Cómo el carrito de la compra es uno de los principales campos de batalla contra el cambio climático
Ivanka Puigdueta Bartolomé para Globalízate, 05/12/2016Los grandes cambios en la sociedad pasan por pequeños cambios realizados por los individuos. Esta afirmación es válida en muchos ámbitos de actuación, y no lo es menos cuando hablamos de cambio climático. El cambio climático, ese gran reto del presente, por el que las generaciones futuras evaluarán nuestro legado, no puede combatirse sin la colaboración y esfuerzos de los 7.000 millones y medio de personas que poblamos el mundo hoy. Y estos esfuerzos comienzan desde lo más básico: la alimentación.
El sector agroalimentario (entendiendo por tal a la agricultura, la ganadería y la transformación y distribución de los alimentos) es responsable del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial. Sin embargo, la percepción social sobre la contribución de este sector sobre el cambio climático está muy alejada de la realidad, y este desconocimiento es una gran barrera a la hora de desarrollar comportamientos pro-ambientales.
IMPACTO DE LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS SOBRE EL CLIMA
La contribución de la producción de alimentos al total de las emisiones de GEI tiene lugar en varias de sus etapas. Por un lado, los suelos agrícolas emiten óxido nitroso (N2O), un potente GEI poco conocido, por la interacción de los fertilizantes con los microorganismos del suelo. Igualmente, los suelos inundados para el cultivo del arroz emiten metano (CH4), otro potente GEI, por la descomposición de la materia orgánica. Este gas es generado en cantidades superiores por el ganado, durante la digestión de los grandes rumiantes (los llamados "pedos de las vacas", que en realidad serían más bien eructos).
Por otro lado, durante la fabricación y transporte de fertilizantes, pesticidas, maquinaria y demás bienes utilizados posteriormente en las explotaciones agrarias, también se emiten grandes cantidades de GEI. Estos se producen principalmente en forma de dióxido de carbono (CO2), por la utilización de combustibles fósiles en los procesos de fabricación y transporte. De igual modo, la transformación de los productos agroalimentarios y su transporte llevan asociadas emisiones de CO2. Y, por último, la deforestación y el cambio de uso de la tierra, que tienen lugar principalmente para dar paso a pastos o campos de cultivo, también repercuten en mayores concentraciones de GEI en la atmósfera por la eliminación de los enormes sumideros de carbono que son los bosques.
El sector de la energía es el único que supera al sector agroalimentario en emisiones anuales, y, sin embargo, necesitamos comer para seguir viviendo. No obstante, cambios asequibles en nuestros patrones de consumo y comportamiento pueden producir importantes reducciones en las emisiones GEI. Acciones tales como reducir el desperdicio de alimentos, consumir productos agroecológicos y transitar hacia dietas más equilibradas pueden tener importantísimos resultados sobre el equilibrio climático terrestre.
CAMBIOS AL ALCANCE DE NUESTRA MANO
Cada año se desperdicia mundialmente un cuarto de los alimentos que se producen. Este desperdicio es doblemente absurdo, pues no sólo supone recursos y esfuerzos inutilizados, sino también emisiones de GEI que llegarán a la atmósfera sin haber producido ningún beneficio. Las emisiones asociadas a estos alimentos desperdiciados son unas 3,3 gigatoneladas de CO2 equivalente, lo cual, al compararlo con las emisiones nacionales, contabilizaría como el tercer país más contaminante tras China y EEUU. Por otro lado, no hay que olvidar que, mientras estos alimentos acaban en los vertederos, 870 millones de personas pasan hambre cada día. Los alimentos que se producen en la actualidad son suficientes para alimentar a la población mundial: de hecho, el planeta podría alimentar a otros 4.000 millones de personas.
El consumo de productos ecológicos, por su parte, conlleva la emisión de cantidades de GEI significativamente inferiores que las derivadas de la producción industrial. Esto es así, entre otros factores, porque la agricultura ecológica emplea insumos que ya existen, como los fertilizantes orgánicos, en lugar de producir nuevos fertilizantes sintéticos y tener que procesar los residuos ganaderos. Esto evita la emisión a la atmósfera de importantes cantidades de CO2 asociados a los procesos industriales, dando como resultado una importante reducción en las emisiones totales, que, en el caso de cultivos como los cereales, pueden ser la mitad que practicando agricultura convencional. En algunas tiendas y supermercados la diferencia de precios entre productos ecológicos y los que no lo son desincentiva la adquisición de estos productos. Sin embargo, ya son muchos los grupos de consumo en los que se pueden obtener productos ecológicos directamente del productor.
Por último, la recuperación de dietas equilibradas, como la dieta mediterránea, podría reducir las emisiones globales en más de un 30%. La industrialización de las sociedades suele ir acompañada de una transformación de las dietas, aumentando la ingesta de productos de origen animal y alimentos procesados, y reduciendo cereales, legumbres, frutas y verduras. En la actual dieta media consumida en España, por ejemplo, el consumo de carne es aproximadamente un tercio superior al de la dieta mediterránea tradicional, mientras que el de cereales, legumbres, frutas y verduras se ha reducido a la mitad.
Sin embargo, este cambio de dieta no supone mejoras para la salud humana, sino que va en su detrimento, como en los últimos años vienen señalando diferentes instituciones sanitarias. Por ello, la recuperación de dietas equilibradas sería doblemente beneficiosa para el clima y la salud humana. El simple gesto de cambiar el tipo de carne consumido ya supone beneficios significativos para el clima. Por ejemplo, la sustitución de carne de vaca por pescado puede reducir a la mitad las emisiones asociadas, o dividirlas por seis si se cambia por pollo. Al cambiar la proteína animal por proteína vegetal (legumbres, p.e.), las emisiones serían hasta 250 veces menores.
Esperamos que los gobiernos, empresas y demás instituciones hagan esfuerzos por reducir las emisiones de GEI, fomentando la rápida transición hacia economías con cero emisiones. Sin embargo, mientras que esto se produce, la sociedad no puede quedarse de brazos cruzados. La reducción de gran parte de estas emisiones de GEI, y, por tanto, de los impactos del cambio climático sobre la sociedad y el planeta, está en nuestras manos, a través de las decisiones que tomamos cada día. Algunas de las decisiones más importantes que se toman cada día, sin darnos cuenta, tienen lugar en el carrito de la compra.
Referencias:
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