Kin Hell

George Monbiot, 26/05/2012

La historia de una vida de familia, tergiversada por los conservadores.

“En toda la historia y prácticamente en todas las sociedades humanas, el matrimonio ha sido siempre la unión de un hombre y una mujer”. Esto lo afirma la Coalition for Marriage, cuya petición en el Reino Unido contra las uniones del mismo sexo ha logrado hasta ahora 500.000 firmas (1). Es una afirmación común; y es errónea. Docenas de sociedades, a lo largo de muchos siglos, han reconocido el matrimonio entre miembros del mismo sexo (2,3,4). En algunos casos, antes del siglo XIV, incluso se celebraron en la iglesia.

Esto es un ejemplo de un fenómeno bien extendido: la creación de mitos acerca de las relaciones del pasado por parte de los conservadores culturales. Como apenas se les ha puesto en cuestión, los valedores de los valores familiares han podido construir una historia que es falsa casi en su totalidad.

La poco bíblica y ahistórica naturaleza del moderno culto cristiano de la familia nuclear es una maravilla rara. Quienes lo promueven son los seguidores de un hombre nacido fuera del matrimonio y engendrado supuestamente por alguien diferente del compañero de su madre. Jesús insistió en que "El que no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, no puede ser discípulo mío" (5). No promulgó ese mandamiento contra la homosexualidad: la amenaza que él percibía era el amor heterosexual y familiar, que competía con el amor a Dios.

Esta temática fue agresivamente mantenida por la Iglesia durante unos 1.500 años. En su libro clásico A World of Their Own Making, El Profesor John Gillis señala que hasta la Reforma el estado de santidad no era el matrimonio, sino la castidad de por vida(6). No hubo santos casados en la iglesia del alto medioevo. Las familias piadosas de este mundo no estaban formadas por hombres y mujeres, unidos en bestial matrimonio, sino por las órdenes sagradas, cuyos miembros eran hermanos o novias de Cristo. Como la mayoría de las religiones monoteístas (que se desarrollaron entre los pueblos nómadas(7)), el Cristianismo daba un valor escaso al hogar. El verdadero hogar de un cristiano pertenecía a otra esfera y, hasta que lo alcanzara por medio de la muerte, se consideraba un exiliado de la familia de Dios.

Los predicadores de la Reforma crearon un nuevo ideal de organización social —el hogar piadoso—, pero este tenía escasa relación con la familia nuclear. Hacia los 15 años, a menudo mucho antes, nos dice Gillis, “prácticamente todos los jóvenes vivían y trabajaban en otra casa por períodos más cortos o más largos”. En gran parte de Europa, la mayoría pertenecía, como siervos, aprendices y trabajadores, a casas distintas de la de sus padres biológicos. En general, los pobres no formaban casas: se unían a ellas.

El padre de la casa, que describía los puestos de trabajo y los trataba como a sus hijos, normalmente no estaba familiarmente relacionado con la mayoría de ellos. Antes del siglo diecinueve, se entendía por familia a todos los que vivían en la casa. Lo que santificó la Reforma fue la fuerza de trabajo proto-industrial: los que trabajaban y vivían bajo el mismo techo (8).

También es infundada la creencia de que el sexo fuera del matrimonio fuera raro en los siglos anteriores. La mayoría, escribe Gillis, eran demasiado pobres para casarse, “se podían amar como quisieran en tanto en cuanto lo hicieran discretamente”. Antes del siglo XIX, quienes tenían intención de casarse empezaban a dormir juntos en cuanto declararan sus intenciones de esposarse. Esta práctica fue aceptada sobre la base de que permitía a las parejas descubrir si eran o no compatibles: si no lo eran, podían deshacer la relación. El embarazo premarital era común y, a menudo, no discutido en tanto en cuanto se hicieran provisiones para los hijos(9).

La familia nuclear, tal como se la idealiza hoy, fue una invención de los Victorianos, pero guardaba poca relación con la vida familiar que se nos dice que emulemos. Su desarrollo fue impulsado más por razones económicas que por motivos espirituales, cuando la revolución industrial volvió inviable que la manufacturación se hiciera en la casa. Tal como los Victorianos podrían haber ensalzado a sus familias, “simplemente se suponía que los hombres tendrían historias extramatrimoniales y que las mujeres también encontrarían intimidad, incluso pasión, fuera del matrimonió” (a menudo con otras mujeres). Gillis vincula el intento del siglo XX de encontrar intimidad y pasión solo dentro del matrimonio y las expectativas imposibles que esto plantea con el crecimiento de la tasa de divorcios.

La vida de los niños solía ser desdichada. Niñas criadas para que se convirtieran en niñeras, niños puestos a trabajar a veces en fábricas y minas, golpeados, despreciados, abandonados a menudo cuando todavía eran niños pequeños. En su libro A History of Childhood, Colin Heywood nos dice que “en algunas ciudades la escala de abandonos era sencillamente gigantesca”: alcanzando a entre un tercio y la mitad de todos los niños nacidos en algunas ciudades europeas (10). Las bandas callejeras de jóvenes salvajes causaron en Inglaterra un daño moral superior a finales del XIX que hoy en día.

Los conservadores suelen apelar a la época dorada de los años 50. Pero en la década de 1950, John Gillis demuestra que los que sostenían esas creencias creían haber sufrido un grave hundimiento moral con respecto a los inicios del siglo XX. A principios de ese siglo, la gente añoraba la vida familiar de la época victoriana. Y los Victorianos inventaron la nostalgia, añorando la vida familiar que inventaron que existía antes de la revolución industrial.

Ayer, en The Telegraph, Cristina Odone mantenía que “quien quiera mejorar la vida en este país sabe que la familia tradicional es la clave”(11) Pero la tradición que invoca es imaginaria. Lejos de estar ahora, como afirman los conservadores, en un período único de depravación moral, para la mayoría de la gente la vida familiar y el cuidado de los hijos en Occidente con seguridad es mejor que en ningún otro momento de los últimos 1.000 años.

Las preocupaciones supuestamente morales de los conservadores no son más que un ejemplo de la vieja costumbre de idealizar, y luego santificar, la propia cultura. El pasado que invocan lo han fabricado con sus ansiedades y obsesiones. O tiene nada que ofrecernos.

www.monbiot.com

Traducido para Globalízate por Víctor García

Referencias:

1. http://c4m.org.uk/

2. William N. Eskridge, 1993. A History of Same-Sex Marriage. Virginia Law
Review Vol. 79, No. 7, pp. 1419-1513

3. Jim Duffy, 11th August 1998. When Marriage Between Gays Was a Rite.
Irish Times. http://www.libchrist.com/other/homosexual/gaymarriagerite.html

4. http://www.randomhistory.com/history-of-gay-marriage.html

5. Luke 14:26.

6. John R. Gillis, 1996. A World of Their Own Making: myth, ritual and the
quest for family values. Basic Books, New York.

7. See George Monbiot, 1994. No Man?s Land: an investigative journey
through Kenya and Tanzania. Macmillan, London.

8. John R. Gillis, as above.

9. John R. Gillis, as above.

10. Colin Heywood, 2001. A History of Childhood. Polity, Cambridge.

11.
http://blogs.telegraph.co.uk/news/cristinaodone/100157628/heterosexual-marriage-im-sorry-you-cant-discuss-that/

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