La cultura de la naturaleza
George Monbiot, 14/07/2013, monbiot.comPor George Monbiot, publicado en The Guardian el 9 de julio de 2013
Hace dos meses se descubrió la existencia del gorgojo americano del lienzo en los archivos de la National Gallery. Tras asolar las colecciones estadounidenses del Metropolitan y el Guggenheim, ahora está actuando en las salas de almacenamiento de la Galería. Centenares de obras maestras se han destruido. Los conservadores del museo temen que le sucederá lo mismo a gran parte de la colección.
Los medios han respondido casi con el silencio a esta devastación. Un artículo en primera página de la revista de The Guardian consideraba como "escapismo burgués" las expresiones de amor hacia las pinturas destruidas. Quienes tratan de detener la dispersión del gorgojo del lienzo son comparados con "demagogos anti-inmigración [que] afirman que los extranjeros destruirán una cultura británica única y exclusiva".
¿Inconcebible? Debería serlo... y esta historia, felizmente, es ficticia. Pero las respuestas que he mencionado son reales si cambiamos arte por naturaleza.
A principios de este año, John Hayes, que fue ministro de Energía, describió las preocupaciones por las pluviselvas de Malasia e Indonesia que están siendo destruidas, junto con sus tigres, orangutanes y miles de especies únicas, para cultivar biocombustibles como "puntos de vista burgueses" (1). (Si pensamos que esto lo dijo un parlamentario por el Partido Conservador, la frase es inmejorable). En la revista de The Guardian del sábado, Steven Poole recogió el guante(2). Haciéndose eco de las denuncias que hizo Mao de la cultura china prerrevolucionaria, nos anatemizaba por burgueses y snobs a quienes escribimos sobre nuestro amor a la naturaleza, y sugería que nuestra preocupación por la extensión de animales y plantas exóticas invasivas es una forma de criptofascismo: "la versión verde de la English Defence League".
Las especies exóticas invasivas son un verdadero problema ecológico, fatigosamente familiares para todo el que intente proteger la biodiversidad. Algunas especies introducidas como la liebre marrón, el búho pequeño, la amapola de campo, el negullón y la Adonis vernalis en Gran Bretaña no causan daño en su nuevo entorno y son queridos y defendidos por los amantes de la naturaleza. Pero otros, como el sapo de caña, el visón, las ratas, el rododendro, el kuzdu y los hongos que matan los árboles, pueden simplificar rápidamente un ecosistema complejo, causando la desaparición de muchas de sus plantas y animales endémicos (3). Tienen características (por ejemplo, ser no comestibles para los carnívoros o herbívoros autóctonos, omnívoros, tapar la luz o ser tóxicos) que les permiten deshacer un ecosistema. No estamos hablando de construcciones culturales. Son hechos biológicos.
Comparar a quienes describen estos procesos con racistas equivale a afirmar que la evolución mediante la selección natural es un ataque codificado contra el estado del bienestar, o que la primera ley de la termodinámica nació por los activistas verdes, que intentaban conservar la energía. Es ver las palabras sin entender la ciencia que describen. Esta falacia que toma erróneamente los descubrimientos científicos como conceptos culturales fue deliciosamente destrozada por el artículo satírico de Alan Sokal, "Transgressing the Boundaries: towards a transformative hermeneutics of quantum gravity"(4,5).
Considero el amor a la diversidad y riqueza de la naturaleza como un impulso cultural y estético idéntico al amor por el arte. Es una forma de cultura tan refinada e intensa como cualquier otra, pero los que la profesan tienden ser considerados como bobos, no como conocedores de una materia. (Eso sí que es realmente snob). Steven Poole y otras personas como él se posicionan entre los filisteos: los que no ven valor en las maravillas que encantan a otros.
Consideremos el problema del hongo Serpula lacrymans en los edificios históricos. Es un problema grave. Quien despreciara la preocupación de los conservacionistas tomándola como una forma de neofascismo sería considerado loco. Es una especie exótica invasiva: un hongo que, hasta que fue introducido con el envío de madera, vivía tranquilamente en los pinos y los tejos del Himalaya(6). Descontrolado, podría destruir una gran parte de nuestra herencia cultural. ¿Cuál es la diferencia?
¿Por qué este filisteísmo de guardia roja se dirige contra aquellos a los que les rompe el corazón la irresponsable destrucción del mundo natural, personas a las que no se les ocurriría trivializar la insensata destrucción de los Budas de Bamiyan o la demolición, el mes pasado, de una pirámide de 4.000 años de antigüedad en El Paraiso, Perú?(7)
Creo que puede haber tres razones. La primera es la ignorancia. Una ausencia total de comprensión cultural habría iniciado una carrera mortal en los medios de comunicación. Una ausencia total de entendimiento científico lo empeora, pues casi todos los medios están dirigidos y dominados por graduados en humanidades. Pienso, como algunos otros comentaristas, que también se tiene la sensación de que la preocupación por la vida en el planeta frena el progreso humano, es una afrenta a la visión de la humanidad como deus invictus, el dios ingrávido que flota por encima de las sucias realidades de la vida en la tierra.
Pero más importante es, quizás, una absorción inconsciente de las demandas del mundo del dinero. A diferencia de la mayor parte del arte, las maravillas de la naturaleza suelen interponerse en los intentos de extraer recursos o de construir aeropuertos, o centros comerciales. Los ataques corporativos a las personas que aman el mundo natural e intentan defenderlo se han acelerado en todas partes. La visión de los desarrollistas, culturalmente hegemónica, encuentra modos de expresarse en los lugares más improbables.
Por eso los que amamos el mundo natural aunque signifique causas de alegría y de desesperación constantes, los que deseamos sumergirnos en la naturaleza como otros lo hacen en el arte, los que tratamos de defender las maravillas que nos emocionan, nos vemos etiquetados, desde The Mail a The Guardian, como románticos, escapistas y fascistas. Supongo que ese es el precio de enfrentarnos al poder del dinero.
Referencias:
1. http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/mar/07/bourgeois-john-hayes
2. http://www.guardian.co.uk/books/2013/jul/06/nature-writing-revival
3. http://www.guardian.co.uk/commentisfree/cif-green/2010/oct/04/bird-eating-mice-species-introduced
4. http://www.physics.nyu.edu/faculty/sokal/transgress_v2/transgress_v2_singlefile.html
5. See also http://www.physics.nyu.edu/faculty/sokal/lingua_franca_v4/lingua_franca_v4.html
6. Jagjit Singh et al, 1994. The Search for Wild Dry Rot Fungus (Serpula lacrymans) in the Himalayas. Journal of the Institute of Wood Science, Vol.13, no.3, pp.411-412.
7. http://www.guardian.co.uk/world/2013/jul/04/pyramid-peru-torn-down-el-paraiso