Las consecuencias geopolíticas de la crisis financiera

Harold James, 30/09/2008,
Project Syndicate

PRINCETON – Los preocupados inversionistas y encargados del diseño de políticas están obsesionados con las analogías de la Gran Depresión. Pero las lecciones de 1931 sólo son parcialmente financieras o económicas. La crisis de 1931 fue tan grande y destructiva porque fue un drama financiero que se llevó a cabo en un escenario geopolítico.

En las discusiones actuales están surgiendo dos conclusiones sorprendentes, pero sólo se ha digerido plenamente una de ellas. En primer lugar, se necesitan medidas importantes del sector público. En segundo lugar, esas medidas se complican porque en un mundo globalizado la necesidad de asistencia rebasa las fronteras.

Se han intentado soluciones del sector privado, pero éstas han fracasado en un plazo impresionantemente corto. El consuelo más frecuente de esos fracasos es que una crisis verdaderamente grave tiene efectos purgantes. Las empresas insolventes cierran, los créditos fallidos se cancelan y los prestamistas pueden dar créditos de nuevo con una confianza renovada.

Hank Paulson, quien llegó al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos procedente del banco de inversiones más fuerte del país, Goldman Sachs, apostó a la purga al permitir que quebrara Lehman Brothers. Sostuvo que los Estados Unidos no pueden tolerar una cultura del rescate. Una negativa firme del gobierno debe considerarse como una señal de que la mayor parte de la economía estadounidense es esencialmente sólida y que los mercados financieros del país tienen la suficiente sofisticación para identificar prácticas empresariales sanas.

El Secretario del Tesoro de los Estados Unidos durante la Gran Depresión también era un gigante de las finanzas, Andrew Mellon. La conclusión inmediata de Mellon ante el pánico de la bolsa de valores de 1929 se ha hecho famosa: "liquidar a los trabajadores, liquidar las acciones, liquidar a los agricultores, liquidar los bienes raíces...purgar al sistema de su podredumbre".

Ya resulta claro que la apuesta de alto riesgo de 2008 no fue ganadora, como tampoco lo fue en 1929. Por el contrario, el no haber llevado a cabo un rescate hizo que fueran necesarios otros más: el de AIG o el de HBOS en Inglaterra. Es poco probable que la cosa quede ahí. Circulan listas que especulan sobre cuál será la próxima institución que caerá. La analogía más adecuada para esta clase de estado de ánimo es la novela de Agatha Christie "Y no quedó ninguno", en la que cada asesinato producía una paranoia creciente.

En un sistema financiero que se ha vuelto loco, sólo las instituciones con recursos casi infinitos pueden revertir las tendencias. Esas instituciones pueden ser organizaciones de autoayuda, como fondos comunes de bancos poderosos. En efecto, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos intentó formar un fondo de ese tipo el domingo 14 de septiembre.

Pero en un clima de profunda incertidumbre, la autoayuda no es suficiente. Es necesario que participen los gobiernos o los bancos centrales, porque son los únicos suficientemente grandes y rápidos. Sólo ellos pudieron acudir con la celeridad necesaria para ayudar a las instituciones gigantes de financiamiento inmobiliario US Fannie Mae y Freddie Mac y después ocuparse de AIG.

La segunda pregunta es ¿qué tipo de gobiernos pueden participar? No cualquier gobierno podrá hacerlo. Los gobiernos europeos de tamaño medio quizá podrán rescatar a instituciones europeas de tamaño medio, pero en el caso de conglomerados financieros realmente grandes, sólo dos gobiernos tienen la capacidad: los Estados Unidos y China.

En las circunstancias similares de la debacle financiera de 1931 también había un número limitado de gobiernos que podían ser eficaces. La vieja superpotencia económica, Inglaterra, estaba demasiado agotada y debilitada para ayudar a alguien más. Las reservas mundiales estaban acumuladas masivamente en los Estados Unidos.

Por ello, la única forma posible de salir de la Gran Depresión mundial de 1931, como lo subrayó el gran historiador económico Charles Kindleberger, era mediante medidas adoptadas por los Estados Unidos. En ese momento, había numerosas razones convincentes para que los estadounidenses no quisieran la carga de un rescate mundial: enviar más dinero a Europa podía considerarse como tirarlo a la basura. ¿Acaso no habían sido los europeos quienes habían iniciado una guerra mundial que había sido la fuente y el origen del desastre financiero? Económicamente, tal medida habría tenido mucho sentido desde una perspectiva de largo plazo, pero políticamente era imposible y no tenía ningún beneficio a corto plazo.

China es los Estados Unidos de este siglo. Las primeras etapas de la contracción del crédito en 2007 se pudieron manejar con aparente facilidad porque los fondos de riqueza soberana del Medio Oriente, pero sobre todo de China, estuvieron dispuestos a intervenir y recapitalizar la deuda de las instituciones estadounidenses y europeas. El momento crucial de los acontecimientos actuales fue cuando el fondo de riqueza soberana chino China Investment Co. no quiso aventurarse más en la adquisición de Lehman Brothers. En el futuro se considerará el momento del retiro de la CIC como uno en el que la historia pudo haber tomado otra dirección.

Ahora bien, hay muchas razones por las que los chinos se retiraron. La lógica es similar al caso estadounidense de 1931. Algunos de los argumentos que se escuchan en China son muy razonables: hay demasiada incertidumbre y el fondo de riqueza soberana podría perder mucho dinero. La CIC habría perdido dinero en un principio con Lehman. Algunas líneas de pensamiento son más emotivas: ¿podría acaso 2008 ser una venganza por el mal manejo por parte de los Estados Unidos de la crisis de Asia oriental de 1997-1998?

Estamos a punto de saber cuál será la participación real de China en la supervivencia de la economía globalizada mundial. Al igual que en 1931, los argumentos políticos van en contra de tal operación. Sólo quienes tengan una visión a largo plazo se darán cuenta de que los argumentos económicos en favor de un rescate son convincentes.

Harold James es profesor de historia y relaciones internacionales en la Escuela Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton y profesor de historia en el European University Institute de Florencia.

Copyright: Project Syndicate, 2008.
Traducción de Kena Nequiz

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