No podemos seguir comiendo así

George Monbiot, 31/01/2018,
www.monbiot.com

El Brexit; el aplastamiento de la democracia por los multimillonarios; el siguiente choque financiero; un presidente estadounidense pícaro: nada de esto me mantiene despierto por la noche. Y no es porque no me preocupe: me preocupa mucho. Es porque tengo en mente una cuestión más importante. ¿De dónde vamos a sacar los alimentos?

A mediados de siglo, habrá dos mil o tres mil millones más de personas en la Tierra. Cada una de las cuestiones que voy a incluir en una lista podría precipitar una hambruna masiva. Y esto, antes de considerar cómo podrían interactuar.

El problema empieza donde lo hace siempre: el suelo. La famosa proyección de la ONU de que, con las actuales tasas de pérdida de suelo, al mundo le quedan 60 años de cosechas, parece verse apoyada por un nuevo conjunto de cifras. Debido en parte a la degradación del suelo, las cosechas ya se han reducido un 20% en las cosechas del mundo.

Pensemos ahora en la pérdida de agua. En lugares como las llanuras del norte de China, el centro de Estados Unidos California y el noroeste de India –entre las regiones en crecimiento crítico en el mundo– los niveles del agua subterránea que riegan los cultivos están llegando ya al punto de crisis. El agua del acuíferos del alto Ganges, por ejemplo, ha estado en 50 ocasiones por debajo de su tasa de recarga. Pero para mantener el nivel de demanda de alimentos, los campesinos del sur de Asia esperan usar para el 2050 entre un 80% y un 200% más de agua. ¿De dónde vendrá ésta?

La siguiente dificultad es la temperatura. Un estudio sugiere que, permaneciendo igual todo lo demás, con cada grado Celsius de calentamiento la producción global de arroz cae un 3%, la de trigo un 6% y la de maíz un 7%. Esta expectativa podría ser optimista. Una investigación publicada en Agricultural & Environmental Letters encuentra que 4°C de calentamiento en el cinturón de maíz de EE.UU podría reducir las cosechas entre el 84 y el 1oo%.

La razón es que las altas temperaturas nocturnas interrumpen el proceso de polinización. Pero esto solo describe un componente de la crisis probable de la polinización. El Insectageddon, causado por el despliegue global de pesticidas poco comprobados, explicará el resto. En algunas partes del mundo, En algunas partes del mundo los trabajadores están ya polinizando las plantas manualmente. Y eso solo es viable para los cultivos más caros.

Después hay que tener en cuenta los factores estructurales. Como tienden a usar más trabajo, se dedican a una gama más amplia de cultivos y trabajan la tierra con más cuidado, en general los pequeños granjeros obtienen más alimentos por hectárea que los grandes. En las regiones más pobres del mundo, campesinos con menos de 5 hectáreas poseen en 30% del suelo agrícola pero producen el 70% de los alimentos. Desde el año 2000, un área de tierra fértil de aproximadamente el doble del Reino Unido se la han apropiado los acaparadores de tierra y han consolidado grandes granjas que generalmente producen cultivos para la exportación en lugar del alimento que necesitan los pobres.

Mientras estos múltiples desastres se despliegan en tierra, los mares son privados de todo menos del plástico. A pesar de un gran incremento de los esfuerzos (barcos más grandes, motores más grandes, engranajes más grandes), la pesca mundial se reduce, pues las poblaciones marinas colapsan. El acaparamiento global de tierras se refleja en un acaparamiento marino: los pequeños pescadores son desplazados por grandes corporaciones que exportan pescado a los que lo necesitan menos pero pagan más. Alrededor de tres mil millones de personas dependen en gran medida de las proteínas del pescado y el marisco. ¿Cómo lo conseguirán?

Todo esto sería bastante difícil. Pero conforme aumentan los ingresos de la gente su dieta tiende a pasar de las proteínas vegetales a las de origen animal. La producción mundial de carne se ha cuadriplicado en 50 años, pero el consumo medio global sigue siendo solo la mitad del de el Reino Unido –donde al año solemos consumir aproximadamente nuestro peso corporal en carne– y algo más de un tercio del nivel de Estados Unidos. Por el modo en que comemos, la huella de granja del Reino Unido (la tierra requerida para satisfacer nuestra demanda) es 2.4 veces el tamaño de su área agrícola. Si todos aspiramos a esa dieta, ¿cómo lo hacemos?

El libertinaje de la producción de ganado es asombroso. Actualmente, el 36% de las calorías cultivadas en forma de cereales y leguminosas –y el 53% de las proteínas– se usan para alimentar a los animales de granja. Dos tercios de este alimento se pierden durante la conversión de vegetal a animal. Un gráfico producido la semana pasada por Our World in Data sugiere que, por término medio, se necesita 0.01m2 de tierra para producir un gramo de proteínas de judías o guisantes, pero 1m2 para producirlo a partir de las ovejas o el ganado vacuno: una diferencia de 100 veces.

Es cierto que una gran parte de la tierra de pastos ocupada por el ganado vacuno y lanar no se puede usar para cultivos. Pero la situación sería distinta si se hubieran mantenido la vida y los ecosistemas naturales. Pero se han drenado pantanos, talado árboles y cortado los semilleros, se han exterminado los depredadores, los herbívoros salvajes han quedado fuera de los vallados y otras formas de vida han sido gradualmente exterminadas conforme se intensificaban los sistemas de pastoreo. Lugares asombrosos –como los bosques pluviales de Madagascar y Brasil– se han arruinado para dejar espacio para más ganado.

Como no hay tierra suficiente para satisfacer lo necesario y también la codicia, una transición global a la ingesta de animales significa quitar la comida de la boca de los pobres. También significa la limpieza ecológica de casi todas las esquinas del planeta.

El cambio de dietas sería imposible de sostener incluso aunque no hubiera un crecimiento de la población humana. Pero cuanto mayor sea el número de personas, mayor el hambre que causará comer carne. Según una base de 2010, la ONU espera que el consumo de carne crecerá un 70% para 2030 (esto es tres veces la tasa de crecimiento de la población humana). En parte como consecuencia, la demanda global de cosechas podría doblarse (de acuerdo con la base de 2005) en 2050. La tierra requerida para ese crecimiento no existe.

Cuando digo que esto me mantiene despierto por la noche, sé lo que digo. Me acosan visiones de gente hambrienta que trata de escapar de las aguas residuales grises, siendo golpeadas por la policía armada. Veo desaparecer los últimos ecosistemas ricos, la última megafauna global –leones, elefantes, ballenas y atunes–. Y cuando despierto, no puedo tranquilizarme pensando que solo ha sido una pesadilla.

Otros tienen sueños diferentes: la fantasía de un frenesí alimentario que nunca termina, el cuento de hadas de reconciliar el crecimiento económico continuado con un mundo vivo. Si las espirales de la humanidad en lo social colapsan, estos sueños serán la causa.

No hay respuestas fáciles, pero el desafío crucial es un cambio de una dieta basada en los animales a otra basada en las plantas. Si todo lo demás sigue igual, dejar de comer carne y el uso de las granjas para cultivar biocombustibles podría proporcionar suficientes calorías para otros cuatro mil millones de personas y doblar las proteínas disponibles para el consumo humano. La carne artificial ayudará: un artículo de investigación sugiere que eso reduce el uso del agua al menos un 82% y de la tierra un 99%.

La siguiente Revolución Verde no será como la última. No se basará en el sobreuso de la tierra a muerte, sino en reconsiderar cómo la usamos y porqué. ¿Podemos hacer esto o nosotros –los más ricos que ahora estamos consumiendo el planeta vivo- consideramos más fácil de contemplar la muerte masiva que un cambio de dieta?

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