y guía para nuestra época: el fin de la esclavitud, el fin del colonialismo y los movimientos por los derechos civiles y contra el apartheid. (...)
Los pasos que debemos dar
Ha llegado el momento de poner fin a la pobreza, aun cuando nos quede por delante mucho trabajo. He diagnosticado por qué la pobreza extrema persiste en medio de una riqueza inmensa. He señalado los pasos concretos que nos permitirían abordar y superar esta pobreza. He mostrado que los costes de la acción son reducidos, en realidad una parte minúscula de los costes de la inacción. He elaborado un calendario hasta el año 2025, incluido un estadio intermedio de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el año 2015. He mostrado cómo los organismos internacionales fundamentales pueden contribuir al proceso que nos espera. Y, sin embargo, debemos llevar a cabo estas tareas en un contexto de inercia mundial, tendencia a la guerra y a los prejuicios y un comprensible escepticismo de todo el mundo ante el hecho de que esta vez puede ser distinta de las anteriores.
Sí, en esta ocasión puede ser diferente; veamos nueve pasos para alcanzar ese objetivo.
El primer paso es el compromiso con esta tarea. Oxfam y muchas otras instituciones líderes de la sociedad civil han abrazado un objetivo: convertir la pobreza en historia. El mundo en su conjunto exige ahora abrazar ese objetivo. Nos hemos comprometido a reducir la pobreza a la mitad para el año 2015. Comprometámonos a acabar con la pobreza extrema en el año 2025.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio constituyen el primer paso para acabar con la pobreza. Son concretos, están cuantificados y ya están acordados en un Pacto Global entre Ricos y Pobres. La comunidad internacional no sólo debería reiterar su compromiso con estos objetivos, sino que los dirigentes deberían adoptar un plan global concreto para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio similar al esbozado en el capítulo 15, el cual se refleja con detalle en el Proyecto del Milenio de la ONU.
Alzar la voz de los pobres
Mahatma Gandhi y Martin Luther King hijo no esperaron a que los ricos y los poderosos fueran en su rescate. Formularon su llamamiento a la justicia y se mantuvieron firmes ante la arrogancia y el desdén oficiales. Los pobres no pueden esperar a que los ricos formulen el llamamiento a la justicia. El G-8 nunca defenderá acabar con la pobreza mientras los pobres guarden silencio. Ha llegado el momento de que las democracias del mundo pobre -Brasil, la India, Nigeria, Senegal, Suráfrica y otras docenas más- se unan para proclamar el llamamiento a la acción. La voz de los pobres está empezando a encontrar una caja de resonancia en el G-3 (Brasil, la India, Suráfrica), en el G-20 (un grupo comercial que negocia en el marco de la OMC) y en otros lugares. El mundo necesita oír más.
El país más rico y poderoso del mundo, líder y ejemplo de los ideales democráticos desde hace mucho tiempo, se ha convertido en el país más temido y divisivo de los últimos años. La autoatribuida búsqueda de Estados Unidos de una supremacía y libertad de acción incontestables ha resultado un desastre, y representa uno de los mayores riesgos para la estabilidad mundial. La falta de participación estadounidense en iniciativas multilaterales ha menoscabado la seguridad del planeta y el progreso hacia la justicia social y la protección del medio ambiente.
Sus propios intereses se han visto perjudicados por esta orientación unilateral. Forjado en el crisol de la ilustración, Estados Unidos puede convertirse en un adalid de la globalización ilustrada. Será necesaria la acción política dentro y fuera de Estados Unidos para que recupere su función en la senda hacia la paz y la justicia mundiales.
Es necesario que nuestras principales instituciones económicas internacionales desempeñen un papel decisivo para acabar con la pobreza en el mundo. Cuentan con la experiencia y la sofisticación técnica necesarias para desempeñar un papel importante. Disponen de la motivación interna de un equipo profesional extraordinario. Sin embargo, se han utilizado muy mal, desaprovechado incluso, como organismos acreedores en lugar de como instituciones internacionales que representen a la totalidad de sus 182 Gobiernos miembros. Ha llegado el momento de recuperar el papel internacional de estas instituciones, de forma que dejen de ser servidoras de los Gobiernos acreedores y se conviertan en defensoras de la justicia económica y la globalización ilustrada.
Reforzar Naciones Unidas
No sirve de nada culpar a la ONU de los pasos en falso de los últimos años. Hemos tenido la ONU que han determinado los países poderosos del mundo, sobre todo Estados Unidos. ¿Por qué los organismos de la ONU funcionan peor de lo que deberían? No se debe a la burocracia de la ONU, aunque la hay, sino a que los países ricos se muestran reticentes a ceder mayor grado de autoridad a los organismos internacionales, al temer ver con ello reducida su propia capacidad de maniobra. Los organismos especializados de la ONU deben desempeñar un papel central para acabar con la pobreza. Ha llegado el momento de fortalecer los criterios del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, de la Organización Mundial de la Salud, de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, y de muchos otros para que lleven a cabo su labor -sobre el terreno, país a país-, esa labor para la que cuentan con una capacidad de liderazgo excepcional, ayudando a los más pobres de entre los pobres a que utilicen la ciencia y la tecnología modernas para superar la trampa de la pobreza.
Desde los comienzos mismos de la revolución industrial, la ciencia ha sido la clave del desarrollo, el fulcro mediante el cual la razón se traduce en tecnologías de progreso social. Como predijo Condorcet, la ciencia ha permitido realizar avances tecnológicos en el campo de la producción de alimentos, la sanidad, la gestión medioambiental y otros innumerables sectores básicos de producción y satisfacción de las necesidades humanas. Sin embargo, la ciencia tiende a verse arrastrada por las fuerzas del mercado, así como a encabezarlas. He señalado en reiteradas ocasiones que no debe extrañarnos que los ricos se enriquezcan más en un ciclo continuo de crecimiento endógeno, mientras que los más pobres de entre los pobres queden a menudo al margen de este círculo virtuoso. A pesar de que sus necesidades son específicas -determinadas por enfermedades, cultivos o condiciones ecológicas muy concretas-, la ciencia mundial hace caso omiso de sus problemas. Así pues, es necesario comprometerse de forma específica para realizar un esfuerzo especial en la ciencia a escala mundial, encabezada por los centros de investigación científica oficiales, académicos e industriales, con el fin de abordar los desafíos de los pobres para los que todavía no se ha encontrado respuesta. La financiación pública, la filantropía privada y las fundaciones sin ánimo de lucro tendrán que respaldar estos compromisos, precisamente porque no bastarán las fuerzas del mercado por sí solas.
Si bien determinadas inversiones en el ámbito de la salud, la educación y las infraestructuras pueden desactivar la trampa de la pobreza extrema, la creciente degradación medioambiental a escala local, regional y planetaria amenaza la sostenibilidad a largo plazo de todos nuestros beneficios sociales. Acabar con la pobreza extrema puede aliviar muchas de las presiones que sufre el entorno.Cuando los hogares depauperados son más productivos en sus explotaciones agrarias, reciben menos presión para talar bosques cercanos en busca de nuevas tierras de cultivo. Cuando la probabilidad de que los niños sobrevivan es muy alta, los hogares reciben menos estímulos para mantener tasas de fecundidad muy elevadas, con los consiguientes inconvenientes del rápido crecimiento demográfico. No obstante, aun cuando la pobreza extrema desaparezca, habrá que abordar incluso la degradación medioambiental derivada de la contaminación industrial y el cambio climático a largo plazo asociados al uso masivo de combustibles. Existen formas de afrontar estos desafíos medioambientales sin renunciar a la prosperidad (por ejemplo, construyendo centrales térmicas más inteligentes que recojan y eliminen las emisiones de dióxido de carbono e incrementando el uso de fuentes de energía renovables). Al tiempo que invertimos en acabar con la pobreza extrema, debemos enfrentarnos al vigente desafío de invertir en la sostenibilidad de los ecosistemas del mundo.
Compromiso personal
En todo caso, al final todo ello revierte sobre nosotros mismos como individuos. Trabajando al unísono, los individuos constituyen y dan forma a las sociedades. Los compromisos sociales son compromisos personales. Las grandes fuerzas sociales, nos recordaba enérgicamente Robert Kennedy, son la acumulación de acciones individuales. Sus palabras cobran hoy más fuerza que nunca:
"Que nadie se sienta desanimado por la creencia de que no existe nada que un hombre o una mujer puedan hacer para combatir la infinidad de males en el mundo; la miseria y la ignorancia, la injusticia y la violencia. Pocos tendrán la grandeza de moldear la historia entera; pero cada uno de nosotros trabaja para modificar una pequeña parte de los acontecimientos, y el resultado total de todas esas acciones aparecerá escrito en la historia de esta generación...".
"Es a partir de los innumerables y variados actos de coraje y fe como se conforma la historia de la humanidad. Cada vez que un hombre defiende un ideal, actúa para mejorar la suerte de otros o lucha contra una injusticia, transmite una onda diminuta de esperanza. Esas ondas se cruzan con otras desde un millón de centros de energía diferentes y se aventuran a crear una corriente que puede derribar los muros más poderosos de la opresión y la resistencia".
Que el futuro diga de nuestra generación que envió poderosas corrientes de esperanza y que trabajamos juntos para sanar el mundo.