El Reino Unido debería seguir el camino de España de reducir los límites de velocidad

George Monbiot, 14/03/2011

Reducir el límite en 10 mph sería un pequeño inconveniente que produciría grandes recompensas, tanto en lo económico como en lo medioambiental

¿Deberíamos reducir el límite de velocidad para recortar el consumo de petróleo? ¿Deberíamos imponer nuevos impuestos a los bancos? ¿Deberíamos dejar de intentar vender armas en Oriente Medio? En todos estos casos, la respuesta es evidente, pero ninguna de estas reformas sucederá hasta que tengamos la valentía de hacer frente a los intereses creados.

Esta semana, España redujo el límite de velocidad en sus autopistas y autovías en 10 kph (7 mph). El Gobierno británico debería hacerlo; y después, profundizar más. Esta es la razón.

Se han tomado su tiempo –de hecho, muchos años de negación y ofuscación–, pero por fin el Gobierno británico y la Agencia Internacional de Energía están aceptando la idea de la que muchos hemos hecho campañas durante años: que el petróleo no puede durar para siempre. La demanda global está creciendo y pronto llegaremos a un punto en el que la ofertará no podrá sostenerla. Hace unos años, los trastornos de un productor de segundo nivel como Libia (1,8 millones de barriles al día) apenas habría producido una ondulación. Pero hoy extiende casi una situación de pánico entre las naciones consumidoras.

La capacidad de Arabia Saudí, el gran productor oscilante del mundo, para elevar su oferta es menor de lo que era, incluso el año anterior. Los cables de Wikileaks parecen confirmar una advertencia que algunos llevamos haciendo desde hace tiempo: que el Reino, en común con otros productores de la OPEP, ha sobrestimado mucho sus reservas.

La era del petróleo barato y fácil desapareció hace tiempo. Los suministros futuros procederán de operaciones más arriesgadas y destructivas: en la profundidad de los mares (al oeste de las Islas Shetland, por ejemplo, el Gobierno británico promueve la prospección en lugares tan profundos como el sitio Deepwater Horizon, y mucho más tormentosos); en el Ártico y en las pluviselvas. Empezamos ya a pasarnos a suministros tan sucios –como las arenas alquitranadas canadienses– que por comparación la producción ordinaria de petróleo parece una industria ecológica. Por tanto, ¿debemos conservar lo poco que queda y usarlo con la mayor prudencia posible? ¿Dejamos de golpearnos la cabeza contra el muro?

Si escuchamos a los cabezas de petróleo, que consideran cualquier restricción sobre el cómo y el dónde perpetramos una grave intromisión en sus derechos humanos, la respuesta es no: debemos golpearnos la cabeza más fuerte y más duro, preferiblemente contra una pared de revestimiento rugoso. Al diablo con las ridículas preocupaciones del tipo de la oferta global, debemos vivir más rápido y morir más rápido. O bien vivir rápido y, luego, que llegue el violento parón. No somos el Homo sapiens.

Escuchando su retórica inflada, pensaríamos que reducir los límites de velocidad sería el fin del mundo. (Estas son las mismas personas, permitidme que lo recuerde, que llaman “alarmistas” a los verdes). Hay que recordarles que, durante los 13 años siguientes a la primera crisis petrolífera (1974-1987), estos rojos ecoterroristas amantes de los conejos, es decir el Gobierno de EE. UU., bajaron los límites de velocidad nacionales a un máximo de 55mph. Y no parece que con eso Estados Unidos se convirtiera en un país del tercer mundo, ¿verdad?

A pesar del supuesto redescubrimiento gubernamental de la agenda medioambiental en los pasados días, no parece probable que eso se vaya a producir precipitadamente. Hace quince días, Philip Hammond, ministro secretario del transporte, sugirió lo opuesto: que deberíamos subir el límite máximo de velocidad de 70 a 80 mph, precipitándonos así más rápido en la crisis petrolífera. Y el Gobierno parece alérgico a forzar por ley los límites de velocidad existentes, no digamos a reducirlos.

Pero esto es lo que sucedería si bajáramos los límites en el Reino Unido (yo sugeriría 60 mph en las autopistas, 50 mph en las carreteras y 20 mph en las áreas residenciales). Reduciríamos las importaciones nacionales de petróleo (mejorando la balanza de pagos) y nuestra factura doméstica. Reduciríamos la presión sobre los suministros globales. Reduciríamos nuestra producción de dióxido de carbono. El Energy Research Centre del Reino Unido ha descubierto que los coches, a 60 mph en lugar de a 70, producen casi un 10% menos de dióxido de carbono. Si reducimos el límite de velocidad en autovías a 60 mph –obligándolo con leyes–, el Reino Unido ahorraría unos 7 millones de toneladas de CO2 al año.

Habría menos accidentes, tendrían menos consecuencias cuando se produjeran. Las carreteras serían más tranquilas –pues los coches lentos hacen menos ruido que los rápidos–, rebajando los niveles de estrés. Y la vida, quizás, sería un poco más amable, un poco menos frenética, si dejamos de precipitarnos hasta el siguiente atasco de tráfico. Este es el espantoso destino que nos espera si reducimos nuestros límites de velocidad. Aterrador, ¿verdad?

Traducido para Globalízate por Víctor García

Artículo original:

http://www.guardian.co.uk/environment/georgemonbiot/2011/mar/09/uk-spain-lower-speed-limits

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