Las tragedias olvidadas de América
Iván Restrepo, 21/01/2005Iván Retrepo/La Jornada
La dimensión de la tragedia ocasionada en Asía por el tsunami hace olvidar que también en América hubo efectos muy negativos originados en este caso por la fuerza de los huracanes. El año pasado dejaron más de 2 mil muertos en el Caribe y 150 en el sur de Estados Unidos. Más de 10 millones de personas fueron evacuadas y las pérdidas materiales sumaron más de 70 mil millones de dólares. En Florida, donde mejor están preparados para enfrentar los huracanes, hubo daños severos en las plantaciones de cítricos y en la infraestructura turística. Una de cada cinco casas resultó averiada. En el Caribe, Granada, República Dominicana, Jamaica, Cuba, Venezuela y Haití, a las pérdidas humanas se sumaron las de cosechas, obra pública y los bienes de decenas de miles de familias. Nunca se sabrá cuántos fueron los que murieron en Haití. Las cifras oficiales afirman que 2 mil, pero las autoridades locales no ocultan que deben ser más. La pobreza, la falta de programas de prevención, la precaria situación política y del aparato gubernamental contribuyeron a que las víctimas fueran tantas.
Según expertos, la pasada temporada de huracanes fue la más "traumática", pues de las 15 tormentas tropicales, nueve se convirtieron en huracanes, y de éstos seis tocaron tierra. Entre septiembre y octubre, Charley, Frances, Iván y Jeanne desataron el caos a su paso por el Caribe y al entrar por el sur a Estados Unidos. Las cosas pudieron ser peores, pero gracias a los sistemas técnicos, que miden la fuerza y la ruta de los huracanes, se alertó a la población y a tiempo se pusieron en marcha los sistemas de protección requeridos en estos casos. Aun así las cosas no salieron bien y en ello juega papel clave la pobreza, que obliga a ocupar áreas frágiles, así como las deficiencias del sistema de prevención y protección civil en Centroamérica y el Caribe.
Los expertos reconocen la necesidad de revisar la metodología que se utiliza para establecer la ruta de los huracanes: ahora los proyectan con una línea recta que pronostica la trayectoria que seguirán en su punto central (el ojo); sin embargo, eso confunde a muchísimas personas, pues no saben que a partir de allí se extienden decenas de miles de kilómetros cuadrados que son influenciados por la fuerza de los huracanes.
En cambio fue fácil adivinar por qué en Filipinas las lluvias dejaron en octubre y noviembre pasados tantos muertos y daños materiales: la deforestación de extensas áreas. No fue un desastre natural, sino obra del hombre al talar los bosques que impedían que la lluvia "lavara" los suelos, desgajara cerros y los arrastrara a las partes bajas. En esos cerros y en otras áreas inapropiadas viven miles de familias pobres, las cuales perdieron familiares y su escaso patrimonio. El gobierno acusó a varios funcionarios de haber autorizado la deforestación en áreas críticas, pero que sepamos ninguno de los responsables ha pisado la cárcel. En Filipinas, como en México y en Centroamérica, quienes cometen o propician delitos ambientales, así como la destrucción de los recursos naturales, suelen gozar de impunidad.
Mientras, la pesadilla no termina para centenares de residentes de Arizona, Utah, Nevada y California, estados del vecino país donde se producen intensas lluvias y nevadas. Los muertos ya suman 30. El gobernador de California dijo: "hemos visto el poder de la naturaleza causándonos daños y estragos, pero igualaremos ese poder con nuestra determinación de salir adelante". Palabras para la tele, porque las víctimas y los daños al patrimonio de miles y a la infraestructura pública se debieron en buena parte a la ocupación por el hombre de áreas muy bellas, pero frágiles.
Y para terminar sin el menor optimismo, mencionemos el inmenso incendio forestal en Australia con 12 muertos, 150 mil hectáreas de vegetación consumidas por el fuego y actos de saqueo nunca vistos. En Sao Paulo mueren 10 personas a causa de las lluvias que afectaron las colinas donde viven familias pobres. La lluvia también deja víctimas y daños incalculables en el norte y Caribe de Costa Rica. Extraña que el cardenal Juan Sandoval Iñiguez no diga todavía que todas estas tragedias son castigo divino.