Burlándose de nuestros sueños

George Monbiot, 08/05/2005,
Znet

Estamos a mediados de febrero y ya he sembrado once especies de vegetales que sé, aunque el paquete de semillas me diga lo contrario, que van a florecer. Todo en este país, los narcisos, las primaveras, los almendros, las abejas, los pájaros anidando, se han adelantado un mes. Es maravilloso. El invierno ya no es esa gran añoranza gris de mi niñez. Las heladas que este país sufrió en 1982 y 1963, a menos que la corriente del golfo deje de fluir, probablemente no vuelvan a darse. Nuestros veranos serán largos y cálidos. En la mayor parte del hemisferio norte, en su extremo boreal, el cambio climático ha sido, por el momento, bueno con nosotros.

Y ésta es, probablemente, una de las razones por las cuales nos cuesta tanto aceptar lo que los climatólogos nos están diciendo. En nuestra mitología, una primavera temprana es una recompensa por buen comportamiento. "Por lo tanto, el invierno ha pasado", se regocijaba Salomón, el preferido de Dios, "La lluvia ha parado y se ha ido, las flores aparecen sobre la tierra, el tiempo de los pájaros cantores ha llegado". [1] ¿Cómo algo tan bueno puede resultar de algo tan malo?

Mañana, después de trece años de negociación, el protocolo de Kyoto sobre el cambio climático entra en vigencia. Nadie cree que este tratado, que compromete a 30 países desarrollados a reducir sus emisiones de gas de efecto invernadero, por sí solo vaya a resolver el problema. Expira en 2012 y gracias al sabotaje de los Estados Unidos, hasta la fecha no se ha hecho ningún progreso para reemplazarlo. [2] Deja en libertad condicional a los peores transgresores, los Estados Unidos y Australia, y no impone límites a los gases producidos por los países en desarrollo. Las reducciones que establece son demasiado pequeñas y no lograrán estabilizar las concentraciones de gas de efecto invernadero a un nivel que se acerque siquiera a los límites de seguridad. [3] Pero incluso este acuerdo débil se ve amenazado por nuestra autosatisfación sobre el cierre de este corredor climático por el que vamos cayendo.

¿Por qué es esto? ¿Por qué estamos obsesionados por el terrorismo y tan relajados sobre el colapso de las condiciones que hacen posibles que sigamos viviendo? Una de las razones, seguramente, es la disyuntiva entre lo que esperamos ver y lo que vemos. Si el cambio climático no introduce horror en nuestras vidas, esperaremos, porque a lo largo de nuestra historia evolutiva hemos sobrevivido encontrando modelos en la naturaleza, hasta que veamos que el horror se empieza a revelar. Sí, es cierto que algunos miles de personas en el mundo rico han muerto a causa de las inundaciones y las olas de calor, pero la sensación abrumadora experimentada por todos nosotros casi todos los días, es que estamos agradecidos a nuestra contaminación.

Sin embargo, las consecuencias de nuestra glotonería causan efectos en otros. Los climatólogos que se reunieron en la conferencia de gobierno en Exeter este mes, dieron la noticia de que una subida de las temperaturas de unos 2,1 grados, que ciertamente tendrá lugar en este siglo, afectará a unos tres mil millones de personas que tendrán que enfrentarse a la escasez de agua. [4] Esto, en su momento, probablemente tendrá como consecuencia la muerte de miles de millones de personas. Pero la misma voz calma que nos dice que el cambio climático significa inviernos suaves y primaveras prematuras, nos informa que, en países como el Reino Unido, seremos capaces de pagar para evitar el problema. El precio de la comida se elevará al tiempo que el mundo caerá en déficit, y aquellos lo suficientemente ricos para haber ocasionado los daños serán, por un par de generaciones al menos, los pocos que puedan permitirse ignorarlos.

Otra razón es que existen industrias bien financiadas, cuyo propósito es hacernos sentir seguros, y esas industrias tienen un constante acceso a los medios de comunicación. Nosotros elogiamos a sus integrantes, catalogándolos como "escépticos". Si en realidad lo fueran, serían bienvenidos. El escepticismo (de la palabra latina que significa "inquisitivo" o "reflexivo") es la razón del avance de las ciencias. Sin él, todavía estaríamos frotando palos. Pero la mayoría de los que llamamos escépticos, no se acercan para nada a esa definición. Son agentes de relaciones públicas, los leales a Exxon Mobil (que paga la mayor parte de sus sueldos), y han sido nombrados para que lleguen a una conclusión y luego desarrollen argumentos para defenderla. [5]

Su presencia en canales televisivos, como el programa de la BBC Today podría ser menos objetable, si cada vez que se discutiera sobre el SIDA no le pidieran a alguien que dijera que no está causado por el VIH o que cada vez que un cohete se pone en órbita se invita a la "Sociedad de Amigos de la Tierra es Plana" para que explique que es imposible que esto haya ocurrido. Así es, nuestros medios de comunicación más respetables le dan a Exxon Mobil aquello por lo que ha pagado: Crear la impresión de que existe un debate científico importante, cuando en realidad no existe.

Pero el problema es mucho mayor. Negar el cambio climático no sólo es estar en contra de la ciencia, sino concordar con (incluso estar necesariamente a favor de) la perspectiva de la mayoría de los economistas mundiales. La economía moderna, ya sea de Marx, Keynes o Hayek, se basa en la hipótesis de que el planeta tiene una capacidad infinita para proveernos de salud y de absorber nuestra contaminación. La cura de todos estos males es el crecimiento infinito. Pero un crecimiento infinito en un mundo finito es imposible. Tiremos de esta alfombra en la que permanecen de pie las teorías económicas dominantes, y todo este sistema de pensamiento se derrumbará.

Pero esto, por supuesto, está por encima de toda consideración. Se burla de los sueños de la derecha y de la izquierda, de cada niño, cada padre y cada trabajador. Destruye toda la noción de progreso. Si las máquinas del progreso, la tecnología y la manera en que ésta ha amplificado el quehacer humano, han acelerado únicamente nuestra carrera hacia el abismo, entonces todo aquello que dimos por cierto es falso. Educados en la creencia de que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad, estamos ahora descubriendo que conviene más maldecir la oscuridad que incendiar tu casa.

Los climatólogos califican a nuestros economistas como unos fantasiosos utópicos, los líderes de una secta tan loca como cualquier fundamentalista religioso, y mucho más peligrosa. Pero sus teorías son las que gobiernan nuestras vidas y aquellos que insisten en que la física y la biología son todavía aplicables, son ridiculizados por un consenso global que se basa en ilusiones.

Y creo que esto nos lleva a adjuntar otra razón para desviar nuestra mirada. Cuando los terroristas nos amenazan, nos demuestran que algo debemos valer, que nuestra importancia es tanta que tienen que matarnos. Los terroristas confirman el gran mito de nuestras vidas, por el cual luchamos, atravesando momentos buenos y malos, en dirección a un fin último. Pero no hay nada de gloria en la amenaza del cambio climático, la historia que nos cuenta es como la levadura en el barril, que engorda y ventosea hasta que se envenena con sus propios desperdicios. Es un final demasiado miserable, y nuestra antropocéntrica presunción se resiste a aceptarlo.

El reto del cambio climático no es primordialmente un problema técnico. Es muy posible reducir el impacto medioambiental invirtiendo en energía eficiente, sin embargo, como concluyó la conferencia de Exeter: "Mejorar la eficiencia energética bajo el actual sistema de mercado, no es suficiente para compensar incrementos en la demanda causados por el crecimiento económico".[6] Es posible generar mucha más energía de la que consumimos por medios benignos, pero si nuestros líderes políticos quieren salvar a la gente en vez de salvar sus fantasías, la manera en que nos vemos a nosotros mismo debe empezar a cambiar. Tendremos éxito en abordar el cambio climático cuando aceptemos que pertenecemos a un mundo material.

Referencias:

1.- La canción de Salomón, capítulo 2, versículos 11 y 12 [regresar]

2.- Ver George Monbiot, 21 de diciembre de 2004, América en guerra consigo misma. The Guardian. También se puede ver en: http://monbiot.com/archives/2004/12/21/americas-war-itself-/ [regresar]

3.- Nuevos Científicos (3 de febrero de 2005) en un estudio realizado por Malte Meinshausen del Instituto Federal Suizo de tecnología en Zurich sugiere que las emisiones deben reducirse de un 30% a un 50% de los niveles de 1990 para 2050 para estabilizar en CO2 en la atmósfera a 450 partículas por millón. Esto nos dará "un 50 por ciento de posibilidades de que la temperatura media mundial no se eleve más de 2 grados centígrados para 2050". El comité informativo de la conferencia de Exeter (ver 6 abajo) advierte que "limitar la subida a dos grados centígrados requiere, con una certeza relativamente alta, que la concentración de CO2 permanezca por debajo de 400 ppm" Pero incluso 2 grados está muy por encima del nivel por el cual sus graves impactos serán sentidos por miles de millones de personas. [regresar]

4.- La Oficina Metereológica, 1- 3 de febrero de 2005. Evitando cambios climáticos peligrosos. Tabla 2a. Impactos en los sistemas humanos debido al aumento de las temperaturas, cambios en las precipitaciones y aumento de eventos extremos. http://www/stabilisation2005.com/impacts/impacts_human.pdf [regresar]

5.- Ver por ejemplo, No autor, 12 de febrero de 2005. Conoce a los escépticos. Nuevos Científicos y www.exxonsecrets.org [regresar]

6.- La Oficina Meterológica, 3 de febrero de 2005. Simposio Internacional sobre la estabilización de los gases de efecto invernadero. Informe del Comité Directivo. Hadley Centre, Met Office, Exeter, Reino Unido: http://www/stabilisation2005.com/Steering_Commitee_Report.pdf [regresar]

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