Última oportunidad

El País, 23/11/2008

El escritor británico Ian McEwan opina que el reto más urgente para Obama es el de combatir el cambio climático mediante el recurso a las energías renovables. La crisis económica hace el momento especialmente difícil, pero, si no, ¿queda mucho tiempo?

Así lo refuto!", fue la famosa y contundente réplica de Samuel Johnson, una mañana de 1763, al salir de la iglesia. Mientras hablaba, según su amigo James Boswell, dio patadas "con una fuerza inmensa" a una gran piedra "hasta que salió rebotando". El bueno del doctor Johnson estaba rechazando el idealismo filosófico del obispo Berkeley, la opinión de que el mundo externo, físico, no existe, sino que es producto de la mente. No es que aquella fuera una gran prueba en contra, pero podemos simpatizar con su sólido sentido común y su exhibición física de pragmatismo anglosajón, si no anglicano.

Aun así, quizá hayamos demostrado que Berkeley tenía parte de razón; en una era de medios electrónicos, en la que los rumores, las opiniones y los hechos están estrechamente interrelacionados, y en la que los políticos tienen que cantar para ganarse nuestro afecto, la cosa pública tiene un cierto aire de ensoñación, de solipsismo colectivo en el que la conexión exacta con el mundo de las piedras a las que es posible dar patadas no está clara, aunque sabemos con certeza que existe.

La carrera hacia la presidencia, como todas las elecciones -y ésta fue mucho mejor que la mayoría-, tuvo el carácter concentrado de un partido de squash, una partida de ajedrez, una novela posmoderna. Aunque los candidatos parecían dirigirse a una realidad externa, debían atenerse a unos requisitos estrictamente etéreos: hechizar a grandes multitudes sin dejar de parecer normales, pisotear al oponente manteniendo un aire agradable, inspirar pero conservar la sensatez, evitar ofender a un montón de grupos sensibles y, el viejo truco de prestidigitador, prometer al electorado múltiples regalos sin tener que pedir prestado más dinero ni subir los impuestos.

Y ganar. Ahora, mientras Barack Obama da un paso adelante, se empiezan a guardar las máquinas de fabricar trucos; aunque quizá nunca podremos, o no deberíamos, dejar de utilizarlas. Para quienes creen que el cambio climático, en el contexto de la pobreza mundial, es nuestro problema más acuciante, la base de todos los demás, que exige un grado de cooperación y racionalidad del que tal vez no seamos capaces, la elevación de este hombre esbelto y atractivo se ha convertido en objeto de unas expectativas nada realistas. Es inevitable que, tras una larga campaña en la que se ha dedicado a complacer a las multitudes, surja una pregunta: ¿Es posible que se haya limitado a acuñar con pericia un discurso emocionante o tiene el acero necesario para convertir las intenciones en resultados? En el peor de los casos, el país tiene por fin un presidente que, independientemente de su fe, siente un enorme respeto por la ciencia (no hay más que ver sus sólidas opiniones sobre el diseño inteligente en el número del 25 de septiembre de la revista Nature), se ha rodeado de asesores científicos de impecables credenciales y ha prometido luchar para alcanzar el soñado objetivo de una reducción del 80% por debajo de los niveles de 1990 en las emisiones de CO2 de aquí a 2050.

La cuestión del cambio climático es, en sí, otra realidad casi virtual. Desde 1979, cuando el Grupo Ad Hoc sobre el CO2 dirigido por James Hansen presentó su informe al presidente Carter, ha habido simposios, negativas, cumbres, documentales, manifestaciones, leyes, regímenes de comercio de derechos y, sobre todo, sonoros discursos llenos de ambiciones: en Europa se nos dan bastante bien estos últimos.

Sin embargo, en esta piedra a la que es demasiado fácil dar patadas y que llamamos Tierra, cuando se confrontan los resultados de miles de mediciones en océanos y continentes con los datos del satélite, se ve que la temperatura media no ha dejado de aumentar. En 2006, y todavía más en 2007, la reducción de la capa de hielo en el Ártico superó las previsiones más pesimistas. Los datos del año pasado, en un periodo de empeoramiento económico, muestran que los niveles de CO2 siguieron aumentando tan deprisa como siempre. Me parece que no existen pruebas documentales de que se haya cerrado ninguna central energética de las que producen carbono para hacer sitio a una planta de energía limpia.

Los bosques que arden, los arrecifes de coral que se disuelven, la extinción de especies: nos hemos anestesiado con estas letanías tan familiares. Durante los últimos 30 años sólo hemos abordado el problema, si es que lo hemos hecho, mentalmente. Es cierto que existen los primeros indicios de una infraestructura de energía limpia -en ciertos tramos de la costa de Dinamarca, en unos cuantos tejados alemanes y japoneses, en algunos desiertos, pero el efecto, hasta ahora, es mínimo. Seguimos soñando, murmurando semidormidos mientras tratamos de apretar los botones que conectan las ideas con las acciones.

En su propio país, Obama contará con varios factores de su parte, y no sólo unas mayorías holgadas en las dos cámaras del Congreso. Por lo menos existe el consenso de que hay un problema: el clima antropogénico es una realidad para Estados Unidos. No hacer nada es demasiado caro. Un sector importante del Partido Republicano lo acepta, como también lo aceptan las grandes empresas e incluso las compañías petrolíferas. Los que se han dedicado a negarlo están, o deberían estar, haciendo las maletas. Al fin y al cabo, ¿qué es lo que había que negar? Una molécula de CO2 absorbe la longitud de onda más larga de la luz y atrapa el calor que irradia de la tierra. A más CO2, más calor atrapado. Si las temperaturas suben mucho más de dos grados por encima de los niveles preindustriales, las consecuencias humanas y económicas podrían ser catastróficas. Los estadounidenses ya han visto lo que ocurre cuando un océano Atlántico más caliente suministra más energía a los huracanes.

Por consiguiente, el problema está en cómo pasar de la virtud, el idealismo y las solemnes invitaciones a la abnegación, que suscitan la desconfianza del Gobierno, los mercados y el electorado, al propio interés y la necesidad, dos cosas que todos respetan. De todas formas, pronto empezará a disminuir la producción de petróleo y hay que encontrar alternativas; muchos países productores son espeluznantes organizaciones humanas de las que nadie desea depender. Si Estados Unidos no invierte hoy en tecnologías verdes tendrá que comprarlas después a sus competidores; Alemania ha creado un cuarto de millón de puestos de trabajo en el sector de las energías renovables, y está empezando a ser evidente que se puede ganar mucho dinero adaptando y suministrando nuevas fuentes de energía para toda una civilización.

Las tecnologías están desarrollándose con rapidez, pero las ideas básicas tienen el atractivo de la sencillez. Por ejemplo, pensemos sólo en una forma de energía solar. Un extraterrestre que aterrizase en nuestro planeta y viera que está inundado de luz se asombraría al saber que creemos tener un problema energético, que alguna vez se nos ha ocurrido sobrecalentarnos o envenenarnos a base de quemar combustibles fósiles o generar plutonio. La luz del sol nos llega en un chorro constante, una dulce lluvia de fotones imposible de calcular. Según los cálculos de la NASA, son, por término medio, 200 vatios por cada metro cuadrado de la superficie terrestre. Un solo fotón que alcance un semiconductor libera un electrón, y así nace la electricidad, directamente de los rayos del sol. Ésa es la energía fotovoltaica que Einstein describió y por la que obtuvo un Premio Nobel. Si uno cree en Dios podrá decir que esta energía gratuita fue su mayor regalo. ¡Hágase la luz! Si no cree, podrá maravillarse ante lo afortunado de las leyes de la física. Como se señala a menudo, menos de una hora de la luz del sol que llega a la Tierra podría satisfacer las necesidades de todo el mundo durante un año. Una fracción de nuestros desiertos cálidos podría dar energía a toda nuestra civilización.

En el suroeste de Estados Unidos ya se han identificado miles de kilómetros cuadrados apropiados para parques energéticos. Están empezando a aparecer instalaciones, en algunos casos financiadas por empresas europeas que se benefician de los recortes fiscales. Se inventan nuevas tecnologías en laboratorios públicos y privados. ¿Cómo puede producir energía de noche una planta solar o una planta eólica? Daniel Nocera, del MIT, ha imitado la fotosíntesis para descomponer el agua en hidrógeno y oxígeno de forma rentable; de noche, estos gases vuelven a combinarse en una celda de combustible para propulsar una turbina. En otros laboratorios se trabaja contrarreloj para hallar el huevo de oro industrial, una batería más barata, más ligera y más potente que pueda utilizarse en los coches eléctricos; se utiliza la nanotecnología para derivar dos electrones de un fotón; se producen paneles solares de un grosor cada vez más fino; otros laboratorios investigan pinturas solares. Las líneas de investigación se multiplican sin cesar. La emprendedora generación de californianos que hizo fortuna perfeccionando Internet está viviendo una segunda juventud con las energías limpias. Todo el sector es como un muelle que espera saltar con toda su fuerza y entrar en la economía.

En otras palabras, Obama llega al poder en un momento en el que las energías renovables han dejado de ser una preocupación marginal. Es posible que sea ese momento el que haya hecho que saliera elegido, pero es un momento especialmente difícil. Como si fuéramos Berkeley, hemos entrado en una recesión mundial porque siempre pensábamos que iba a ser así. La cabeza de una serpiente de ficción ha empezado a devorar su cola real, un círculo que le habría encantado al gran fabulista argentino que fue Borges. Habíamos soñado con esta recesión, la veíamos venir, así que ha llegado. Mientras tanto, en la economía real de Johnson, las fábricas, los sistemas de distribución, la creatividad humana, el deseo de trabajar, la necesidad de bienes y servicios, son los mismos que eran el año pasado, salvo que, a medida que se afianza la certidumbre de la recesión, la gente tiene más miedo y gasta menos, las empresas empiezan a despedir gente y la recesión se convierte en una trampa.

Por lo demás, los problemas son solucionables, pero son tremendos. El presidente saliente ha tocado teclas energéticas en el mundo real, ha facilitado centrales alimentadas con carbón, ha abierto zonas naturales de propiedad federal a las extracciones de gas y petróleo y ha fomentado la explotación comercial de la pizarra bituminosa. El presidente Obama tendrá que revocar todas estas decisiones. Las centrales solares y eólicas suelen estar alejadas de las ciudades; es necesaria, como en Europa, una nueva red de corriente continua, porque la vieja está en manos locales, con el consiguiente caos. Los costes serán inmensos, los beneficios no se verán inmediatamente, y el Gobierno estadounidense tiene una deuda gigantesca. El carbón es aún una fuente de energía fundamental en Estados Unidos, pero el carbón limpio sigue siendo una fantasía, y llevar el CO2 a los yacimientos geológicos adecuados para enterrarlo es muy caro. Los intereses petroleros no estarán contentos de perder su hegemonía y sus viejos privilegios, ni de tener que pensar en un plan de comercio de derechos de emisión en plena recesión. Los vehículos eléctricos verdaderamente aceptables están todavía bastante lejos.

Y aparte de los problemas administrativos y tecnológicos están los obstáculos habituales. No son sólo "los acontecimientos, querido, los acontecimientos" de Harold Macmillan los que pueden hacer que un político pierda el rumbo. Hay otra media docena de graves preocupaciones nacionales e internacionales, y luego los errores, los enemigos, el proceso político, las torpezas o los planes ambiciosos de los lugartenientes, el desencanto cuando desaparezca la novedad de un nuevo rostro presidencial. Y, sobre todo, un exceso de cautela.

Entre los científicos del clima existe una facción que murmura en tono pesimista que ya es demasiado tarde. La opinión más extendida no es mucho más tranquilizadora: tenemos menos de ocho años para que empiecen a notarse cambios significativos en las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, ocho años para pasar del solipsismo de Berkeley al pragmatismo de Johnson. A partir de ese momento, cuando se alcance el punto sin retorno y se estrechen los lazos de retroalimentación, la curva de las emisiones subirá demasiado deprisa para poder contenerla. En palabras de John Schellnhuber, uno de los principales científicos europeos del clima y principal asesor científico de Angela Merkel, la canciller alemana, "lo que hace falta es una revolución industrial de sostenibilidad que comience ya".

Eso sólo puede funcionar mediante la cooperación internacional, algo mucho más difícil de conseguir que cualquier avance tecnológico. El año próximo, a finales de noviembre, está prevista una cita en Copenhague para la que están preparándose los especialistas de todo el mundo en el clima, y que, en opinión de muchos, será nuestra mejor -y quizá última- esperanza de abordar el problema antes de que se nos vaya de las manos. Es la sucesora mundial de Kioto, y en el sector es conocida como Conferencia de las Partes (COP) 15. Podría decirse que será una de las reuniones internacionales más importantes jamás celebradas. Si de ella no salen medidas drásticas y aplicables en la práctica, es muy posible que perdamos la lucha para controlar nuestro futuro. Todos los países del planeta estarán representados. El sentimiento general es que no podemos permitir que fracase la reunión. Y no puede tener éxito si Estados Unidos no asume el liderazgo. Algunos temen que Obama actúe con demasiada cautela en relación con el cambio climático, por motivos políticos, y ése sería un error trágico. Schellnhuber dice: "Si estuviera dispuesto a venir en persona a Copenhague y pronunciar un discurso, comprometerse de forma valiente, como hizo Reagan en Reikiavik, se convertiría en un héroe para todo el planeta y para siempre".

De modo que los mecanismos de lo irreal, los trucos de magia, quizá tengan que acudir en ayuda de nuestro mundo real y sobrecalentado. El proceso que nos dejó creer que estábamos haciendo algo respecto al cambio climático cuando, en realidad, no estábamos haciendo nada, o que nos dejó encaminarnos hacia una recesión a sabiendas, esos productos del ensoñamiento colectivo y común pueden tener su aspecto positivo. Tal vez Barack Obama consiga empujar los países hacia un futuro de menos carbono simplemente porque la gente piensa que puede. Los científicos, cuya principal característica es el escepticismo; los diplomáticos, cansados de reuniones; millones de personas en todo el mundo atribuyen a Obama algo parecido a unos poderes sobrenaturales. Está imbuido de más simbolismo -de renovación, de racionalidad- del que puede soportar su grácil cuerpo. Pero ya que ha convencido a todos los demás, quizá se convenza doblemente a sí mismo. Esa aura será lo que le dará su poder, tan luminoso como la buena suerte y tan permanente como la nieve de primavera. Por eso tiene que actuar con decisión. Hubo quienes durante la campaña dijeron que Barack Obama hablaba muy bien, pero con palabras huecas; que era, como dicen en Tejas, todo sombrero, pero sin ganado. Debe demostrar a sus detractores que están equivocados, iniciar los preparativos detallados y prácticos para Copenhague y, así, refutarlos.


© Ian McEwan 2008 Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Artículo original:

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Ultima/oportunidad/elpepusocdmg/20081123elpdmgrep_3/Tes

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