La camisa de fuerza política

George Monbiot, 15/09/2014,
monbiot.com

Por George Monbiot, publicado en el sitio web del Guardian el 11 de septiembre de 2014.

En The Magnificent Seven Deadly Sins (proyectada en España como Los magníficos siete pecados capitales), una comedia rodada en 1971, Spike Milligan representa la Pereza como un vagabundo que intenta pasar por la puerta de una granja. Esta sencilla tarea deviene casi imposible de realizar porque él no se molesta en sacar las manos de los bolsillos y abrir el pestillo. Lo intenta todo: pasar por encima, por debajo, atravesarla, lanzarse contra ella arriesgando provocarse una herida mortal, gastando más energía y haciendo mayores esfuerzos de lo que requeriría la solución evidente.


Así es como funciona la diplomacia medioambiental. Los gobiernos se reúnen para debatir un problema urgente y hacen todo tipo de propuestas, salvo la solución obvia: legislación. Lo último que contemplarán nuestros estados, que se odian a sí mismos, es lo que están dotados para hacer: gobernar. Pondrán en marcha interminables conversaciones y comisiones, idearán detallados mecanismos de mercado, incluso ofrecerán cuantiosas subvenciones para promover una mejor conducta, en lugar de decir simplemente "estamos deteniendo esto".


Esto es lo que está sucediendo con el cambio climático antropogénico. La solución evidente, de hecho la única solución real y duradera, es decidir que la mayor parte de las reservas de combustibles fósiles permanezcan en el subsuelo, al tiempo que se desarrollan rápidamente energías alternativas que las compensen. Todo lo demás es hablar. Pero los Gobiernos no solo no contemplarán este paso, ni siquiera lo discutirán. Preferirían arriesgarse a una herida mortal antes que abrir la puerta.


Lo mismo se aplica a la biodiversidad, las pesquerías, los pesticidas neonicotinoides y a toda una serie de cuestiones que afectan al planeta vivo: los negociadores han intentado abrirse camino por debajo, por encima y a través de la puerta, asegurándose de que la barrera no desaparezca.


No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que sacaron las manos de los bolsillos.


Esta semana la ONU reveló que la capa de ozono se está recuperando con tanta rapidez que a mediados de siglo el problema se habrá casi resuelto. El ozono es el elemento químico atmosférico que bloquea las radicaciones ultravioletas-b, protegiéndonos del cáncer de piel y del daño en nuestros ojos y en el sistema inmunológico, mientras protege a las plantas de su destrucción. Está recuperándose, lo que es una gran publicidad para el gobierno activo.


Lo mismo que el calentamiento global antropogénico, el problema fue predicho antes de que se observara. En el caso del calentamiento global, Svante Arrhenius predijo en 1896 que el "ácido carbónico" (dióxido de carbono) producido al quemar combustibles fósiles bastaba para elevar la temperatura global En 1974, antes de que se hubieran producido problemas evidentes, los químicos Frank Rowland y Mario Molina predijeron que la descomposición de los clorofluocarbonos —agentes químicos usados en la refrigeración y como propulsores de los aerosoles— en la estratosfera destruirían el ozono atmosférico. Once años después, cerca del Polo Sur la British Antarctic Survey detectó la destrucción del ozono.


De no haber actuado los Gobiernos la ONU estima que,
"los niveles de las sustancias que destruyen el ozono atmosférico podrían haber aumentado diez veces para el año 2050".


La acción de los gobiernos se produjo directamente y sin complicaciones: los agentes químicos que destruían el ozono serían prohibidos. El Protocolo de Montreal entró en vigor en 1989 y en siete años el uso de las sustancias más peligrosas se había casi eliminado. El tratado ha sido ratificado por todos los miembros de la ONU.


Se hizo a pesar de una campaña sostenida de los lobbies y los negacionistas de las industrias químicas –dirigida por Dupont– que guarda muchas semejanzas con la campaña hecha por las compañías de combustibles fósiles para impedir que se actúe contra el cambio climático.


El Protocolo de Montreal es una de esas victorias que nos permitimos olvidar. No estamos preparados para reconocer una ausencia; no dedicamos nuestro tiempo a celebrar la erradicación de la viruela ni el hecho de que la difteria ya no asole nuestras ciudades. Pero si no estuviera en vigor, apenas pasaría un día en el que el problema no incidiera en nuestra conciencia. La ONU mantiene que el protocolo
"habrá prevenido para 2030 dos millones de casos de cáncer de piel anuales″.


Todavía quedan cuestiones sin resolver. A principios de este año, los científicos detectaron cuatro nuevos agentes químicos que destruyen el ozono de la atmósfera, que probablemente sean materias primas industriales o productos del mercado negro. Siempre habrá tramposos y gorrones, pero el tratado puede seguir evolucionando para enfrentarse a las nuevas amenazas.


El Protocolo de Montreal tiene fama de haber hecho más por la prevención del calentamiento global (que no era su objetivo) que el Protocolo de Kyoto, pensado para prevenirlo. Ello se debe a que alguno de los agentes químicos del tratado sobre el ozono también son potentes gases de efecto invernadero.


Entonces, ¿dónde está la diferencia? ¿Por qué es efectivo el Protocolo de Montreal pero no lo son el de Kyoto y los posteriores esfuerzos por prevenir el problema climático?


En parte, la respuesta es que el sector de los lobbies es mucho mayor. Retirar los combustibles es tan técnicamente factible como sustituir los agentes químicos que destruyen el ozono, dada la amplia gama de tecnologías capaces de generar energía útil, pero políticamente es mucho más difícil.


Pero no creo que sea el único factor. Cuando se negociaba el Protocolo de Montreal, a mediados del decenio de los 80, se atacaba mucho la idea de que los gobiernos pudieran intervenir en el mercado, pero no era una posición hegemónica. Incluso Margaret Thatcher, aunque hablaba el lenguaje del fundamentalismo económico, era dirigista en comparación con sus sucesores: al menos lo suficiente para apoyar con firmeza el Protocolo de Montreal. Es casi imposible imaginar a David Cameron defendiendo una medida semejante. Y para el caso, dado el estado actual del Congreso, es casi imposible imaginar que lo haga Barack Obama.


A mediados del decenio de los 90, la doctrina del fundamentalismo del mercado —conocida también como neoliberalismo— tenía cogidos por el cuello a casi todos los estados. Cualquier político que intentara proteger al débil frente al poderoso, o al mundo natural ante la destrucción industrial, era castigado por los mercados o por los medios de comunicación corporativos.


Esta doctrina política extrema —que los gobiernos dejen de gobernar— ha realizado directamente y sin complicaciones una acción casi impensable. Cuando el alcance de la mayor crisis de la humanidad —el desastre climático— fue evidente, los gobiernos que quisieron hacerle frente fueron castigados o purgados.


Desde entonces, esta doctrina ha provocado crisis financieras y hundimientos económicos, la destrucción de los medios de vida, una deuda enorme y la devastación del planeta vivo. Como demuestra Thomas Piketty, ha sustituido el capitalismo industrial por el patrimonial: las economías neoliberales son dominadas rápidamente por la renta y la riqueza heredada, en la que la movilidad social se detiene. Pero a pesar de la evidencia de los fracasos, a pesar de que las reivindicaciones del fundamentalismo de mercado han sido refutadas tan totalmente como las del comunismo de estado, esta ideología zombie sigue avanzando tambaleándose. Si el agujero de ozono se hubiera descubierto hoy, los gobiernos habrían anunciado conversaciones sobre conversaciones sobre conversaciones, y seguiríamos discutiendo si se debería hacer algo o si deberíamos dejar que se nos cuarteara la piel.


Para abordar cualquier crisis medioambiental, especialmente la climática, se necesita retomar el valor político: el valor necesario simplemente necesario para abrir la puñetera puerta.


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