Cómo reducir las emisiones de carbono para proteger a los jóvenes, las generaciones futuras y la naturaleza

Gonzalo Andrade para Globalízate, 16/03/2014

El cambio climático ya está aquí, y durante las últimas décadas hemos asistido a innumerables fenómenos que dan prueba de ello; la disminución del área y del grosor del hielo marino del ártico durante el verano, el desplazamiento y pérdida de hielo de los casquetes de hielo continental en la Antártida y Groenlandia, el continuo retroceso de glaciares en todas las grandes cordilleras del mundo, las olas de calor que tuvieron lugar en Europa en 2003, el Área de Moscú en 2010 o Australia en 2013, o la acidificación del océano debido al incremento de CO2 disuelto en las aguas del mismo.

El desequilibrio climático de la tierra viene determinado por lo que se denominan forzamientos. Los forzamientos todos aquellos fenómenos naturales y originados por la actividad humana que contribuyen a modificar el clima actual. Los "forzamientos" climáticos son debidos a los distintos gases de efecto invernadero, los aerosoles y los cambios en el albedo (la luz solar reflejada al exterior) de la superficie terrestre, sin embargo, el más importante es el debido al CO2 . Ha sido el aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera a consecuencia de la actividad humana, lo que nos ha traído hasta aquí. En la actualidad hay presentes en la atmósfera 1000 Gigatoneladas de carbono (Gtc), de las cuales, 370 vienen determinadas por las emisiones actuales de gases de efecto invernadero. Ello ha ocasionado un incremento de 0,8 ºC en la temperatura media global desde la era pre-industrial.

A pesar de todo ello, continúa la extracción de combustibles fósiles convencionales, empiezan a extenderse los proyectos de extracción de combustibles fósiles no-convencionales como las arenas bituminosas y gas de esquisto. Por todo ello, continúan aumentando las emisiones de CO2 y a finales del presente siglo podríamos tener un aumento de la temperatura media global de 2,2º C. El aumento en la temperatura media global a partir del cual podríamos encontrarnos con impactos irreversibles en el medio ambiente sería de 3º C según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC según sus siglas en inglés). Sin embargo, en el último periodo interglaciar, el Eemiano, la temperatura media global era 2ºC mayor que la del periodo 1880-1920 y el nivel del mar llegó a estar 9 metros por encima del actual. Por tanto podemos arriesgarnos a una subida de más de 2º C. Por otra parte, con 2º C más de temperatura, fenómenos como el derretimiento del permafrost y la transformación de extensas áreas forestales en fuentes (y no en sumideros) de carbono puede hacerse realidad, lo que supondría una fuente de retroalimentación positiva del calentamiento global. Si queremos tener un clima que asegure la vida en la tierra tal y cómo hoy la conocemos es imprescindible mantener la temperatura media global dentro del rango de temperaturas del Holoceno, la era geológica en la que vivimos. Ello equivaldría a mantener la concentración de CO2 en la atmósfera en torno a las 350 ppm (partes por millón) a finales del presente siglo.

El conocido climatólogo James Hansen, de la Universidad de Columbia, en Nueva York, junto a un buen puñado de colaboradores, ha publicado recientemente un trabajo de revisión en el que se discuten los distintos escenarios de emisión de CO2 capaces de mantener el clima global dentro del rango de temperaturas del Holoceno. En este extenso estudio, cuya lectura resulta imprescindible para todas las personas conscientes acerca de la importancia de la lucha contra el cambio climático, repasan los principales impactos que tendría un aumento en la temperatura media global por encima de 2º C en el medio ambiente, la agricultura y la salud humana, discuten las principales acciones para como limitar las emisiones de CO2, y comentan sus implicaciones económicas, políticas y sociales.

Los autores dejan meridianamente claro que nos estamos acercando peligrosamente al umbral a partir del cual el calentamiento global puede tener impactos ambientales irreversibles. Sin embargo, y reconociendo que las emisiones de combustibles fósiles no van a terminar de repente, no es imposible volver a tener una concentración de 350 ppm de CO2 en la atmósfera a finales del presente siglo. ¿Cómo?. El reemplazamiento de los combustibles fósiles en la economía y la industria es una tarea titánica que sólo puede lograrse a través de un conjunto de medidas. No hay una sola solución válida. Es necesario trabajar en eficiencia energética, energías renovables y energía nuclear, aunque la contribución de cada una de ellas puede depender de las preferencias locales.

La transición hacia un mundo post-combustibles fósiles no va a producirse siempre y cuando los consumidores y los inversores perciban que estos son la fuente de energía más barata. Los combustibles fósiles son la fuente de energía más barata porque los costes ambientales, económicos y humanos que generan las emisiones de los mismos no se incluyen en su precio. Los autores del estudio sugieren la aplicación de una tasa de carbono a productos manufacturados que generen una gran cantidad de emisiones de CO2. Si esto se hiciera, el coste de una tonelada de CO2 podría ser hasta de 1000 dólares. Sin embargo, ni siquiera sería necesario poner un precio tan alto para desincentivar el uso de los combustibles fósiles. Según estudios recientes, con tasas de carbono de 15 dólares por tonelada y que aumentaran 10 dólares al año se podrían reducir las emisiones de carbono de EEU hasta un 30% en 10 años. Dicha reducción es 10 veces mayor que las emisiones que pueden generar los 830.000 barriles de petróleo procedente de arenas bituminosas que transportará al día, en caso de que finalmente se construya, el oleoducto Keystone XL. La aplicación de la tasa de carbono no tendría por qué afectar negativamente al bolsillo del ciudadano medio, sino más bien al contrario, siempre y cuando exista voluntad política para ello. Estudios recientes demuestran que el reparto igualitario de los ingresos recaudados a través de la misma entre la población supondría una mayor cantidad de dinero para los ciudadanos que el que tendrían que gastar de más por la compra de productos generadores de una elevada cantidad de emisiones.

Las medidas dirigidas a la captura indirecta del CO2 atmosférico a partir de la reforestación y el incremento del carbono en el suelo son posiblemente las más efectivas y menos costosas de aplicar. Con estas prácticas pueden retirarse hasta 100 Gigatoneladas de CO2 de la atmósfera. Una mejora en las prácticas agrícolas consistente en una reducción los abonados y un incremento en la recirculación de nutrientes puede hacer que buena parte de los campos de cultivo pasen de ser fuente a ser sumidero de carbono. El uso de plantas productoras de biomasa con captura y almacenamiento de CO2 también puede contribuir también a la reducción del carbono atmosférico.

Respecto a las energías renovables, es imprescindible invertir en Investigación, Desarrollo e innovación (I+D+i) para mejorar los sistemas de almacenamiento y distribución energética, dado que las fuentes de producción de este tipo de energía suelen estar muy lejos de los centros de consumo y son muy intermitentes. La energía nuclear, si bien tiene serios riesgos asociados con los accidentes y el almacenamiento de residuos, podría mejorarse mediante el desarrollo de reactores más eficientes (los actuales utilizan tan sólo un 1% del combustible nuclear, desechando el resto como residuos de peligrosidad media o alta).

También es necesario invertir en el desarrollo y mejora de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Reducir el carbono atmosférico por captura directa con la tecnología existente en la actualidad, puede ser enormemente caro. El coste de capturar 50 ppm de CO2 a 135 dólares la tonelada de CO2, puede ser de 50 trillones de dólares, y según un estudio de la Asociación Americana de Física puede ser incluso mayor, del orden de 200 trillones. Sin embargo, actualmente se están desarrollando tecnologías de bajo coste como la fabricación de ladrillos de carbono.

Los gobiernos deberían invertir en planificación energética en la construcción y el transporte, medidas de eficiencia energética en edificios, vehículos y otros productos manufacturados, y proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático en países empobrecidos.

Pero sobretodo, James Jansen y sus colaboradores hacen especial hincapié en la importancia de llevar a cabo estas acciones lo antes posible. La cantidad de CO2 en la atmósfera (en Gigatoneladas) se incrementa año tras año, y cualquier retraso en la puesta en marcha de soluciones puede suponer un caro peaje a pagar. Si las emisiones de carbono empezaran a reducirse en 2015 se alcanzarían las 350 partes por millón a finales del presente siglo, con un retraso de 20 años, se alcanzarían en 2300, y con un retraso de 40, en el año 3000. Cuanto más tiempo tardemos también se incrementa la cantidad de emisiones a reducir cada año. Si queremos tener 350 partes por millón de CO2 en la atmósfera en el 2100 deberíamos reducir un 9% de las emisiones anualmente desde ya. Si retrasamos el comienzo de la reducción de emisiones hasta 2020, entonces dicho porcentaje sube hasta un 15% anual.

Los autores también remarcan que la lucha contra el cambio climático no es tan sólo una cuestión de ciencia, economía o políticas públicas, sino también una cuestión de derechos humanos. Una cuestión de solidaridad intergeneracional. Si no empezamos a desarrollar las acciones efectivas anteriormente mencionadas para reducir la cantidad de CO2 presente en la atmósfera de forma progresiva y apreciable, nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, se enfrentarán a un escenario de cambio climático cuyos impactos en el medio ambiente, la agricultura y la salud pueden ser irreversibles. La generación de nuestros padres no era plenamente consciente de los efectos que el consumo de combustibles fósiles tenía sobre la vida en la tierra, y con ello podía justificar su no actuación. Por el contrario, nosotros sí que somos conscientes, por lo que no tenemos excusas válidas para no hacer nada.

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