La falacia de la auto-atribución
George Monbiot, 06/12/2011¿Inteligencia? ¿Talento? No, los muy ricos han llegado donde están mediante la suerte y la brutalidad.
Por George Monbiot. (06/11/11)
Si la riqueza fuera el resultado inevitable del trabajo duro y la capacidad emprendedora, todas las mujeres de África serían millonarias. La afirmación de que los supermillonarios que forman el 1% poseen una inteligencia, creatividad o impulso únicos es un ejemplo de falacia de auto-atribución. Se acreditan con los resultados de los que no fueron responsables. Muchos de los que hoy son ricos han llegado a serlo porque fueron capaces de capturar determinados trabajos. Esa captura debe menos a la inteligencia y el talento que a una combinación de la explotación implacable de los otros y a azares del nacimiento, pues esos trabajos son ejercidos desproporcionadamente por personas nacidas en ciertos lugares y determinadas clases.
Los descubrimientos del psicólogo Daniel Kahneman, ganador de un premio Nóbel de Economía, son devastadores para lo que opinan sobre sí mismos los altos financieros. Descubrió que su aparente éxito es una ilusión cognitiva. Por ejemplo, estudió los resultados obtenidos por 25 asesores financieros a lo largo de ocho años, descubriendo que la coherencia de su labor fue cero. “Los resultados se asemejaban a los que cabría esperar de una prueba de lanzamiento de dados, no de un juego de habilidad”. Los que recibieron los bonos mayores simplemente tuvieron suerte.
Esos resultados se han repetido ampliamente. Muestran que los operadores y gestores de fondos de Wall Street reciben sus abultadas remuneraciones por algo que no haría peor un chimpancé lanzando una moneda. Cuando Kahneman intentaba señalarles esto, le hacían el vacío. “La ilusión de capacidad... está profundamente engranada en su cultura”.
Esto por lo que respecta al sector financiero y sus analistas con educación superior. En cuanto a otros tipos de trabajo, que lo diga cada uno: si su jefe posee capacidades de juicio, visión y gestión superiores a las de los demás trabajadores, o bien ocupó ese puesto mediante engaños, amenazas y tonterías.
En un estudio publicado en Psychology, Crime and Law, Belinda Board y Katarina Fritzon hicieron una prueba a 39 directivos y altos ejecutivos senior de las principales empresas británicas. Compararon los resultados con las mismas pruebas hechas a pacientes del hospital especial de Broadmoor, donde están encarcelados los convictos de crímenes graves. En algunos indicadores de psicopatía, las puntuaciones de los jefes igualaban o superaban a las de los pacientes. De hecho en esos criterios vencieron incluso al subconjunto de pacientes con diagnosis de trastornos psicopáticos de la personalidad.
Los rasgos psicopáticos en los que los jefes obtuvieron puntuaciones tan elevadas, señalaban Board y Fritzon, se asemejan mucho a las características que buscan las compañías. Quienes tienen esos rasgos poseen a menudo gran habilidad para halagar y manipular a las personas poderosas. El egocentrismo, una poderosa sensación de tener derecho, la disposición a explotar a los demás, y la falta de empatía hacia los otros y de tener conciencia de ellos son rasgos que difícilmente dañarán sus perspectivas de crecimiento en muchas corporaciones.
En su libro Snakes in Suits, Paul Babiak y Robert Hare señalan que conforme las viejas burocracias corporativas han sido sustituidas por estructuras flexibles y siempre cambiantes, y a los dispuestos a jugar en equipo se les considera menos valiosos que los que compiten y aceptan riesgos, mayor es la probabilidad de que los rasgos psicopáticos sean reconocidos y recompensados. Leyendo su obra, tengo la impresión de que quien tenga tendencias psicópatas y haya nacido en una familia pobre tiene más probabilidades de acabar en una prisión. Y que quien tenga tendencias psicópatas y haya nacido en una familia rica es probable que vaya a una escuela de negocios.
Con esto no sugiero que todos los ejecutivos sean psicópatas. Lo que sugiero es que la economía ha estado recompensando las capacidades equivocadas. Conforme los jefes se han desecho de los sindicatos y se han hecho con los reguladores y las autoridades fiscales, ha desaparecido la distinción entre las clases altas productivas y las rentistas. Los Directores Generales se comportan ahora como duques, extrayendo de sus bienes financieros sumas absolutamente desproporcionadas con respecto al trabajo que hacen o el valor que genera, sumas que a veces dejan exhaustas a las empresas que parasitan. No merecen más que los jeques del petróleo la parte de riqueza que han capturados para sí.
Todos los demás somos invitados, por los gobiernos y por las entrevistas serviles en la prensa, a aceptar el mito de que son los elegidos: la creencia de que han sido elegidos y están poseídos por talentos sobrehumanos. A menudo se describe a los muy ricos como creadores de riqueza, pero han apresado la riqueza natural de la Tierra, y el trabajo y la creatividad de sus trabajadores, empobreciendo el planeta y a las personas. Casi nos han llevado a la bancarrota. Los creadores de riqueza de la mitología neoliberal son algunos de los más eficaces destructores de riqueza que ha conocido el mundo.
Lo que ha sucedido en los últimos 30 años es la captura del tesoro común del mundo por parte de un puñado de personas, con la ayuda de políticas neoliberales que fueron impuestas por primera vez en las naciones ricas por Thatcher y Reagan. Ahora les voy a bombardear con cifras. Lo siento, pero es necesario que se tatúen esos números en la mente. Entre 1947 y 1979, la productividad estadounidense se elevó un 119%, mientras que los ingresos de la quinta parte inferior creció un 122%. Pero entre 1979 y 2009, la productividad se elevó un 80% y los ingresos de la quinta parte inferior cayeron un 4%. En aproximadamente el mismo período, los ingresos del 1% de arriba se elevaron el 270%.
En el Reino Unido, el dinero ganado por la décima parte más pobre de la población cayó un 12% entre 1999 y 2009, mientras que el dinero obtenido por el 10% más rico se elevó un 37%. El coeficiente Gini, que mide las desigualdades de ingresos, subió en este país del 26 en 1979 al 40 en 2009.
En su libro The Haves and the Have Nots, Branko Milanovic intenta descubrir quién fue la persona más rica que ha vivido nunca. Empezando por el triunviro romano Marcus Crassus, mide la riqueza por la cantidad de trabajo de sus compatriotas que un hombre rico puede comprar. Por lo visto, el hombre más rico de los últimos 2.000 años vive todavía. Carlos Slim podría comprar el trabajo de 444.000 mexicanos de ingresos medios. Eso lo hace 14 veces más rico que Crassus, nueve veces más rico que Carnegie y cuatro veces tan rico como Rockefeller.
Hasta fechas recientes, estábamos hipnotizados por la auto-atribución de los jefes. Sus acólitos de las academias, los medios de comunicación, los think tanks y los gobiernos crearon una extensa infraestructura de halagos y datos económicos basura para justificar el hecho de que se hubieran hecho con la parte de riqueza de otros hombres. Estábamos tan inmersos en este absurdo que raramente se ponía en cuestión su veracidad.
Esto está cambiando actualmente. En la tarde del domingo presencié algo notable: un debate en las escaleras de la catedral de St, Paul entre Stuart Fraser, presidente de la Corporación de la City of London, otro funcionario de la Corporación, el turbulento sacerdote Padre William Taylor, John Christensen, de la Red de Justicia Social y los integrantes de Occupy London. Recordaba algo a los debates de Putney de 1647. Por primera vez en décadas, y todo el crédito para los funcionarios de la Corporación por presentarse, el poder financiero se vio obligado a responder directamente al pueblo.
Daba la sensación de que se estaba haciendo Historia. Los ricos que no merecen serlo están en el punto de mira, y los demás queremos que nos devuelvan nuestro dinero.
Traducido por Víctor García para Globalízate
Artículo original:
http://www.monbiot.com/2011/11/07/the-self-attribution-fallacy/