El problema de la libertad

George Monbiot, 03/05/2017,
monbiot.com

La propaganda actúa santificando un solo valor, como la fé o el patriotismo. Quien la cuestione se sitúa fuera del círculo de la opinión respetable. El valor sagrado se usa para oscurecer las intenciones de quienes lo promocionan. Hoy, el valor es la libertad. Libertad es una palabra que los poderosos usan para oscurecer el pensamiento.

Cuando los thinktanks y la prensa millonaria piden libertad, se cuidan mucho de no especificar a qué libertades se refieren. Sugieren que la libertad para algunos significa la libertad para todos. En algunos casos eso es cierto. Puedes ejercitar la libertad de pensamiento y expresión, por ejemplo, sin dañar a otras personas. En otros casos, la libertad de una persona puede ser la cautividad de otra.

Cuando las corporaciones se liberan de los sindicatos, eliminan las libertades de sus trabajadores. Cuando los muy ricos se liberan de los impuestos, otras personas sufren los fallos de los servicios públicos. Cuando las financieras tienen libertad para diseñar instrumentos financieros exóticos, los demás hemos de pagar por las crisis que causan.

Los multimillonarios y las organizaciones que dirigen piden libertad frente a algo que ellos denominan línea roja. A lo que se refieren cuando hablan de líneas rojas es a la protección de lo público. Un artículo del Telegraph de la semana pasada se titulaba "Quitar las líneas rojas que ahogan a Gran Bretaña tras el Brexit para liberar el país de los grilletes de Bruselas". Sí, nos estamos ahogando, pero no por las líneas rojas. Nos ahogamos por el desprecio de las normas europeas a la calidad del aire. La contaminación resultante del aire libera de su cuerpo a miles de almas.

Derribar esas protecciones públicas significa, para los multimillonarios y las corporaciones, la liberación de los constreñimientos de la democracia. De esto tratan el Brexit y Trump. La libertad que se nos prometió fue la libertad de los muy ricos para explotarnos.

Para ser justos con el Telegraph, que está haciendo una campaña para desregular toda la economía en cuanto Gran Bretaña abandone el la UE, es, inusualmente, casi explícito por lo que se refiere a quiénes son los beneficiarios. Explica que "el objetivo último de todo este proceso ... debería ser liberar a los creadores de riqueza" (Creadores de riqueza es el nombre código que se utiliza para los muy ricos). Entre los potenciales premios de la lista están los sistemas de calificación de los plátanos, que permite que los plátanos curvos sean etiquetados como Clase 1, el retorno a las lámparas incandescentes y el permiso para matar tritones crestados grandes.

Sospecho que a los hermanos Barclay, los multimillonarios que poseen el Telegraph, los plátanos les importan un rábano. Pero como su imperio de los negocios incorpora hoteles, barcos, ventas de coches, las compras desde casa y sus entregas, deben estar muy interesados en la directiva de horarios de trabajo europeos y otros aspectos de las leyes sobre trabajo, directivas fiscales valoraciones del impacto medioambiental, directivas sobre derechos del consumidor, leyes de seguridad marítimas y toda una serie de otras protecciones públicas.

Si el gobierno acepta la "quema de líneas rojas" propuesta por el Telegraph, ganaremos las prerrogativas de la clasificación de los plátanos y el aplastamiento de los tritones. Pero por otra parte, podríamos perder nuestro derecho a un empleo justo, el mantenimiento de la naturaleza, el aire limpio, el agua limpia, la seguridad pública, la protección del consumidor, el funcionamiento de los servicios públicos y otras importantes características de la civilización. Es difícil elegir, ¿no?

Para afianzar la cuestión, el Sunday Telegraph entrevistó a Nick Varney, director de Merlin Entertainments, en un artículo en el que afirmaba que la "carga de la línea roja" era demasiado pesada para esas compañías. Describía algunas de las protecciones públicas que esas compañías tenían que observar como un "equipaje doloroso". El artículo no relacionaba esos comentarios con el equipaje doloroso de su propia compañía, debido a su decisión unilateral de cruzar la línea roja. Como consecuencia de haber omitido el mecanismo de seguridad en uno de sus trayectos en Alton Towers, que en contra de lo establecido estaban funcionando en un momento de vientos fuertes, 16 personas quedaron heridas y a dos mujeres jóvenes les amputaron las piernas. Por eso necesitamos protecciones públicas del tipo que el Telegraph quiere destruir.

El mismo comportamiento, con la misma justificación, invade la administración Trump. El nuevo director de la Environmental Protection Agency, Scott Pruitt, intenta anular las reglas que intentan proteger los ríos de la contaminación, a los trabajadores de la exposición a la contaminación y a todos frente a las consecuencias del cambio climático. Tampoco es que la Agencia fuera excesivamente cuidadosa atentamente: una de las razones del envenenamiento masivo en Flint, Michigan, fue su fallo catastrófico de no proteger a la gente de beber agua contaminada por plomo: un fallo que afecta ahora a 18 millones de estadounidenses.

Además de tratar de desmantelar el programa de cambio climático del Gobierno, Trump se enfrenta incluso a las formas de protección más desconocidas. Por ejemplo, intenta quitar fondos a la pequeña US Chemical Safety Board, que investiga los incidentes letales en las fábricas químicas. Descubrir lo que ha sucedido y el motivo sería un impedimento a la libertad.

Estos intentos encuentran oposición en los dos lados del Atlántico. El asalto de Trump a la protección pública ya ha provocado docenas de demandas. El Consejo Europeo ha dicho al Gobierno del Reino Unido que si quiere comerciar con la UE en términos favorables tras el Brexit, sus compañías no pueden reducir costes traspasándoselos al resto de la sociedad.

Esto enloquece a los principales partidarios del Brexit. Como consecuencia de la Paradoja de la Contaminación (las empresas más sucias han de ganar mucho dinero en política, para que el sistema político sea poseído por ellos), políticos como Boris Johnson y Michael Gove tienen un incentivo para ser los adalides de la libertad de las compañías irresponsables. Pero también los pone en un aprieto. Su principal argumento en favor de la desregulación es que hace más competitivos los negocios. Si eso significa que esos negocios no pueden comerciar con la UE, el argumento se hace pedazos.

Intentarán encender la hoguera, de todos modos, pues es una cuestión de poder y cultura tanto como de dinero. No es necesario escuchar durante mucho tiempo a los muy ricos para darnos cuenta que muchos se ven a sí mismos como los "independientes" a los que celebraba Friedrich Hayek en The Constitution of Liberty, o como John Galt, quien dirigió una huelga de millonarios contra el Gobierno en la novela de Ayn Rand, Atlas Shrugged. Como Hayek, consideran la libertad de la democracia como un derecho absoluto, con independencia del coste que pueda significar para otros, o incluso para sí mismos.

Cuando nos enfrentamos a un sistema de propaganda, nuestra primera tarea es decodificarlo. Empezar a interrogar su valor sagrado. Siempre que oigamos la palabra libertad, deberíamos preguntarnos: "¿Libertad para quién y a costa de quién?".

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