El tocino y la velocidad
Mark Theobald, Héctor García Gómez y Alberto Sanz Cobeña para Globalízate, 14/03/2011
La decisión del Gobierno español de reducir el límite máximo de velocidad en carretera a 110 km/h, como respuesta a la situación de creciente inestabilidad en los países productores de crudo y nuestra histórica dependencia energética del exterior, ha sido duramente criticada por distintos responsables políticos y aplaudida por grupos ecologistas y ciudadanos, sensibles a los graves problemas socioeconómicos y medioambientales producidos por el uso de combustibles fósiles (cambio climático y contaminación atmosférica).
En este contexto, una de las críticas más imaginativa llegó desde el responsable de comunicación del Partido Popular. El señor González Pons quiso llamar la atención ciudadana con un paralelismo entre la limitación de la velocidad en nuestras carreteras y aquella asociada a una hipotética limitación del consumo personal de productos cárnicos (1).
Aunque pudiera parecer descabellado y, de acuerdo al señor González Pons, impositivo, que nuestros responsables políticos promovieran realmente un menor consumo de carne, este hecho no resultaría, ciertamente, tan mala idea.
La reducción de los límites de velocidad supone un aumento de la eficiencia en el uso de recursos naturales limitados (combustibles fósiles), así como una vía para mejorar la calidad del aire que respiramos y una menor emisión de gases de efecto invernadero. Justamente los mismos efectos positivos que, lo creamos o no, tendría asociado un menor consumo de carne en las sociedades occidentales.
Sin entrar en la bondad de su sabor y en el placer que para muchos entraña su consumo, la producción de carne implica un uso ineficiente de los recursos naturales. El sector agrícola español emplea del 80% de las reservas de agua nacionales. Considerando que la producción de 1 kg de proteína cárnica requiere aproximadamente 10 veces más recursos hídricos que la misma cantidad de proteína vegetal, es fácil comprender que un ligero cambio en los patrones dietéticos de los españoles tendría repercusiones muy positivas para nuestras reservas hídricas. Además, una disminución en el consumo de carne supondría un menor uso de fertilizantes nitrogenados, utilizados para aumentar la producción de los cultivos destinados a forraje y piensos. Menos del 5% del nitrógeno aplicado a dichos cultivos acaba formando parte de la proteína del filete que degustamos en la mesa; el resto pasa a contaminar el agua en forma de nitratos, o es emitido a la atmósfera como amoniaco y óxido nitroso, dos gases altamente contaminantes. La producción de proteína vegetal es, por el contrario, tres veces más eficiente en el uso del nitrógeno aplicado con el fertilizante. En consecuencia, la producción de la misma cantidad de proteína vegetal es responsable de una menor contaminación del medio que en el caso de la carne.
Una reducción en la contaminación de acuíferos por nitratos (que en el caso de España afecta a más de la mitad del total, amenazando nuestra principal reserva de agua potable) y la disminución de las emisiones de amoniaco y de óxido nitroso (gases contaminante y con un potente efecto invernadero, respectivamente) parecen una buena idea a tener en cuenta por nuestros responsables políticos a la hora de planificar y desarrollar políticas de ahorro e incremento en la eficiencia de los recursos necesarios para mantener nuestro bienestar.
No obstante, si un medioambiente menos contaminado y la cantidad y calidad de nuestros recursos hídricos no son razones suficientes para articular medidas tendentes a que los ciudadanos disminuyamos nuestro consumo de carne, una mayor esperanza de vida quizás lo sea.
Es un hecho reconocido por las autoridades sanitarias internacionales que los problemas de obesidad que padecen gran número de personas en nuestros países, está asociada al consumo de productos cárnicos. En el caso español, en los últimos 20 años, el consumo de carne ha aumentado en más del 60%. En el mismo periodo, los índices de obesidad se han duplicado. Actualmente, nos alimentamos con más del doble de la cantidad recomendada de proteína, la mayoría de la cual procede de la carne.
Los autores de este artículo no somos vegetarianos, nos gusta la carne, y no animamos a nuestro gobierno a establecer medidas que restrinjan la libertad en su consumo. Lo que si pretendemos es incrementar el conocimiento acerca del efecto que nuestros patrones dietéticos tienen sobre la salud del planeta y la de sus pobladores.
Una solución a este problema pasaría por incrementar el precio de los productos cárnicos, incluyendo en el mismo las externalidades a las que nos hemos referido aquí. De este modo, los ganaderos y agricultores, cuya labor no tiene correspondencia en los bajos precios de la carne actuales, verían compensado un menor consumo.
Adaptando el precio de la carne al coste real de su producción nos ayudaría a valorar el trabajo de las personas involucradas en el proceso, sus costes medioambientales e incluso el placer de saborear un buen filete.
Investigadores del CIEMAT y la E.T.S.I. Agrónomos (Universidad Politécnica de Madrid), especializados en los impactos medioambientales asociados a las prácticas agrícolas y coautores del European Nitrogen Assessment.
1. http://www.rtve.es/noticias/20110225/pp-dice-reduccion-del-limite-velocidad-medida-extrema/411418.shtml
Ver todos artículos por Mark Theobald, Héctor García Gómez y Alberto Sanz Cobeña