Control de abajo a arriba
George Monbiot, 29/05/2015, monbiot.comEl liderazgo viene de abajo: eso es lo que tienen en común los partidos progresistas de mayor éxito. Los partidos de izquierda han triunfado allí donde la política ha sido reformulada por movimientos sociales poderosos, pero ha fracasado donde se ha basado en un apoyo pasivo. El modelo de finales del siglo XX, hecho de discursos, de dar vueltas a los asuntos y de ordenes dictadas por el centro, es inútil.
Ningún partido progresista puede sobrevivir a la prensa corporativa, los sistemas corruptos de financiación de los partidos y las maquinarias de meter miedo conservadoras si lucha contra estas fuerzas con sus propios medios. La izquierda solo se puede construir de abajo arriba; remodelarse mediante la revitalización que proporcionan las comunidades, trabajar con la gente local para llenar los vacíos en provisión social dejados por una elite indiferente. Los movimientos progresistas de éxito deben ser ahora un departamento de asesoría a ciudadanos, asociación vecinal, tropa de exploradores, sindicato, institución financiera, sala de bingo, banco de alimentos, trabajado asistencial, club de fútbol e iglesia evangélica, todo ello en uno. Los grupos de debate y los expertos ya no funcionan.
Esta es la lección que nos viene de Latinoamérica, donde se han ganado muchas de las victorias progresistas de los últimos 20 años. No surgen de estrategias electorales a corto plazo, y mucho menos de amistosas propuestas a los bancos y los barones de los medios de comunicación, sino de movimientos ciudadanos que se iniciaron, en algunos casos, hace 50 años. Estos movimientos han sufrido muchos contratiempos y decepciones. Pero se han mantenido en un tipo de cambio que una vez pareció imposible.
Entre 1989 y 1991, trabajé con movimientos que representaban a los campesinos sin tierra de Brasil. Mientras reclamaban su parte de tierra, miles de ellos fueron arrestados, muchos fueron torturados y algunos fueron asesinados. No solo se enfrentaban a una prensa hostil, sino a canales de televisión tan sesgados que podrían hacer que el Daily Mail pareciera el Morning Star. Sin embargo, el cambio que catalizaron parece en retrospectiva inexorable. Estas movilizaciones fueron precedidas, durante el reinado criminal de los generales, por la teología de la liberación y por movimientos de educación popular que implicaban un riesgo diario para la vida de sus instigadores. ¿Piensa que en Gran Bretaña ha sido duro? Piénselo de nuevo.
En Bolivia, Argentina, Ecuador, Venezuela, Uruguay y Chile fueron movimientos similares los que transformaron la vida política. Desalojan gobiernos y piden cuentas a los que los representan. Syriza en Grecia y Podemos en España han sido inspirados, directa o indirectamente, por la experiencia latinoamericana.
Ed Miliband ha dejado muy poco atrás, salvo sus intentos de movilizar a las comunidades. Aunque sus esfuerzos fueron pequeños, tentativos y se vieron frustrados en su mayor parte, parece que había entendido lo que produce un cambio duradero. Alteró la Cláusula 1 de la constitución laborista para incluir el compromiso de "fortalecer a las comunidades mediante el apoyo y la acción de las colectividades". Relanzó ahí el intento de su hermano de crear un movimiento de masas de organizadores de comunidad. El Movement for Change quizá sea pequeño, pero donde está en activo funciona. Ha presionado para que los centros de trabajo dejen de tratar a los solicitantes como criminales, y a los negocios locales para que anuncien abiertamente su ofertas de empleo; han instado a la policía a que cambien el modo en que tratan a las víctimas del acoso doméstico; han apabullado a los consejos para que se deshagan de las agujas rechazadas; han luchado contra los desalojos por venganza; han pedido a los medios de comunicación locales que dejen de anunciar a los prestamistas usureros y busquen financiamientos alternativos; y han pedido a los propietarios de edificios abandonados que los rehabilitaran. Todo ello con cierto grado de éxito.
Miliband trajo al organizador de comunidad Arnie Graf de Chicago para que intentara catalizar la participación de las masas y ha permitido a los simpatizantes del partido que tuvieran una posición de liderazgo, en lugar de limitarse a seguir las órdenes. Pero en octubre de 2013 cometió lo que pudo haber sido el mayor de sus numerosos errores: puso a Douglas Alexander a cargo de su estrategia electoral.
Es de sobra conocido que Alexander ha sido el responsable de haber acabado con Arnie Graf. Devolvió al partido laborista al viejo modelo de portapapeles y telemarketing, centralización y órdenes de arriba. Parece que el Movement for Change haya sido tratado como si fuera una molestia: apenas fue mencionado durante la campaña laborista. Podemos ver lo sintonizado que estaba con los tiempos el instinto político de Alexander: fue vencido en su propio distrito electoral por una estudiante de 20 años, con una diferencia del 27%.
Es cierto que el desarrollo de la comunidad no producirá resultados instantáneos. En Gran Bretaña la vida en comunidad es más débil que casi en cualquier otra parte. La destrucción de las poblaciones rurales mediante los cercamientos y los cambios agrícolas, a lo que siguió una urbanización rápida y caótica basada en industrias que después fracasaron, la implosión del trabajo organizado, la extrema atomización y el hiperconsumo: Todo esto significa que tenemos menos espacio para la colaboración que en otras partes del mundo. La recreación de la comunidad ha de empezar casi desde el principio y nos puede llevar décadas. Pero hasta que eso suceda, hay pocas esperanzas de un cambio progresista duradero en este país.
El problema de los laboristas no es que la gente que dirige el partido haya dedicado toda su vida a la política. Es que han dedicado su vida a ese tipo de política cuyos representantes se lavan las manos si alguna vez tienen la desgracia de tocar a un votante. Toda una vida dedicada al estudio de las tácticas y maniobras en la burbuja de Westminster podría funcionar para un partido que es apoyado por los medios de comunicación corporativos y que puede movilizar el miedo para escorar a la gente hacia la derecha; no funciona en un partido que para triunfar necesita de un entusiasmo público verdadero. No son personas con experiencia en la banca o los negocios lo que los laboristas necesitan desesperadamente, sino personas que sepan cómo crear un movimiento político de abajo arriba.
Entre signos deprimentes de que el partido podría estar aprendiendo todas las lecciones equivocada de la derrota entre las que no deja de tener importancia la colección de animatrones preprogamados considerados actualmente como serios candidatos a dirigir el partido también hay algunos movimientos de esperanza. Por ejemplo, el antiguo ministro John Denham hace notar que "nuestra incapacidad de reconocer, y mucho menos tratar, la importancia central de la política dirigida a quienes pertenecemos fue el hilo unificador único de nuestra decepción". Tessa Jowell escribe que "perdimos el trabajo de Arnie Graf al cambiar la relación con las comunidades locales y los activistas laboristas ... que son una parte importante de la construcción de nuestro futuro compartido". Pero hasta ahora esas voces han sido ahogadas por argumentos acerca del mensaje que "nosotros" les deberíamos haber transmitido a "ellos"; y "ellos" es la tribu remota e inescrutable conocida como el electorado.
Revitalizar las comunidades no es solo una estrategia electoral. Es por propio derecho un programa para el cambio; incluso sin un gobierno que simpatice con ello. Si echa raíces, irá más allá de las vicisitudes de los políticos. Pero también hará más probable el éxito. Si el partido Laborista quiere reconectar, debe ser el cambio lo que necesita mirar.