Sed de Desarrollo

Iñigo Herraiz, 13/03/2005,
AIS

El agua potable es un lujo fuera del alcance de uno de cada cinco habitantes del planeta y son dos quintas partes de la humanidad las que carecen del saneamiento más básico. Una situación que amenaza con arruinar los esfuerzos por erradicar el hambre y la pobreza extrema, universalizar la educación y la atención sanitaria, o acabar con las desigualdades de género en el mundo. Y es que estamos ante una crisis humanitaria "silenciosa" que se cobra diariamente la vida de miles de niños, socava el desarrollo de muchos países y despoja a los más pobres de su salud, su tiempo y su dignidad.

De ahí, que un grupo de expertos de Naciones Unidas haya llegado a la conclusión de que el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) , pasa por poner el acento en la expansión de los servicios de agua y saneamiento a escala global.

El consumo de agua en mal estado provoca más muertes que la guerra o el terrorismo, pero no recibe ninguna atención mediática. Cada día 3.900 niños perecen a consecuencia de enfermedades diarreicas derivadas de la toma de agua sucia o de una higiene deficiente. Unas dolencias que son, a su vez, la principal causa de absentismo escolar en el mundo en desarrollo y las responsables de que muchos adultos no puedan atender sus obligaciones diarias. Eso, cuando no es la necesidad de desplazarse varios kilómetros hasta la fuente más cercana, la que priva a los pequeños (especialmente a las niñas) de ir a clase o supone, cuando se trata de sus padres (sobre todo las mujeres), una pérdida de tiempo y de energía que repercute en otras actividades productivas.

Los recursos hídricos son además el cimiento sobre el que se asienta el desarrollo sostenible. De su uso eficiente y racional depende desde la conservación de los ecosistemas hasta el sustento de toda la humanidad. No en vano, la principal fuente de suministro de alimentos es la agricultura y ésta utiliza casi el 70% del agua dulce disponible. El desarrollo del sector turístico o la llegada de inversiones extranjeras también están ligadas al grado de disponibilidad del líquido elemento. Todo ello, sin dejar de mencionar, que disfrutar de la cantidad de agua suficiente para una higiene mínima y de un espacio privado para el saneamiento, forman parte del derecho de todo ser humano a la dignidad personal y el amor propio.

Conseguir paliar esta situación, al menos reduciendo a la mitad el número de personas sin acceso al agua potable y a los servicios de saneamiento para 2015 ( tal y como establecen los ODM), no va a ser tarea fácil. El crecimiento demográfico y el aumento del nivel de vida juegan en su contra. Si a lo largo del siglo XX el consumo de agua creció a un ritmo dos veces superior al de la población mundial, se estima que en los próximos 20 años pueda dispararse en un 50%. Para entonces, a la presión que ejercerá sobre los recursos hídricos la necesidad de alimentar y saciar la sed de todas las nuevas bocas que poblarán el planeta, habrá que sumar los efectos impredecibles del deterioro medioambiental sobre las reservas de agua.

Se dispone, no obstante, del dinero, el conocimiento y la tecnología necesarios para atajar el problema. Falta la voluntad política. Los países donantes deberían empezar por redefinir la cuantía y composición de la ayuda al desarrollo, de manera que su necesario incremento vaya dirigido a cubrir las necesidades de los más pobres. Habría que duplicar, por lo menos, el volumen de asistencia oficial destinada a sistemas de agua y saneamiento hasta alcanzar el 10% del total, sin dejar de revisar después cómo se utilizan esos fondos. La mayor parte se emplea ahora en grandes instalaciones, cuando los proyectos basados en tecnologías de bajo coste (bombas manuales, recogida de aguas pluviales o letrinas) han demostrado ofrecer mejores perspectivas para el incremento de la cobertura de los más desfavorecidos.

No está de más tampoco recordar los principios que, según el consenso forjado en los últimos años, han de guiar una buena gestión del agua. A saber: la participación de los usuarios, la transparencia, la equidad en el reparto (en función de género y renta), los principios éticos o la responsabilidad financiera y medioambiental. Tarea esta la de hacer memoria que cobra, si cabe, más importancia ahora que las grandes empresas privadas pugnan por hacerse con el control de los servicios de agua y saneamiento. Está en juego la vida de millones de seres humanos. Ni más, ni menos.

Iñigo Herraiz es periodista

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