Europa podría volver a ser un ejemplo que inspirase al mundo

Jan Joost, 24/02/2016

Antes de decir por qué pienso que Dijsselbloem y Varoufakis son demagogos en su defensa del euro, permítanme poner de relieve la razón de que no me guste llamar demagogo a nadie. Usé el término en los posts anteriores, referentes a las críticas de Robert Triffin a sus colegas. Me parecía un poco demagógico llamar demagogo a otro, y a veces yo mismo siento que lo soy...

¿Por qué pienso que Dijsselbloem y Varoufakis son 'demagogos' por defender el euro?
Porque el sistema monetario del euro es menos racional y menos beneficioso para sus ciudadanos de lo que ellos pretenden que es o que pueda ser. En opinión de Dijsselbloem, el sistema del euro es racional y solo necesita algunas mejoras. Varoufakis no piensa que sea racional y ve necesario democratizarlo y basarlo en una diagnosis más racional y en políticas económicas más humanas.

Pero yo pienso que el sistema monetario de la eurozona no es racional y no lo será por el hecho de democratizarlo, ni por mejorar su diagnosis y valoración interna. En mi opinión, es un sistema que los países deberían reformar; o abandonar cuando crean que no va en el interés de su pueblo y/o del mundo en general. Lo mismo que deberían reformar (abandonarlo es imposible) el sistema monetario internacional basado en el dólar estadounidense, porque no redunda en el interés de la gran mayoría de los ciudadanos estadounidenses ni del mundo en general.

Los sistemas del euro y del dólar estadounidense sirven a los intereses de una pequeña minoría que representa al complejo militar industrial (término acuñado por Eisenhower). Son los países de la OTAN los que se oponen a la reforma del sistema monetario internacional. Al mantener el dólar estadounidense como la divisa clave, EE UU puede gasta todo lo que quiera en su fuerza militar, dando protección a los otros países de la OTAN y manteniendo su poder económico y financiero. Y con el mantenimiento del dólar como la divisa clave, los países de la OTAN consiguen además que otros países participen (sean parte interesada) en el sistema y contribuyan a financiar los gastos militares estadounidenses. Pero los chinos siguen adelante con sus acuerdos monetarios bilaterales, sus inversiones extranjeras y su recientemente establecido Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB)...

Esta última idea, la de un sistema monetario que sirve a intereses geopolíticos y a los intereses económicos de las grandes corporaciones, en lugar de a las personas (aunque nosotros, los consumidores, nos beneficiemos de productos de precio relativamente bajo), es la razón por la que copié en el post anterior mi carta acerca de China y la necesidad de un poder global compartido: Power should be shared globally.

Pero hay otra razón por la que fui crítico con el euro antes incluso de que se introdujera. En los días en los que se preparaba el Tratado de Maastricht fui el convocante y moderador de un grupo de discusión informal sobre finanzas internacionales formado por expertos, compuesto por funcionarios y miembros de los sectores financieros públicos y privados de los Países Bajos. Uno de ellos, Bernard ter Haar, del Ministerio de Finanzas, resultó ser el funcionario clave en la elaboración previa del tratado del euro. Por tanto, en el grupo discutimos los pros y los contras de introducir el euro. Yo estaba en contra, porque en mi opinión limitaría el espacio político de los países miembros e impondría políticas neoliberales. No era el único que estaba en contra, pero éramos una minoría en el grupo.

En los años 1990, (tras la creación del sistema del euro), en Fondad realizamos un proyecto de tres años sobre cooperación multilateral e integración regional que profundizaba en estos dos temas en diversas regiones del mundo: Latinoamérica, África, Europa y Asia. En el capítulo de introducción de uno de los seis libros que salieron de este proyecto, en abril de 1998 escribí:

"Esta breve relación de la integración europea señala otra cuestión que me parece uno de los problemas principales de un proceso desenfrenado de profundización continua de la integración regional: ¿Hasta dónde deberíamos llegar? La enérgica aceptación de la Europa de una sola moneda, ¿no muestra ahora los escollos de una integración que se ha hecho con demasiada rapidez o que ha llegado demasiado lejos? ¿No deberían las naciones europeas poner mayor energía en mantener viva su rica variedad de diferencias –en la vida cultural, social, política e incluso económica– en lugar de seguir casi ciegamente el nuevo dogma de 'conversión' a las políticas económicas? Permítanme que me explique. Lo mismo que con los demás ideales, la integración regional no debería convertirse nunca en un dogma. Es un proyecto útil y atractivo en tanto en cuanto aquellos que deberían beneficiarse de él cosechen realmente los frutos (sin poner en peligro a quienes están fuera). Pero el día en que los ciudadanos empiecen a plantear dudas serias y bien fundamentadas acerca de los supuestos efectos beneficioso, los políticos y empresarios deberían volver a pensar si es sabio un crecimiento continuado de la integración regional. En mi opinión, la integración regional nunca debería convertirse en un fin en sí mismo, sino que debería someterse a los objetivos más amplios y 'superiores' de la justicia, la igualdad social, la identidad cultural y el respeto por la naturaleza. Dicho de otro modo, las consideraciones sociales, políticas y culturales (¡y las económicas!) pueden ser buenas razones para una revisión de los planes de integración".

Hace dos años y medio organicé en el banco central holandés (De Nederlandsche Bank) un seminario acerca del futuro del euro. En este blog escribí un post sobre él, The future of Europe, en el que decía: "Europa podría volver a ser un ejemplo inspirador para el mundo si mantuviese sus ideales sociales, su sistema social, y creara una política económica más eficaz, por el bien de Europa y por el del mundo en general".

Las negociaciones entre Grecia (Varoufakis) y el eurogrupo (Dijsselbloem), durante la primera mitad de 2015, me convencieron de que el euro ya no sirve a los intereses del pueblo griego.

Sé que es difícil abandonar un sistema monetario regional que les gusta a los empresarios (grandes y pequeños) y a los ciudadanos (por ejemplo, a los pensionistas de Europa septentrional), o que lo consideran la única alternativa. Pero incluso los hombres de negocios (y los pensionistas) necesitan pensar en servir a los intereses de las gentes de toda Europa, y no solo a ellos mismos y a sus propios países. La solidaridad internacional es clave tanto para los acuerdos regionales como para el sistema global.

PS: El año pasado, Paul de Grauwe predijo que el euro llegaría a desaparecer, Paul de Grauwe: "Europe's monetary union will not last.

Jan Joost Teunissen es Director de FONDAD, Forum on Debt and Development (http://fondad.org/)

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