La falsa promesa de la liberalización financiera

Dani Rodrik, 31/01/2007,
Project Syndicate

Algo anda mal en el mundo de las finanzas. El problema no es otro colapso financiero en un mercado emergente, con el predecible contagio que hunde a los países vecinos. Hasta los países más expuestos pudieron manejar la última ronda de crisis financieras, en mayo y junio de 2006, con relativa holgura. Esta vez, en cambio, fueron los tiempos relativamente tranquilos los que ayudaron a que el problema saliera a la luz: los beneficios vaticinados de la globalización financiera brillan por su ausencia.

La globalización financiera es un fenómeno reciente. Se podrían rastrear sus orígenes en los años 70, cuando los petrodólares reciclados alimentaban los grandes flujos de capital a los países en desarrollo. Pero recién alrededor de 1990 fue cuando la mayoría de los mercados emergentes asumieron un riesgo y eliminaron los controles sobre las carteras privadas y los flujos bancarios. Los flujos de capital privado estallaron desde entonces, eclipsando el comercio de bienes y servicios. De manera que el mundo experimentó la verdadera globalización financiera sólo durante 15 años aproximadamente.

Liberar los flujos de capital tenía una lógica inexorable -o así parecía-. El argumento era que los países en desarrollo tienen muchas oportunidades de inversión, pero carecen de ahorros. La entrada de capitales extranjeros les permitiría hacer uso de los ahorros de los países ricos, aumentar sus tasas de inversión y estimular el crecimiento. Por otra parte, la globalización financiera les permitiría a los países pobres salir sin dificultades de los ciclos de auge y ocaso asociados con las crisis temporarias de la relación de intercambio y otras rachas de mala suerte. Finalmente, la exposición a la disciplina de los mercados financieros haría que a los gobiernos despilfarradores les resultara más difícil portarse mal.

Sin embargo, las cosas no salieron según lo planeado. La investigación realizada por el FMI, así como por académicos independientes documenta una cantidad de enigmas y paradojas. Por ejemplo, es difícil encontrar evidencia de que los países que liberaron los flujos de capital hayan experimentado, como resultado, un crecimiento económico sostenido. De hecho, muchos mercados emergentes experimentaron caídas en las tasas de inversión. Tampoco, en promedio, la liberalización de los flujos de capital estabilizó el consumo.

Lo más desconcertante es que los países a los que les fue mejor en los últimos años son aquellos que menos dependieron de la financiación extranjera. China, la superestrella del crecimiento mundial, tiene un gigantesco superávit de cuenta corriente, lo que significa que es un prestador neto para el resto del mundo. Entre otros países de alto crecimiento, la cuenta corriente de Vietnam está esencialmente equilibrada y la India sólo tiene un déficit reducido. América latina, Argentina y Brasil recientemente han experimentado holgados superávits externos. De hecho, su novedosa resiliencia a las crisis de los mercados de capital se debe, y no en menor medida, a que se convirtieron en prestadores netos para el resto del mundo, después de años de ser prestatarios netos.

Para entender lo que está sucediendo, necesitamos una explicación diferente de lo que mantiene bajos los niveles de inversión y crecimiento en la mayoría de los países pobres. Mientras que la historia convencional -la que motivó la movida para liberalizar los flujos de capital- es que los países en desarrollo tienen restricciones en términos de ahorros, el hecho de que el capital esté saliendo y no entrando en los países en desarrollo más exitosos sugiere que la limitación reside en otra parte. Según cabe presumir, la verdadera limitación reside en el lado de la inversión.

El principal problema parece ser la escasez de capacidad empresarial y la baja predisposición a invertir en plantas y equipamientos -lo que Keynes llamaba "bajos espíritus animales"-, especialmente para mejorar la elaboración de productos que se puedan comercializar en los mercados mundiales. Detrás de esta deficiencia residen varias distorsiones institucionales y de mercado asociadas con las actividades industriales y de otros sectores modernos en contextos de bajos ingresos.

Cuando los países sufren una baja demanda de inversiones, la liberación de los ingresos de capital no sirve de mucho. Lo que las empresas en estos países necesitan no es necesariamente más finanzas, sino la expectativa de mayores réditos para sus propietarios. De hecho, los ingresos de capital pueden empeorar las cosas, porque tienen a aumentar el valor de la moneda interna y tornan menos rentable la producción en actividades de exportación, debilitando aún más el incentivo para invertir.

En consecuencia, la norma en las economías de mercados emergentes que liberaron los ingresos de capital ha sido una menor inversión en los sectores modernos de la economía y, a la larga, un crecimiento económico más lento (una vez que se extingue el auge del consumo asociado con los ingresos de capital). En cambio, países como China y la India, que evitaron un incremento de los ingresos de capital, lograron mantener monedas internas altamente competitivas y, por lo tanto, mantuvieron alta la rentabilidad y la inversión.

La lección para los países que aún no han dado el salto a la globalización financiera es clara: tengan cuidado. Nada puede matar más efectivamente el crecimiento que una moneda no competitiva y no hay camino más rápido a la apreciación de la moneda que un incremento de los ingresos de capital.

Para aquellos países que ya dieron el salto, las opciones son más difíciles. Manejar el tipo de cambio se vuelve más difícil cuando el capital es libre de ir y venir como le plazca. Pero no es imposible -siempre que los estrategas políticos entiendan el papel crítico representado por el tipo de cambio y la necesidad de subordinar los flujos de capital a los requerimientos de competitividad.

Dado todo el esfuerzo que los "mercados emergentes" del mundo le dedicaron a protegerse de la volatilidad financiera, tienen motivos para preguntar: ¿Dónde en el mundo está el lado positivo de la liberalización financiera? Ese es un interrogante que todos nosotros deberíamos considerar.

Dani Rodrik es profesor de Economía Política, Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Universidad de Harvard.

Copyright: Project Syndicate, 2007.

Traducción de Claudia Martínez

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