La negación de la muerte
George Monbiot, 15/11/2009¿Por qué ese repentino resurgir del negacionismo del cambio climático? ¿Podría tratarse de algo totalmente distinto a lo que pensamos?
De nada sirve negarlo: estamos perdiendo. La negación del cambio climático se está extendiendo como una enfermedad contagiosa. Existe en una esfera en la que no puede ser alcanzada por las evidencias o los argumentos razonados; cualquier intento de atraer la atención hacia los descubrimientos científicos es recibido con una invectiva furiosa. Esta esfera se expande a una velocidad asombrosa.
Una encuesta del mes pasado hecha por el Pew Research Centre sugiere que la proporción de estadounidenses que creen que hay pruebas sólidas de que el mundo se está calentando en las últimas décadas ha caído del 71 al 57% en solo 18 meses. Otra encuesta, realizada en enero por Rasmussen Reports, sugiere que, debido a un importante aumento desde 2006, los votantes estadounidenses que creen que el calentamiento global es el resultado de causas naturales (44%) supera ya a los que creen que está causado por la acción humana (41%).
Un estudio del sitio web Desmogblog muestra que el número de páginas de Internet que proponen que el calentamiento global causado por el hombre es un fraude o una mentira se ha más que doblado en 2008. La exposición Science Museum’s Prove it! pide a los lectores por Internet que acepten o rechacen la afirmación de que han visto las pruebas y quieren que los gobiernos hagan algo. Hasta ayer por la tarde, 1.006 la habían aceptado y 6.110 la habían rechazado. En Amazon.co.uk, los libros que propugnan la negación del cambio climático están situados actualmente en los puestos 1,2,4,5,7 y 8 de la categoría del calentamiento global. No importa que hayan sido despedazados por los científicos y los críticos, vencen por kilómetros a los libros científicos. ¿Qué está sucediendo?
Ciertamente, no refleja el estado de la ciencia, que se ha afianzado espectacularmente en los dos últimos años. Si no me creen, abran cualquier edición reciente de Science o de Nature, o cualquier publicación con revisión entre iguales especializada en la ciencia atmosférica o medioambiental. Inténtenlo. El debate sobre el calentamiento global que ruge en Internet y en la prensa derechista no refleja el debate de las publicaciones científicas.
Un científico estadounidense que conozco sugiere que estos libros y sitios web científicos satisfacen las necesidades de un nuevo mercado editorial: personas con coeficiente de inteligencia a temperatura ambiente. No dijo si eran grados Fahrenheit o centígrados. Pero esto no puede ser toda la historia. También muchas personas inteligentes se han declarado escépticas.
Uno de esos críticos es Clive James. Se le puede acusar de trabajar por una sabiduría recibida constituida por perogrulladas. Hace unos días, en Radio Four, dio un discurso acerca de la importancia del escepticismo, durante el cuál mantuvo que “el número de científicos que expresan su escepticismo [acerca del cambio climático] se ha incrementado últimamente”. No presentó ninguna prueba que sirviera de apoyo a esa declaración y, por lo que yo sé, esa prueba no existe. Pero usó esa afirmación para argumentar que “cualquiera de las partes podría tener razón, pero creo que si existe una división de esa escala nadie la puede llamar consenso. Nadie puede decir de manera significativa que la ciencia está en un lado”.
Si se hubiera molestado en examinar la calidad de las evidencias de las dos partes de este debate mediático y la naturaleza de los ejércitos que se oponen –científicos del clima por un lado y bloggers derechistas por otro--, también él habría comprendido de qué lado está la ciencia. En cualquier caso, en la medida en que la ciencia pueda estarlo: que es decir que la evidencia de un calentamiento global causado por el hombre es tan poderosa como la de la evolución darwiniana o el vínculo entre el tabaco y el cáncer de pulmón. Siempre me sorprende el modo en que personas como James, que se proclaman escépticas, creerán a cualquier experto en paparruchas que convenga a sus opiniones. La posición de estas personas queda perfectamente resumida por un seguidor de Ian Plimer (autor de una maravillosa concatenación de incoherencias titulada Heaven and Earth) cuando comentaba un artículo reciente en The Spectator. “Sea un charlatán o no, Plimer habla por muchos de nosotros”. Estas personas no son escépticas; son bobas.
Estas creencias parecen muy influenciadas por la edad. El informe Pew reveló que las personas de más de 65 años tienen muchas más probabilidades que el resto de la población de negar que existe una prueba sólida de que la tierra se esté calentando, que eso está causado por la acción humana o que es un problema grave. Esto concuerda con mi propia experiencia. Casi todas mis discusiones más violentas sobre el cambio climático, tanto en persona como en medios escritos, las he tenido con personas de sesenta o setenta años. ¿A qué se puede deber esto?
Algunas respuestas son evidentes: no quieren estar aquí para ver esos resultados; crecieron en un período de optimismo tecnológico; tras haber trabajado toda su vida, se sentían con derecho a volar o desplazarse a donde quieran. Pero puede haber también una razón menos intuitiva, que arroja una luz sobre una fascinante esquina de la psicología humana.
En 1973, el antropólogo cultural Ernest Becker propuso que el miedo a la muerte nos hace protegernos con “mentiras vitales” o con “el blindaje del carácter”. Nos defendemos del terror supremo con proyectos de inmortalidad que estimulan nuestra autoestima y nos dan un significado que se extiende más allá de la muerte. Más de 300 estudios realizados en 15 países parecen confirmar la tesis de Becker. Cuando la gente se enfrenta a imágenes, palabras o cuestiones que les recuerda la muerte, responde reforzando su propia visión del mundo, rechazando a las personas o las ideas que amenazan esa visión y esforzándose más por la autoestima.
Uno de los descubrimientos más fascinantes es que los proyectos de inmortalidad pueden acercar la muerte. Al tratar de defender lo simbólico, el ser heroico que creamos para suprimir los pensamientos de muerte, podemos exponer el ser físico a un peligro mayor. Por ejemplo, los investigadores de la Universidad Bar-Ilan de Israel descubrieron que las personas que informaron que conducir aumenta su autoestima conducen más rápido y corren más riesgos cuando se han visto expuestas al recordatorio de la muerte.
Un reciente artículo del biólogo Janis L Dickinson, publicado en Ecology and Society, afirma que las constantes noticias y debates sobre el calentamiento global dificultan que la gente pueda reprimir los pensamientos de muerte, por lo que podrían responder a la perspectiva terrorífica de la debacle del clima de modo que fortalezca el blindaje del carácter, pero disminuya nuestras posibilidades de supervivencia. Ya hay pruebas experimentales que sugieren que algunas personas responden al recordatorio de la muerte incrementando el consumo. Dickinson afirma que la evidencia creciente del cambio climático podría potenciar esa creencia, además de un antagonismo con respecto a los científicos y los medioambientalistas. Al fin y al cabo, nuestro mensaje es una amenaza letal para el proyecto central de inmortalidad de la sociedad occidental: un crecimiento económico perpetuo apoyado en una ideología de derechos consolidados y excepcionalidades.
Si Dickinson tiene razón, ¿es descabellado suponer que quienes están más cerca del fin de su vida pueden reaccionar con más fuerza contra todo lo que les recuerde su muerte? No he podido encontrar experimentos que demuestren esta proposición, pero seguramente merece la pena investigarla. ¿Podría suceder que el rápido crecimiento de la negación del cambio climático en los dos últimos años es en realidad una respuesta a la radicalización de la evidencia científica? Si fuera así, ¿cómo demonios nos enfrentamos a ello?
Con mi agradecimiento a George Marshall
Traducido por Víctor García para Globalízate
Artículo original:
http://www.monbiot.com/archives/2009/11/02/death-denial/