La gran pregunta verde

George Monbiot, 21/02/2012

¿Es compatible el medioambientalismo con la justicia social?

Es el palo con el que se golpea a los verdes a diario: si gastamos dinero en proteger el medio ambiente, los pobres pasarán hambre o se morirán congelados, o se quedarán sin zapatos y sin educación. La mayor parte de los que plantean este argumento lo hacen engañosamente, pues apoyan las políticas conservadoras o neoliberales que mantienen a los pobres en su sitio y aseguran que el 1% de la población se haga con la parte del león de los recursos del mundo.

Los periodistas que escriben para la prensa de las corporaciones, con opiniones situadas a la derecha de Vladimir el Empalador y sin que exista registro alguno de que anteriormente se hubieran preocupado por los pobres, se convierten en sus valerosos paladines cuando los intereses de las clases propietarias se ven amenazados. Si no se pueden extraer las arenas alquitranadas en Canadá, afirman, los campesinos que subsisten en África morirán de hambre. Si los beneficios de Tesco se ven amenazados, los niños morirán de malaria. Cuando se hace con astucia, promover los intereses de las corporaciones y los megarricos bajo el disfraz de la preocupación por los pobres es una eficaz estrategia de relaciones públicas.

Con todo, se produce a veces un enfrentamiento entre las políticas medioambientales y la justicia social; especialmente, tal como argumenté en este blog el mes pasado, cuando esas políticas están mal diseñadas.

Pero aunque haya políticas individuales que puedan ser malas para los pobres, ¿la protección del medio ambiente es inherentemente incompatible con la justicia social? Esta es la cuestión tratada en el texto de discusión publicado por Oxfam esta mañana.

Oxfam, recordémoslo, existe para de defender a las personas más pobres del mundo y ayudarles a escapar de la pobreza. A diferencia de los blogueros derechistas, está motivada por una preocupación auténtica por la justicia social. Por eso, cuando investiga la cuestión de si la preocupación por el medio ambiente entra en conflicto con el desarrollo, deberíamos prestarle atención. Kate Raworth, que escribió el informe, ha creado una plantilla esencial para decidir si la actividad económica ayudará o dañará a la humanidad y la biosfera.

Señala que en términos aproximados ya sabemos cómo identificar la línea de justicia social por debajo de la cuál nadie debería caer, y la línea de destrucción por encima de la cuál no deberían producirse los impactos humanos.

La línea de la justicia social está establecida por las once prioridades enumeradas por los gobiernos que preparan la cumbre de Rio de este año: Son las siguientes:

- seguridad alimentaria

- ingresos adecuados

- agua limpia y buenas instalaciones sanitarias

- asistencia sanitaria efectiva

- acceso a la educación

- un trabajo decente

- servicios de energía modernos

- resistencia a los acontecimientos traumáticos

- igualdad de género

- equidad social

- tener voz en las políticas democráticas.

La línea de destrucción está establecida por los nueve límites planetarios identificados en Estocolmo por un grupo de científicos del sistema terrestre. Identificaron los niveles más allá de los cuáles ponemos en peligro los sistemas vitales de la Tierra:

- cambio climático

- pérdida de biodiversidad

- el uso de nitrógeno y fosfato

- agotamiento del ozono

- acidificación de los océanos

- uso del agua potable

- cambios en el uso de la tierra

- partículas de la atmósfera

- contaminación química.

Ya estamos viviendo por encima de la línea en los tres primeros indicadores, y cerca de ella en varios otros.

El espacio entre las dos líneas es el “especio justo y seguro en el que la humanidad puede prosperar”. Por tanto, ¿qué sucede si todos los que están por debajo de la línea de justicia social se ponen por encima de ella? ¿Nos colocaría eso irrevocablemente por encina de la línea de destrucción? La respuesta, nos muestra ella, es que no.

Por ejemplo, proporcionar alimento suficiente para el 13% de habitantes del mundo que sufren de hambre elevaría los suministros del mundo solo un 1%.

Proporcionar electricidad al 19% de personas que no la tienen elevaría las emisiones solo un 1%.

Poner a todo el mundo por encima de la línea de pobreza absoluta global (1.25 $ al día) sólo necesitaría el 0.2% de los ingresos globales.

Dicho de otro modo, no son las necesidades de los pobres las que amenazan la biosfera, sino las demandas de los ricos. Raworth señala que la mitad de las emisiones de carbono del mundo son producidas por solo el 11% de los habitantes del mundo, mientras que, en una triste simetría, el 50% de los habitantes del mundo solo produce el 11% de las emisiones. La alimentación animal usada solo en la UE, que incluye el 7% de las personas del mundo, usa hasta el 33% del presupuesto sostenible del nitrógeno del planeta, “los recursos excesivos usados por el 10% de consumidores más ricos del mundo”, afirma, “acumula el uso de recursos tan necesarios para miles de millones de personas”.

El modo políticamente sencillo de abordar la pobreza es intentar elevar los niveles de vida de los pobres sin reducir el consumo de los ricos. Esta es la estrategia que siguen casi todos los gobiernos. Es una fórmula para el desastre medioambiental, que, a su vez, extiende la pobreza y la privación. Como dice el documento de Oxfam, la justicia social es imposible sin una mayor equidad global en el uso de los recursos naturales, produciéndose las mayores reducciones entre los consumidores más ricos del mundo.

Con esto no se sugiere que todas las medidas que intentan proteger el medio ambiente sean socialmente justas. Raworth identifica los desahucios forzados por las compañías de biocombustibles y las empresas de plantaciones que cosechan créditos de carbono como ejemplos de políticas supuestamente verdes que dañan a los pobres. Pero antes de que comiencen las burlas, recuerden que las luchas contra estas dos plagas han sido dirigidas por medioambientalistas, que reconocieron su potencial destructivo mucho antes de que los ultraliberales los usaran, como hacen ahora, como prueba de la perfidia del movimiento verde.

Pero hay muchos más casos en los que la pobreza ha sido exacerbada por la ausencia de políticas medioambientales. El documento de Oxfam señala que cruzar cualquiera de los nueve límites planetarios “puede dañar gravemente el desarrollo humano; primero y ante todo para las mujeres y los hombres que viven en la pobreza”. El cambio climático, por ejemplo, ya está perjudicando la vida de algunos de los pueblos más pobres del mundo. Pueden verse las consecuencias de cruzar otro límite planetario en el informe recién publicado por la New Economics Foundation, que demuestra que el exceso de pesca ya ha destruido cerca de 100.000 empleos.

Igual que una política verde equivocada puede dañar a los pobres, las políticas de alivio de la pobreza equivocadas pueden dañar el medio ambiente.

Por ejemplo, donde los subsidios a los fertilizantes estimulan a los campesinos para que usen más de lo que se necesita, como sucede en China, el dinero supuestamente destinado a aliviar la pobreza solo contamina el suministro de agua. El desarrollo que se despreocupa de a quién o qué daña no es desarrollo. Es lo opuesto al progreso, pues daña la capacidad de la Tierra de servirnos de soporte a nosotros y al resto de sistemas vivos..

Pero la pobreza extrema, lo mismo que la riqueza extrema, también puede dañar al medio ambiente. Por ejemplo, quienes no tienen acceso a fuentes de energía limpias, suelen verse forzados a quemar madera para cocinar. Eso acorta su vida, pues inhalan el humo, destruye los bosques y exacerba el calentamiento global, por la producción de carbono.

Con unas cuantas excepciones, lo que debería ser difícil de remediar, ofrecer justicia social y proteger el medio ambiente no solo es compatible: cada uno es indispensable para los otros. Solo mediante la justicia social, que debe incluir la redistribución de la riqueza del mundo tan ridículamente concentrada, pueden defenderse el medio ambiente y la vida de los más pobres del mundo.

Quienes consumen más recursos de los que necesitan destruyen las posibilidades de de aquellos cuya supervivencia depende de aumentar su consumo. Como dijo Gandhi, la Tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de cada uno.

Traducido para Globalízate por Victor García

Artículo original:

http://www.monbiot.com/2012/02/14/the-big-green-question/

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