China, ante el desafío medioambiental
Iñigo Herraiz, 03/02/2005, AISSea fumador o no, cualquier habitante de Pekín inhala diariamente el equivalente a dos paquetes de cigarrillos, y lo mismo ocurre en otras cinco ciudades chinas que figuran en la lista de las más contaminadas del planeta debido a su pésima calidad del aire. Y es que el milagro económico chino va camino de convertirse en una catástrofe ecológica sin precedentes. Cuando la gran mayoría de sus 1.300 millones de habitantes todavía están muy lejos de disfrutar del nivel de vida de los países industrializados, China es ya el segundo contaminador mundial, con todas las papeletas para convertirse en el primero en menos de dos décadas.
El país crece a un promedio imbatible del 9 por ciento anual, pero también lo hacen paralelamente sus problemas medioambientales. Para alimentar su insaciable maquinaria productiva, China ha explotado a fondo su recurso más abundante: el carbón. Como sucediera en tiempos de la Revolución Industrial en Gran Bretaña, un 70 por ciento de la energía china proviene todavía de este combustible fósil, que es además utilizado en millones de hogares chinos para calentarlos o cocinar.
Negro futuro
A esta dependencia excesiva del carbón, le debe el país, en buena medida, el dudoso honor de ser uno de los mayores emisores globales de CO2, el principal gas de efecto invernadero que produce el cambio climático. Y a ella le debe también el hecho de que la lluvia ácida sea un fenómeno común en un tercio del territorio chino. Su formación se deriva de las emisiones de dióxido de sulfuro, que, según los pronósticos del World Watch Institute, se multiplicarán por tres en las próximas décadas, elevando su concentración en el aire por encima de los límites fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), no ya sólo en las ciudades sino también en las áreas rurales.
Entretanto, la demanda de crudo crece a pasos agigantados. En apenas diez años, China ha pasado de autoabastecerse a ser el tercer importador mundial de petróleo y el segundo consumidor mundial. Todo ello cuando su consumo per cápita es todavía muy bajo si lo comparamos con el de Estados Unidos: 1,5 barriles por persona frente a los 26 diarios del gigante americano. Teniendo en cuenta las casas con todos los servicios que se construirán en los años venideros, las industrias, las carreteras, y los coches que circularán por ellas, no es descabellado pensar que el país asiático pueda alcanzar o superar las cifras de consumo estadounidenses.
Por si esto fuera poco, China tiene que hacer frente al problema del agua. El más serio de sus desafíos medioambientales, según indican numerosos estudios, es consecuencia por igual del incremento de la demanda y de los elevados niveles de contaminación. El vertido de los desechos industriales a los ríos ha inutilizado para el consumo o la pesca dos terceras partes del agua que fluye a través de las zonas urbanas. 700 millones de chinos beben agua contaminada.
Ningún elemento de la naturaleza ha escapado a la voracidad de la economía china. Tampoco sus bosques. El desarrollo de la industria del mueble y de otros productos de madera, junto a la proliferación de la tala y el comercio ilegal, ha deforestado el país. Además de haberse quedado sin la mayoría de sus almacenes de oxígeno, la desaparición de amplias zonas forestales ha supuesto la pérdida de biodiversidad, la erosión del suelo y el aumento de las inundaciones en el país. Todo esto, unido a la sobrexplotación de la tierra, ha convertido una cuarta parte del país en un desierto que avanza 1.300 millas cuadradas cada año.
El gran reto
Las autoridades chinas han comenzado a reaccionar cuando muchos de los daños ocasionados a la naturaleza son ya irrecuperables. No obstante, todavía se está a tiempo de evitar males mayores y hay algunos signos que podrían indicar que China, consciente de que no le queda otro camino, esté emprendiendo un nuevo rumbo. Ahí están los esfuerzos realizados en materia de eficiencia energética, los publicitados, y difícilmente verificables, datos que avalan una reducción en el consumo de combustibles fósiles, o el liderazgo mundial en la producción de algunas tecnologías ecológicas. Sirva también como declaración de intenciones, la nueva ley que pretende que una décima parte de la demanda energética del país se cubra con energías renovables para 2010.
Pero no conviene llamarse a engaños, la atención que presta China a los problemas medioambientales es todavía muy limitada, y no sólo es insuficiente para revertir la tendencia destructiva, sino que, ni siquiera, alcanza a frenarla. Algunos expertos señalan, sin embargo, que el país asiático, además de ser el problema, puede ser parte de la solución. No existe ningún otro ejemplo que, como el chino, demuestre tan a las claras que, dada su población y ritmo de crecimiento, el modelo de desarrollo a la occidental es inviable. A día de hoy China representa una amenaza para el medio ambiente, pero, por sus dimensiones, influencia cultural y capacidad productiva, todavía tiene la oportunidad de convertirse en un referente del desarrollo sostenible.
Una opción que, en la medida en que sus problemas medioambientales tienen efectos en todo el planeta, debe ser alentada desde fuera. De ahí la importancia de que en la próxima ronda negociaciones sobre el Protocolo de Kioto, que entrará en vigor el próximo 16 de febrero, se imponga algún tipo de limitación a las emisiones contaminantes chinas. Hasta la fecha, al tratarse de un país en desarrollo, y aunque lo haya firmado, no tiene que cumplirlo. Si esto cambiara, quizás Kioto, que ya cuenta la notable ausencia de Estados Unidos, el mayor contaminador mundial, podría ser una herramienta mucho más efectiva contra el cambio climático. Y quién sabe, quizás también así China nunca pase de ser, o de haber sido alguna vez, el segundo contaminador mundial.
Iñigo Herráiz es Periodista