El poder corporativo

JK Galbraith, 08/09/2004,
Znet

A fines de la segunda guerra mundial, yo era director para efectos globales del estudio de bombardeos estratégicos de Estados Unidos - llamado Usbus. Dirigía un gran equipo económico profesional para evaluar los efectos industriales y militares de los bombardeos de Alemania. El bombardeo estratégico de la industria, el transporte y las ciudades de Alemania, fue muy decepcionante. Los ataques contra fábricas que producían componentes que parecían tan vitales como rodamientos, e incluso los ataques contra fábricas de aviones, fueron tristemente inútiles. Después de considerables bombardeos la producción de aviones de caza aumentó a principios de 1944 gracias a la reubicación de maquinarias y equipos y a una administración más enérgica. En las ciudades, la crueldad y la muerte a destajo infligidas desde el cielo no tuvieron un efecto apreciable sobre la producción o la guerra.

Estos resultados fueron resistidos vigorosamente por las fuerzas armadas aliadas - especialmente, sobra decirlo, por el comando aéreo; a pesar de que derivaron del trabajo de los expertos más capacitados y a su vez apoyados por funcionarios de la industria alemana y por estadísticas alemanas impecables, así como por el director de la producción alemana de armamentos, Albert Speer. Todas nuestras conclusiones fueron dejadas de lado. Los aliados públicos y académicos del comando aéreo se unieron para detener mi nombramiento a una cátedra en Harvard y lograron tener éxito durante un año.

Y esto no es todo. La mayor desventura militar en la historia de EE.UU., antes de Irak, fue la guerra de Vietnam. Cuando fui enviado a Vietnam en una misión de investigación a principios de los años 60, pude apreciar directamente la dominación militar sobre la política exterior, una dominación que actualmente se ha ampliado y ha logrado reemplazar a la presunta autoridad civil. Tanto en India, donde fui embajador, como en Washington, donde tuve acceso al presidente Kennedy, y en Saigón, desarrollé una visión fuertemente negativa del conflicto. Más adelante, apoyé la campaña contra la guerra de Eugene McCarthy en 1968. Su candidatura fue anunciada por primera vez en nuestra casa en Cambridge.

En aquella época, el establishment militar en Washington estaba a favor de la guerra. Por cierto, se tomaba por un hecho que tanto las fuerzas armadas como la industria de armamentos deberían aceptar y endosar las hostilidades - el llamado "complejo militar-industrial" de Dwight Eisenhower.

En el año 2003, casi la mitad de los gastos discrecionales del gobierno de EE.UU. fue utilizada para propósitos militares. Una gran parte fue destinada a la compra o el desarrollo de armas. Los submarinos a propulsión nuclear costaron miles de millones de dólares y los aviones decenas de millones de dólares cada uno.

La decisión de incurrir en estos gastos no resulta de un análisis objetivo. Las firmas industriales relevantes proponen sus diseños para nuevas armas, y reciben luego pedidos para la producción y el beneficio correspondiente. Demostrando su impresionante capacidad de influencia y control, la industria armamentista ofrece valiosos empleos, salarios de nivel directivo y ganancias a su electorado político, y es indirectamente una fuente muy valorada de fondos políticos. Las gracias y la promesa de ayuda política van a Washington y al presupuesto de defensa, y a la política exterior o, como en el caso de Vietnam y de Irak, a la guerra. Es obvio que el sector privado se está imponiendo con un papel dominante en el sector público.

Nadie puede dudar que la corporación moderna es una fuerza dominante en la economía actual. En el pasado había en EE.UU. capitalistas como ser, Carnegie en la industria del acero, Rockefeller en el petróleo, Duke en el tabaco, y unos pocos acaudalados que controlaban a menudo incompetentemente los ferrocarriles. La posición en el mercado y la gran influencia política de la dirección corporativa moderna, a diferencia de la capitalista, es aceptada por la opinión pública. Esta fuerza ha obtenido un papel dominante en el establishment militar, en las finanzas públicas y en la ecología. A su vez, ha adquirido roles propios de la autoridad pública que en la actualidad nadie cuestiona. Sin embargo, estas deformaciones sociales y sus consecuencias requieren especial atención.

En primer lugar, como acabamos de señalar, es necesario tener en cuenta la forma en la que el poder corporativo ha redefinido el propósito público para servir sus propias necesidades. Ha establecido que el éxito social es igual a tener más automóviles, más televisores, un mayor volumen de todos los demás bienes de consumo - y más armas letales. Los efectos sociales negativos - polución, destrucción del medio ambiente, la falta de cobertura médica de la ciudadanía, la amenaza de acción militar y de muerte - no cuentan como tales.

La apropiación de la iniciativa y de la autoridad pública por parte de las corporaciones es desagradablemente evidente en sus efectos en el medio ambiente, y peligrosa en cuanto a la política militar y exterior. Las guerras constituyen una importante amenaza para la existencia civilizada y un compromiso corporativo con la adquisición y el uso de armas alimenta esta amenaza. Legitima e incluso otorga un aura heroica a la devastación y la muerte.

El poder en la gran corporación moderna pertenece a la gerencia. El consejo de directores es una entidad afable pero totalmente subordinada al verdadero poder de los gerentes. La relación se parece a la del que ha recibido un doctorado honoris causa comparado con un miembro del plantel de profesores de una universidad.

Los mitos de la autoridad del inversionista, las reuniones rituales de directores y la reunión anual de los accionistas persisten, pero ningún observador de la corporación moderna que esté en sus cabales puede escapar a la realidad. El poder corporativo está en la gerencia - una burocracia que controla sus tareas y su compensación. Los emolumentos pueden bordear el robo. En numerosas ocasiones recientes, se ha hablado de escándalo corporativo.

A medida que el interés corporativo se apodera del poder de lo que solía ser el sector público, este último sirve más y más el interés de las corporaciones. Esto se hace tanto más evidente en los últimos movimientos de este tipo, el de firmas nominalmente privadas que se han introducido en el establishment de la defensa. De ahí proviene su influencia primaria sobre el presupuesto militar, sobre la política exterior, el compromiso militar y, en última instancia, la acción militar: la guerra. Por más que éste sea un uso normal y esperado del dinero y del poder, el efecto total se disfraza en casi todas las descripciones..

En vista de su autoridad en la corporación moderna era natural que la dirección ampliaría su rol en el área política y del gobierno. Anteriormente se hablaba del alcance público del capitalismo, ahora se trata del de la dirección corporativa. En EE.UU., los gerentes corporativos están estrechamente aliados con el presidente, el vicepresidente y el secretario de defensa. Las principales figuras corporativas se encuentran también en altas posiciones en el gobierno federal. Un caso a citar es el de quien salió de la empresa Enron, en bancarrota y estafadora, para convertirse en cabeza del ejército.

El desarrollo de la defensa y de las armas son fuerzas motivadoras en la política exterior. Durante algunos años, también ha habido un control corporativo sobre el Tesoro; y también sobre la política medioambiental.

Valoramos el progreso de la civilización desde tiempos bíblicos y desde mucho antes. Pero existe una condición necesaria y, por cierto, aceptada. EE.UU. y Gran Bretaña sufren las amargas secuelas de una guerra en Irak. Estamos aceptando la muerte programada de los jóvenes y la matanza indiscriminada de hombres y mujeres de todas las edades. Así sucedió en la primera y en la segunda guerra mundial, y así sigue sucediendo en Irak. La vida civilizada, como la llaman, es una gran torre blanca que celebra los logros humanos, pero sobre ella hay permanentemente una gran nube negra. El progreso humano está dominado por una crueldad y muerte inimaginables.

La civilización ha hecho grandes adelantos a través de los siglos en la ciencia, el cuidado de la salud, las artes y sobre todo, si no por completo, el bienestar económico. Pero también ha dado una posición privilegiada al desarrollo de armas y a la amenaza y a la realidad de la guerra. La matanza masiva se ha convertido en el máximo logro civilizado.

La realidad de la guerra es ineludible - la muerte y la crueldad generalizada, la suspensión de los valores civilizados, una secuela desordenada. Los problemas económicos y sociales que he descrito pueden, con reflexión y acción, ser confrontados. Y así sucede. La guerra sigue siendo el principal fracaso humano.

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