El tapón de Izquierda Unida
Carlos Taibo, 30/04/2004Tiene uno la impresión de que a Izquierda Unida hay que pedirle más de lo que se demanda a otras fuerzas políticas. Y es que, al fin y al cabo, PSOE y PP se antojan partidos de cuadros que entienden que su quehacer cotidiano debe desarrollarse, poco menos que en exclusiva, en los despachos de las instituciones. Cuando IU nació en 1986 parecía que su propósito era otro y que, junto al designio de procurar el acuerdo entre formaciones de izquierda más o menos dispares, despuntaba también el de disolverse --en el buen sentido de la palabra-- en la sociedad y trabajar con ella.
Si tales fueron las razones que explicaron el parto de la coalición, hay que convenir que el proyecto es, hoy, un fracaso palmario. Ni los grupos de presión internos han abandonado sus rencillas ni IU bebe cotidianamente --y esto es lo más importante-- de las prácticas de la izquierda real. Ésta, que mantiene disonancias cognitivas y emocionales profundas con respecto a la fuerza política que nos ocupa, campa en la mayoría de los casos --excepciones hay, sí-- por sus respetos.
Uno de los retratos de carencias tan fundamentales lo aporta, pese a lecturas aviesas, el registro electoral de IU. Si, por un lado, ésta le dispensa un relieve abusivo a las elecciones, por el otro motivos sobran para afirmar que sus resultados reflejan una injusta sobrevaloración. Aunque hay quien sostendrá, con razón, que IU se ha dejado la piel, sin recompensa mayor, en la tarea de contestar la ignominia de tantas políticas abrazadas por los gobiernos del PP, conviene que le echemos un ojo, sin embargo, a la otra cara del enredo: el gran problema de IU en las elecciones, desde tiempo atrás, no es el número de votos que recibe, sino el talante alicaído, poco convencido, del que hacen gala la abrumadora mayoría de sus votantes, inclinados a respaldar a la coalición porque no hay otra cosa.
Es verdad, sí, que un dato novedoso se ha instalado en IU en los últimos tiempos: una conciencia insorteable en lo que respecta al fracaso propio. Para algunos este último mucha relación guarda con una precipitada aproximación al PSOE, con el deseo inmoderado --y sólo parcialmente colmado-- de premiar con cargos públicos a un puñado de privilegiados militantes y, en general, con una visible pulsión de integración en el sistema. Mientras ésta acaso dibuja en IU un tapón que traba el crecimiento organizativo de una izquierda que pelee por mejores causas, no deja de sorprender que lo que está ocurriendo apenas suscite la reacción de una militancia pundonorosamente inclinada, de siempre, a la servidumbre voluntaria.
Que la crisis no es menor lo ha venido a revelar la trifulca generada por la lista de IU para las próximas europeas. Por lo que parece, en el horizonte de la coalición sólo se barruntan, al respecto, dos perspectivas. La primera, más de lo mismo, pasa por poner de acuerdo a los grupos de presión internos y por reconocer los imaginables derechos adquiridos. La segunda, una huida hacia adelante, reclama buscar alguna figura pública que permita retocar la imagen propia: la fórmula no puede ser más frívola, y no porque lo sean los candidatos sondeados, sino por lo que nos dice sobre el derrotero de una fuerza a muchos de cuyos dirigentes, retórica aparte, les preocupa cada vez menos lo que ocurre en la calle.
Y es que puede estar seguro el lector de que apenas se apreciará, en la lista europea de IU, el aliento de los movimientos antiglobalización, del sindicalismo no entreguista o de un discurso claro en lo que a la autodeterminación atañe. Motivos hay para sospechar, más aún, que, de la mano de la búsqueda de una u otra estrella mediática, la dirección de IU está mostrando un sorprendente desinterés por lo que a muchos se nos antoja prioritario: un discurso de franca contestación de la Constitución de la UE que permita dejar atrás la tibieza con que el grueso de nuestra izquierda ha obsequiado a un proceso --la propia construcción europea-- en el que la vulgata neoliberal y el alineamiento con el imperio norteamericano han sido el pan nuestro de cada día.
Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid