Las industrias sucias gastan más en política, para mantenernos en la era fósil.
George Monbiot, 27/02/2017, monbiot.comHagamos que América Espere de Nuevo. A eso nos lleva la política energética de Donald Trump. Detener todos los relojes, poner en espera la revolución tecnológica, asegurarse de que la transición de los combustibles fósiles a la energía limpia se retrase lo más posible.
Trump es el presidente con el que han soñado los luditas corporativos; el hombre que les permitirá exprimir hasta el último centavo de sus reservas de petróleo y carbón antes de que dejen de tener valor. Le necesitan porque han quedado encallados por la causa de la ciencia, la tecnología y las demandas populares de un mundo seguro y estable. No hay una pelea justa que puedan ganar, por lo que su última esperanza la ponen en un gobierno que amañe la competición.
Con este objetivo, Trump ha incluido en su gabinete a algunos de los responsables de un crimen universal: se inflinge no a naciones o grupos particulares, sino a todos.
Investigaciones recientes sugieren que de no realizarse una acción drástica de las consideradas en el acuerdo de París sobre el cambo climático solo la pérdida de hielo de la Antártica podría elevar un metro en este siglo el nivel de los mares, y 15 metros en los siglos posteriores. Si lo combinamos con el derretimiento en Groenlandia y con la expansión térmica del agua del mar, descubriremos que está en peligro la existencia de muchas de las grandes ciudades del mundo.
La alteración climática de zonas agrícolas cruciales en Norteamérica y América Central, Oriente Medio, África y una buena parte de Asia plantea una amenaza de seguridad que podría empequeñecer a todas las otras. La guerra civil de Siria, a no ser que se adopten medidas políticas resueltas, parece que nos esté permitiendo vislumbrar un posible futuro global.
Si los riesgos se materializan, no son cambios a los que nos podamos adaptar. Estas crisis superarán a nuestra capacidad de respuesta. Pueden conducir a la simplificación rápida y radical de la sociedad, lo que por decirlo brutalmente significa el final de civilizaciones y de los pueblos que viven en ellas. Si esto sucediera, llevaría al mayor crimen cometido nunca. Y hay miembros del Gabinete propuesto por Trump que se encuentran entre los principales instigadores.
Hasta ahora han sido líderes de la industria de los combustibles fósiles que se enfrentaban a las medidas que pretenden prevenir el desastre climático. Es como si hubieran considerado la necesidad de que algunos individuos excesivamente ricos protejan sus estúpidas inversiones unos años más, lo han sopesado con las benignas condiciones climáticas que han permitido el florecimiento de la humanidad y han decidido que esas estúpidas inversiones son más importantes.
Al designar a Rex Tillerson, director general de la compañía petrolífera ExxonMobil, Trump no solo garantiza que la economía de los combustibles fósiles está cerca de su corazón; también consuela a otro de los partidarios: Vladimir Putin. Fue Tillerson el que negoció el contrato de 500 mil millones de dólares entre Exxon y la compañía rusa de de propiedad estatal Rosneft para explotar las reservas petrolíferas del Ártico. Como recompensa, el Presidente Putin le otorgó la Orden de la Amistad Rusa.
El contrato se paralizó con las sanciones impuestas por EE UU cuando Rusia invadió Ucrania. La probabilidad de que, en su forma actual, estas sanciones se mantengan con un Gobierno de Trump es la misma, incluyendo hasta el último de los decimales, de que sobreviva una bola de nieve en el infierno. Si Rusia intervino en las elecciones estadounidenses, será muy bien recompensada cuando el contrato siga adelante.
Los nombrados por Trump como secretario de energía y secretario de interior son negacionistas del cambio climático y ambos, dicho sea de paso, tienen una larga historia de haber sido recompensados por la industria de los combustibles fósiles. Su propuesta para Fiscal General, el senador Jeff Sessions, se supone que fracasó al revelarse en su declaración de intereses que alquila tierras a una compañía petrolífera.
Scott Pruitt, nominado para dirigir la Environmental Protection Agency (EPA), ha dedicado buena parte de su vida de trabajo a hacer campaña contra... la Environmental Protection Agency. Como fiscal general de Oklahoma, interpuso 14 demandas contra la EPA, intentando, entre otras cosas, eliminar el Plan de Energías Limpias, las limitaciones al mercurio y otros metales pesados liberados por las plantas de carbón y la protección de los suministros de agua potable y la vida natural. Trece de estas demandas se dice que tuvieron como copartícipes a compañías que habían contribuido con fondos a sus campañas o a los comités de las campañas políticas a las que él estaba afiliado.
Las designaciones de Trump reflejan lo que llamo la Paradoja de la Contaminación. Cuanto más contamina una compañía, más dinero debe gastar en política para asegurarse de que la regulación no ponga en peligro su existencia. Por ello, la financiación de las campañas es dominada por las compañías sucias, asegurándose de que obtendrán la mayor influencia, desplazando a sus rivales limpios. El gabinete de Trump está lleno de personas que deben su carrera política a la inmundicia.
Hubo un tiempo en el que fue posible argumentar, con razón o sin ella, que los beneficios para los seres humanos del desarrollo de las reservas de combustibles fósiles podían superar al daño que causaban. Pero la combinación de una ciencia climática más refinada, que presenta ahora los riesgos en términos rígidos y la caída en picado de los costes de las tecnologías limpias, hace que este argumento sea tan obsoleto como una central eléctrica a carbón.
Mientras EE UU cava madrigueras en el pasado, China investiga activamente en energías renovables, coches eléctricos y una nueva batería de tecnologías. El Gobierno chino afirma que esta nueva revolución industrial generará 13 millones de empleos. Esto, en contraste con la promesa de Trump de crear millones de empleos mediante la reanimación del carbón, al menos tiene una posibilidad de materializarse. No es solo que es difícil retornar a una tecnología antigua cuando disponemos de otras mejores; además, la minería del carbón se ha automatizado en tal medida que ahora solo puede generar pocos empleos. El intento de Trump de reanimar la era fósil no será útil nada más que para los barones del carbón.
Comprensiblemente, los comentaristas han buscado vislumbres de luz en la posición de Trump. Pero no hay ninguno. No podría haberlo dejado más claro, por medio de sus declaraciones públicas, la plataforma republicana y sus designaciones, que lo que intenta en la mayor medida posible es cerrar los fondos para la ciencia climática y las energías limpias, desgarrar el Acuerdo de París, mantener los subsidios a los combustibles fósiles y anular las leyes que protegen a la gente y a todo el mundo vivo del impacto de la energía sucia.
Su candidatura fue presentada como una insurgencia que desafiaba al poder establecido. Pero su posición sobre el cambio climático revela lo que debería haber sido evidente desde el principio: él y su equipo representan a los operadores establecidos, que combaten a las tecnologías y los retos políticos insurgentes favoreciendo a modelos de negocio moribundos. Ellos frenarán la marea del cambio mientras puedan. Y después, la barrera se vendrá abajo.