Un acuerdo fantasma
George Monbiot, 08/11/2010Todo el mundo está de acuerdo en que la nueva declaración sobre biodiversidad es un triunfo. Solo hay un inconveniente: no parece que exista.
“Los países unen fuerzas para salvar la vida en la Tierra”, nos dice la primera página de The Independent. “Histórico”, “un hito”, un “muy necesario estímulo a la moral y el ánimo”, decían haciendo coro los otros periódicos (1,2,3). La declaración acordada en la cumbre de Japón de la semana pasada, para proteger las especies y lugares naturales del mundo, fue proclamada por todos como un gran éxito. Solo hay un problema: ninguno de los periodistas que hicieron estas afirmaciones han visto la declaración.
Lo comprobé con todos aquellos con los que pude hablar por teléfono: lo único que habían leído era un comunicado de prensa que, aunque era de tres páginas, prácticamente no tenía contenido(4). No se puede culpar a los periodistas de esto: aunque se aprobó el viernes, la declaración no ha sido publicada todavía. He perseguido a personas en tres continentes para tratar de obtenerla, sin éxito. Una vez asegurados los titulares que se quería, todo el personal de alto nivel de la Convención sobre Diversidad Biológica ha desaparecido: mis llamadas y correos electrónicos no han tenido respuesta(5). El Gobierno británico, que colmó de elogios la declaración, dice que no tiene copias escritas(6). Nunca antes había visto esta situación: todos los otros acuerdos internacionales que seguí se publicaron en cuanto fueron aprobados.
Las evidencias sugieren que nos han estafado. El esbozo del acuerdo, publicado hace un mes, no incluía obligaciones vinculantes (7). Nada de lo que he oído de Japón sugiere que eso haya cambiado. El esbozo consideraba que los objetivos para 2020 que se pedía a los gobiernos que adoptaran no eran más que “aspiraciones para el logro a nivel global” y un “marco de referencia flexible”, dentro del cuál los países pueden hacer lo que deseen. Si el esbozo se ha aprobado, ningún Gobierno estará obligado a cambiar sus políticas.
En 2002, los signatarios de la convención aceptaron algo similar: una declaración que sonaba estupendamente pero no imponía compromisos legales. Anunciaban que “para 2010 lograrían la reducción de la tasa actual de pérdida de biodiversidad”. Misión cumplida, proclamó la prensa, y todos se fueron a casa felicitándose unos a otros. A principios de este año, la ONU admitió que el acuerdo de 2002 no había dado frutos: “las presiones sobre la biodiversidad siguen constantes o aumentan de intensidad”(8).
Pero incluso las notas de prensa, desesperadamente alegres, sugieren que no todo va bien. Se suponía que la reunión de Japón era una cumbre; que reuniría a jefes de gobierno o de Estado. Logró reunir a cinco de ellos: la nota de prensa se jacta de haber contado con el Presidente de Gabón, el de Guinea-Bissau, el Primer Ministro de Yemen y el príncipe Alberto de Mónaco. (No se identifica el quinto: ¿Lichtenstein? ¿Pimlico?). Un tercio de los países allí representados ni siquiera se molestaron en enviar un ministro. Así es como valoran los sistemas vivos del mundo.
Me sorprende que los gobiernos tengan la determinación de proteger no las maravillas de nuestro mundo, sino el sistema come-mundo al que son sacrificadas; no la vida, sino la basura efímera por la que está siendo reemplazada. Luchan ferozmente y al más alto nivel por el derecho a convertir los bosques tropicales en pulpa; o los ecosistemas marinos en harina de pescado. Después, envían a un funcionario de rango medio para aprobar una promesa sin significado (y hasta ahora no escrita) de proteger el mundo natural.
Japón fue alabado por su hábil gestión del encuentro, pero sigue insistiendo en su misión de convertir en comida rápida hasta el último de los atunes. Rusia firmó en septiembre un nuevo acuerdo para proteges sus tigres (la población más grande que queda en el mundo)(9), pero una ley irrevocable hace que los cazadores furtivos no puedan ser acusados, incluso aunque se les pille con un fusil y un tigre muerto (10). A pesar de proclamar un nuevo compromiso con el multilateralismo, Estados Unidos se niega a ratificar la Convención sobre la Diversidad Biológica.
A los gobiernos les conviene dejarnos convertir el planeta en basura. No es solo que los grandes negocios ganan más que pierden al convertir la riqueza natural en dinero. Una expansión continuada en la biosfera permite a los Estados evitar el abordar los problemas de distribución y justicia social: la promesa del crecimiento perpetuo embota nuestra cólera ante el crecimiento de la desigualdad. Al pisotear la naturaleza, evitamos ofender a los poderosos.
Un enorme ejercicio contable, cuyos resultados fueron presentados en la reunión de Japón, ha intentado cambiar esos cálculos: The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) intenta fijar el precio de los ecosistemas que estamos destruyendo(11). Muestra que el beneficio económico de proteger hábitats y especies suele superar mucho el dinero que ganamos destrozándolos. Por ejemplo, un estudio hecho en Tailandia sugiere que convertir una hectárea de manglar en granja de gambas da un beneficio de 1.220 $ al año, pero causa un daño de 12.400 $ al año en gastos de protección costera, pesquerías y agricultura locales. La cuenca protegida por una reserva natural en Nueva Zelanda ahorra a los habitantes del lugar 136 millones de dólares NZ en facturas de agua al año. Tres cuartas partes de las capturas de abadejo en Estados Unidos se producen en una zona hasta 5 km de una reserva marina situada frente a la costa de Nueva Inglaterra: al proteger el ecosistema, la reserva ha potenciado el valor de la pesquería (12).
Comprendo la necesidad de este enfoque. Comprendo que si algo no se puede medir, los gobiernos y los negocios no lo valorarán. Acepto el razonamiento del TEEB de que los pobres del entorno rural, muchos de los cuales sobreviven exclusivamente de lo que el ecosistema ofrece, son tratados con dureza por un sistema económico que no reconoce su valor. Aún así, este ejercicio me inquieta.
En cuanto algo se puede medir, se convierte en negociable. Si se somete el mundo natural a los análisis de costes-beneficios, los contables y estadísticos decidirán de qué partes de él podemos prescindir. Lo que se necesita hacer ahora es demostrar que el dinero que se produce estropeando un ecosistema superaría al dinero que se produciría conservándolo. Y eso, en el extraño mundo de la economía medioambiental, no es difícil: preguntemos al estadístico adecuado y nos dará cualquier cifra que deseemos.
Este enfoque reduce la biosfera a un elemento subsidiario de la economía. Y en realidad es al revés: la economía, como todos los asuntos humanos, depende de los sistemas vivos del mundo. Se puede ver esta disminución en el lenguaje que usan los informes del TEEB: hablan del “stock de capital natural”, del “subrendimiento de los activos naturales” y de los “servicios del ecosistema”. La naturaleza se convierte en un plan de negocios y nosotros quedamos reducidos a ser sus clientes. El mercado es ahora el propietario del mundo.
Pero también reconozco esto: que si los gobiernos se hubieran reunido en Japón para intentar la salvación de los bancos, de las compañías aéreas o del sector del moldeado plástico por inyección, hubieran enviado a sus representantes de más alto nivel, la tarea de estos habría parecido más urgente y hasta el último punto y la última coma del acuerdo habrían sido revisados por los periodistas hambrientos. Cuando se reúnen para considerar el colapso gradual del mundo natural, envían a los de rango inferior y retrasan diez años más las decisiones difíciles, mientras los medios de comunicación ni siquiera se dan cuenta de que no han conseguido un acuerdo escrito. Por eso, por mucho que me subleve el modo en que la naturaleza es exprimida hasta convertirla en una columna de cifras en el libro mayor de un contable, me veo obligado a aceptar que puede ser necesario. ¿Qué otra cosa podría inducir a las personas asustadizas y de miras estrechas que ocupan hoy el poder a tomarse el problema en serio?
Traducido por Víctor García para Globalízate
Artículo original: http://www.monbiot.com/archives/2010/11/01/a-ghost-agreement/
Referencias:
1. http://www.independent.co.uk/environment/nature/countries-join-forces-to-save-life-on-earth-2120487.html
2. http://www.guardian.co.uk/environment/2010/oct/29/nagoya-biodiversity-summit-deal
3. http://www.telegraph.co.uk/earth/earthnews/8098540/Landmark-UN-Nagoya-biodiversity-deal-agreed-to-save-natural-world.html
4. http://www.cbd.int/doc/press/2010/pr-2010-10-29-cop-10-en.pdf
5. El domingo envié correos electrónicos a todas las direcciones dadas por el CBD. El lunes, telefoneé varias veces al Secretariado: no pudieron pasarme con nadie que me pudiera decir dónde estaba la declaración. También dejé un mensaje en los teléfonos fijos y móviles del director de prensa. El Secretariado no me dio, o no pudo darme, otros números a los que llamar.
6. El lunes hablé con la oficina de prensa de Defra.
7. Ver el documento 3 de esta página: http://www.cbd.int/cop10/doc/
8. Estas citas se repiten en el preámbulo de la declaración del esbozo, tal como están arriba.
9. http://www.wwf.org.uk/news_feed.cfm?uNewsID=4194&uAction=showComments
10. http://www.guardian.co.uk/environment/2010/oct/04/biodiversity-100-actions-europe
11. http://www.teebweb.org/
12. All these examples can be found in TEEB’s summary for policy makers: http://www.teebweb.org/LinkClick.aspx?fileticket=I4Y2nqqIiCg%3D