El Estado que se odia a sí mismo

George Monbiot, 16/05/2013,
monbiot.com

En otras épocas, los Estados trataban de acaparar tanto poder como pudieran. Hoy, el Estado que se odia a sí mismo renuncia a sus poderes. Los gobiernos anatematizan la capacidad de gobernar. Afirman que su función es redundante e ilegítima. Lanzan ataques furiosos contra sus propias ramas, tratando de podarlas siempre que puedan.

Esta automutilación es una respuesta al hecho de que el poder ha cambiado. Los Estados operan ahora por mandato de otros. Desregular, privatizar, reducir las competencias, escala y gastos del Estado: esto es lo único que ven ahora como políticas legítimas. Las corporaciones y multimillonarios a quienes los gobiernos defienden no lo conseguirán de otro modo.

Así como la fiscalización tiende a redistribuir la riqueza, la regulación tiende a redistribuir el poder. Un Estado democrático controla y contiene los intereses de los poderosos en nombre de los que no tienen poder. Por eso los multimillonarios y corporaciones odian la regulación y, mediante sus publicaciones, thinktanks y campañas de intoxicación movilizan a la gente en contra de la regulación. Un estado poderoso es la tiranía; un estado capaz potencia la libertad.

Pero los intercambiables gestores intermediarios que se llaman a sí mismos ministros no pueden despreciar totalmente los deseos de su electorado. Deben mostrar que están haciendo algo para proteger lo que la gente valora. Resuelven la contradicción entre las demandas del electorado y las de las grandes empresas desviando su responsabilidad a algo que llaman "el mercado". Este término se usa a menudo como un eufemismo de las corporaciones y los muy ricos.

Para justificar la política de "mercadificación", visten al mercado con capacidades mágicas. Puede llegar a partes que no alcanza el funcionamiento ordinario del Gobierno; puede lograr milagros políticos. No creo que los mecanismos del mercado sean siempre erróneos; lo que creo es que no solucionan los problemas del poder. De hecho, tienden a complicarlos.

La semana pasada murió el Sistema europeo del comercio de emisiones. Se suponía que iba a crear un mercado del carbono, cuya escalada de precios forzaría a las compañías a abandonar los combustibles fósiles para sustituirlos por alternativas menos contaminantes. En principio, era un mecanismo tan bueno como cualquier otro. Lo que no ofrecía era una alternativa mágica a la intervención política.

El plan se hundió el martes, después de que el Parlamento Europeo votara contra una retirada de emergencia  de algunos permisos de carbono, cuyo suministro excesivo había inundado el mercado (1). ¿Y por qué se habían concedido permisos excesivos? Por el poder de los lobbies de la gran empresa. ¿Y por qué los parlamentarios se negaron a retirar los permisos? Por el poder de los lobbies de la gran empresa.

Para que un mercado sirva a un objetivo social más amplio que el de simplemente maximizar los beneficios empresariales, debe funcionar dentro de un marco de referencia regulatorio estricto. Los mecanismos de precios no hacen desaparecer mágicamente la necesidad de regulación: en todo caso, la afianzan. Para que funcionen, los políticos han de enfrentarse a los intereses de los poderosos y superarlos. Necesitan gobernar y decidir. Pero por todas partes se invoca a los mercados como una alternativa a los gobiernos que dirigen y deciden.

Para que el impacto sea significativo, el precio del carbono debe estar en la zona de 30 a 40 €. Que no pueda caer mucho más allá ni tampoco elevarse. En el momento de escribir esto el precio es de 2.8 € (2), y tiende a desaparecer. The Economist informa que esto pone los permisos de emisión de carbono europeos "por debajo del nivel de los bonos basura".(3)

En un aspecto importante, el plan ha sido peor que inútil. Se han justificado los nuevos aeropuertos, carreteras y centrales eléctricas con la afirmación de que no aumentarán las emisiones, pues los gases de efecto invernadero que producen serán absorbidos por recortes en otras partes. El único impacto duradero del mercado europeo del carbono ha sido el de fundamentar proyectos contaminantes que sin él podrían no haberse realizado.

Pero aunque este plan fracase, los gobiernos lanzan otros nuevos, creando mercados que son mucho menos apropiados, incluso en teoría, que el del carbono. El mes pasado, el Ecosystem Markets Task Force del Reino Unido, un grupo operativo puesto en marcha por el Gobierno pero formado en gran parte por ejecutivos empresariales, publicó su informe final (4). Afirma que la magia de los mercados llenará el vacío dejado por la retirada de la gobernanza democrática.

No todo lo que proponen es peligroso y erróneo. Crear incentivos a la reforestación de las colinas por las que fluyen nuestros ríos, o a que los campesinos usen instalaciones anaeróbicas para procesar los desechos tiene sentido: siempre que reasigne, en lugar de aumentar, los subsidios a las granjas. Pero en otros aspectos, el intento de reconciliar la protección del planeta vivo con el comercio simplemente convierte la biosfera en otro activo empresarial.

Por ejemplo, el grupo operativo resucita el viejo mito de que el mejor modo de servir a la naturaleza es cosechar madera. Ya en 1995, un artículo de los biólogos Clive Hambler y Martin Speight mostraba que de las especies de insectos de los bosques consideradas como amenazadas en Gran Bretaña, el 65% son amenazadas por la eliminación de la madera vieja y muerta, mientras que solo un 2% se veía amenazado por una reducción en esta gestión (5). Pero el grupo operativo mantiene que convertir "los bosques no gestionados mediante una gestión activa y sostenible de la madera como combustible proporciona ganancias a la empresa y a la naturaleza"(6). Cuando ese mito parecía haber desaparecido, ha resucitado por la necesidad de compatibilizar naturaleza y mercados.

Esto es un ejemplo de lo que sucede en un sistema basado en los mercados: cualquier enfrentamiento entre la generación de beneficio y la protección del mundo natural se resuelve en favor del mundo de los negocios, a menudo con ayuda de la ciencia basura. Solo se defienden aquellos componentes del ecosistema que pueden convertirse en mercancías y venderse (7,8,9). La naturaleza es digna de protección cuando es rentable para la empresa: en el momento en que deja de serlo, pierde su valor social y se convierte en desechable. Cuando los precios fluctúan o se hunden, también lo hace la fortuna de los ecosistemas que se supone protegen. Conforme los mercados financieros avanzan, con la ayuda de los bonos medioambientales y las titulizaciones que proponen los directivos del grupo operativo (10), la defensa de la naturaleza se vuelve todavía más volátil e incierta. El planeta vivo se convierte en elemento subsidiario de la economía humana.

Cuando los gobiernos pretenden que ya no necesitan gobernar; cuando pretenden que un mundo regulado por los banqueros, las corporaciones y la rentabilidad es mejor que un mundo regulado por los votantes y sus representantes, nada es seguro. Todos los sistemas de gobierno tienen fallos, pero pocos gobiernos son tan fallidos como los que son controlados por el capital privado.

www.monbiot.com

 

Traducido para Globalízate por Víctor García

Referencias:

1. http://www.guardian.co.uk/environment/2013/apr/16/meps-reject-reform-emissions-trading

2. http://www.pointcarbon.com/news/reutersnews/1.2307050?&ref=searchlist

3. http://www.economist.com/blogs/schumpeter/2013/04/carbon-trading

4. Ecosystem Markets Task Force, March 2013. Realising nature?s value:
final report. http://www.defra.gov.uk/ecosystem-markets/files/Ecosystem-Markets-Task-Force-Final-Report-.pdf

5. Clive Hambler and Martin Speight, 1995. Biodiversity Conservation in Britain: science replacing tradition. British Wildlife, Vol.6, no.3, pp137-148

6. Ecosystem Markets Task Force, March 2013. Realising nature?s value: final report.

http://www.defra.gov.uk/ecosystem-markets/files/Ecosystem-Markets-Task-Force-Final-Report-.pdf

7. See also Kent Redford and William Adams, 2009. Payment for Ecosystem Services and the Challenge of Saving Nature. Conservation Biology, Volume 23, No. 4, pp785?787. DOI: 10.1111/j.1523-1739.2009.01271.x

8. Sian Sullivan, 2012. Banking Nature? The Spectacular Financialisation of Environmental Conservation. Antipode, Volume 45, pp198?217. doi: 10.1111/j.1467-8330.2012.00989.x

9. Esteve Corbera, 2012. Problematizing REDD+ as an experiment in payments for ecosystem services. Current Opinion in Environmental Sustainability, Volume 4, pp 612?619. doi.org/10.1016/j.cosust.2012.09.010

10. G Duke et al, 14th June 2012. Opportunities for UK Business that Value and/or Protect Nature?s Services. Ecosystem Markets Task Force. http://www.defra.gov.uk/ecosystem-markets/files/EMTF-VNN-STUDY-FINAL-REPORT-REV1-14.06.12.pdf

 

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