Producir más, consumir menos
George Monbiot, 29/01/2015, monbiot.comMientras lee esto, sin hacer ruido, se está tramitando un proyecto de ley monstruoso en el Parlamento británico. Es tan grande y complejo, y cubre tantos temas, que es una burla de la democracia.
El Proyecto de Ley de Infraestructuras personifica la tendencia creciente al modelo del relleno legislativo: llena una bolsa con tantas cuestiones dispares que los votos parlamentarios dejan de ser significativos. Los miembros del Parlamento deben aceptar o rechazar totalmente ese agrupamiento de medidas carentes de relación entre ellas. De esta manera se aprueban leyes que nadie en su sano juicio habría votado.
Los proyectos como éste son un buen lugar donde enterrar las malas noticias, pero en este caso es un cementerio entero.
Entre sus indignantes y apenas debatidas disposiciones, deslizadas por el Gobierno algún tiempo después de que se iniciaran los debates parlamentarios, hay una medida que socava cualquier reivindicación que prevenga el peligroso cambio climático. Es una obligación legal, para el Gobierno actual y los futuros, ayudar a llenar de basura la atmósfera del mundo.
El Gobierno tiene ya la obligación legal de hacer lo opuesto. El Climate Change Act 2008, apoyado por todos los partidos importantes, compromete a los gobiernos sucesivos a minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero del Reino Unido. El Infrastructure Act 2015 obligará a los gobiernos sucesivos a maximizarlas.
No hace falta decir que no es así como está expresado. El proyecto de ley obliga a los gobiernos a proporcionar estrategias para "maximizar la recuperación económica del petróleo del Reino Unido": dicho de otro modo, para extraer del suelo tanto petróleo como sea posible. El petróleo se extrae para quemarlo; al quemarlo se liberan gases de efecto invernadero; maximizar la recuperación significa maximizar los gases de efecto invernadero.
El Proyecto de Ley de Infraestructuras, de aprobarse y de momento apenas ha encontrado oposición (hola, Laboristas, ¿seguís estando ahí? es el hermano gemelo malvado de la Ley sobre el Cambio Climático. Ambas leyes obligan a los gobiernos actual y futuros a informar en períodos establecidos acerca de cómo lograrán sus objetivos contradictorios. La misma persona, el Secretario de Estado para la Energía y el Cambio Climático, se responsabilizará de ambas políticas: garantizar que el Reino Unido consume menos petróleo y de que produce más. Quizás trate de minimizar el cambio climático durante el día y después, tras una buena dosis de poción, salga por la noche a maximizarlo.
Pero no podría haber mayor contraste entre los modos en que se desarrollaron las dos leyes (o sus cláusulas relevantes). La Ley del Cambio Climático fue el resultado de un esfuerzo tremendo realizado a lo largo de muchos años por movimientos ciudadanos que movilizaron a la opinión pública y presionaron a los miembros del Parlamento para que la legislaran. Las disposiciones del Proyecto de Ley de Infraestructuras fueron deslizadas subrepticiamente por un gigante legislativo que estaba recorriendo ya una autopista de seis carriles. Dicho de otro modo, la primera Ley fue un ejemplo de cómo se supone que debe funcionar la democracia; la
segunda es un ejemplo de cómo se corrompe.
Ahora, mientras los miembros del Parlamente se reúnen en un comité para discutir este proyecto de ley, Nature publica el más detallado documento científico acerca de la cantidad de combustibles fósiles que no deberíamos extraer si queremos tener una oportunidad de impedir que el calentamiento global sobrepase los dos grados.
Para ofrecer una probabilidad del 50% (que tampoco es un porcentaje que pudiéramos considerar tranquilizador) de que el calentamiento no supere los 2 grados, el mundo debería dejar sin explotar dos tercios de las reservas de combustibles fósiles.
Debo señalar que las reservas son solamente una pequeña fracción de los recursos (que son todos los minerales de la corteza terrestre). La reserva es esa proporción de un recurso mineral que ha sido descubierta y cuantificada, y que es viable explotar en las condiciones actuales: en otras palabras, que son válidas.
El artículo de Nature estima que, para evitar niveles de calentamiento global extremadamente peligrosos, no se debería tocar un tercio de las reservas de petróleo del mundo, la mitad de las reservas de gas y el 80% de las de carbón. Dos grados es ya una cifra lo bastante peligrosa; en el presente nos dirigimos a cerca de cinco cuando el siglo termine, sin un fin obvio a la vista más allá del año 2100.
La única respuesta sensata a estos descubrimientos, que algunos llevamos proponiendo desde hace años, es dejar en donde están estos combustibles fósiles que no se pueden quemar. Pero no es solo que ese acuerdo no exista, es que ni siquiera ha sido promovido nunca.
En su investigación dada a conocer en Don't Even Think About It, que considero el libro sobre el cambio climático más importante de los publicados en los últimos años, George Marshall
descubrió que en las negociaciones internacionales sobre el clima no ha existido una sola propuesta, debate o incluso documento científico sobre la limitación de la producción de combustibles fósiles.
"Desde el principio mismo, la producción de combustibles fósiles quedó fuera del marco de las discusiones y, como ha sucedido con otras formas de silencio socialmente construido, las normas sociales entre los negociadores y los especialistas de la política lo mantuvieron así."
Sospecho que para los gobiernos no es del todo inconveniente ignorar el papel que juegan las compañías de combustibles fósiles en la causalidad del cambio climático.
Aunque la mayoría de los Estados no ha dado el paso sorprendente y ecocida de convertirlo en una obligación legal, casi todos siguen la misma política que el Reino Unido: maximizar la producción de combustibles fósiles. Pero casi todos dicen maravillas sobre la idea de minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero.
No se hace el menor intento de resolver esta contradicción; ni siquiera de reconocerla. No tienen necesidad de hacerlo, porque saben que el asunto se resolverá por sí mismo. Si ese material sigue siendo extraído del suelo, se quemará; sin que lo eviten las débiles políticas que tratan de limitar su consumo.
Creo que posiblemente soy el primero que ha sugerido en los medios de comunicación, en una columna del Guardian de 2007, que el mejor modo de hacer frente al cambio climático es dejar combustibles fósiles en el suelo donde se encuentran. Desde entonces, esta solución ha sido liderada por el infatigable Bill McKibben, mediante su tour Do the Math y 350.org, y su empeño ha sido recogido por otras muchas organizaciones.
Pero nuestros políticos siguen simulando no haberlo oído. Incluso el actual Secretario de Estado para la Energía y el Cambio Climático del Reino Unido, Ed Davey, quien con frecuencia es muy dado a responder, bloquea los oídos y canta a voz en grito cuando se mencionan las contradicciones flagrantes de sus funciones. Además, ¿cómo podría deslizarse al exterior por la noche para revertir las acciones políticas que realiza durante el día? Como le sucedía al Dr Jekyll, no podría vivir consigo mismo si fuera plenamente consciente de lo que estaba haciendo Mr Hyde.
Si los gobiernos del mundo regularan la boca del pozo, en lugar de limitarse al tubo de escape, logísticamente la tarea sería mil veces más sencilla. En lugar de intentar cambiar la conducta de siete mil millones de personas, solo tendrían que controlar a unos cuantos miles de corporaciones.
Estas compañías podrían comprar permisos de extracción de combustibles fósiles en una subasta pública. Cuando funcionara un tope global al volumen de combustibles fósiles que se pudieran quemar, el precio subiría, con lo que las tecnologías con bajas emisiones de carbono, como las eólicas, solares y nucleares, pasarían a ser inversiones mucho mejores. Las corporaciones del sector energético no tendrían otra posibilidad que la de empezar a cambiar las tecnologías sucias por las limpias. El dinero de la subasta se podría usar para compensar a las naciones más pobres por no poder seguirnos en el bloqueo del carbón, o bien para ayudarlas a sobrevivir en un mundo en el que cierto y peligroso calentamiento que esperemos no supere los 2º C se producirá inevitablemente.
Durante 23 años, los gobiernos han perdido un tiempo precioso persiguiendo una solución que no funciona. Quizás fuera esa su intención. Pero si las conversaciones sobre el clima celebradas en diciembre en París tienen algún significado o propósito, deberían abandonar la política autodestructiva de abordar solamente el consumo, para concentrarse en restringir la producción. Creo que debería ser éste el enfoque de nuestras campañas. Mediante grupos como 350.org, debemos convertir esto en una cuestión electoral tan potente que saque a rastras a los gobiernos de los acoplamientos con el sector de los combustibles fósiles.
¿Esto le parece difícil? Entonces, pruebe la alternativa: vivir en un mundo con 5º C de calentamiento global; dicho de otro modo, un mundo de desastre climático. Comparado con eso, casi cualquier cosa parece fácil.