Un impuesto a la desigualdad

Branko Milanovic, 13/11/2005,
Project Syndicate

Los auges económicos en China y la India han ayudado a reducir la desigualdad global. En las últimas dos décadas, masas de indios y chinos han ido cerrando la brecha (en términos relativos) con el mundo rico.

Sin embargo, al mismo tiempo varios de los países verdaderamente pobres del mundo han quedado incluso más atrás (particularmente en África, donde los acontecimientos a menudo se describen como catastróficos) y ha aumentado la desigualdad al interior de la mayoría de los países. Se ha registrado una ampliación de la brecha de la desigualdad en los Estados Unidos (a partir de la administración de Ronald Reagan), el Reino Unido (a partir de Margaret Thatcher), Rusia durante su privatización y, más recientemente, en China y la India.

Este curso de los acontecimientos parece acentuar la desigualdad global. De modo que, en perspectiva, parece que ésta ha sido relativamente estable durante las últimas dos décadas.

¿Se debería hacer algo sobre esto? Muchos piensan que no es necesaria una acción global para combatir la desigualdad económica y argumentan que sólo importa la reducción de la pobreza. En palabras de Anne Krueger, Vicedirectora ejecutiva del FMI, “Los pobres están desesperados por mejorar sus condiciones materiales... en lugar de subir por [la escalera de] la distribución de los ingresos".

En consecuencia, incluso si aumenta la brecha absoluta de los ingresos entre un estadounidense promedio y un africano promedio, ¿por qué preocuparse? Estas personas argumentan que, después de todo, el africano promedio sería un poco menos pobre.

No obstante, esto presupone que la relación entre nuestros ingresos y los ingresos de los demás no importa. Por el contrario, los estudios de psicología invariablemente muestran que a la gente le importan no sólo sus ingresos absolutos, sino también en qué lugar se encuentran en la pirámide social y si esta posición es justa.

En el pasado, un africano pobre habría mirado a sus compatriotas y habría sentido resentimiento por su riqueza; ahora, tanto él como sus compatriotas en mejor situación económica miran al mundo rico y sienten resentimiento por las enormes brechas de ingresos que ven. Las brechas son más evidentes en lugares donde trabajan juntas personas de diferentes países, como en muchas compañías multinacionales. Un empleado que trabaja para una de estas empresas fuera de su país de origen puede recibir un salario diez veces superior al personal local para el mismo trabajo.

Es irritante una compensación salarial que se base únicamente en la nacionalidad, pero incluso cuando la gente no trabaja junta, la globalización, al llevar el mundo a la sala de estar (o a la choza) de cada persona, les permite hacer comparaciones mucho mayores de sus estándares de vida. Esto erosiona la seguridad relativa en que el mundo rico se podría refugiar como en un capullo. Ahora todos podemos ver estas diferencias entre los ingresos.

Por esta razón es necesaria una acción internacional para abordar la pobreza global y la desigualdad global. Hoy tal vez parezca un poco descabellado el que un ente internacional pueda impulsar la redistribución global mediante impuestos, pero la lógica del desarrollo que estamos presenciando (particularmente la pérdida de centralidad de las naciones estado como asiento de la soberanía) sugiere que en el futuro puede llegar a ser realidad.

A principios de los años 90 se perdió una oportunidad así. Cuando Rusia enfrentó su peor crisis, se entregó ayuda al corrupto régimen de Yeltsin. Sin embargo, se debería haber entregado el dinero directamente y en efectivo a los rusos más necesitados: los jubilados cuyos ingresos se desplomaron debido a la inflación y la contracción económica. Una organización internacional simplemente podría haber usado la infraestructura existente del estado ruso para distribuir donaciones en efectivo a cerca de 20 millones de jubilados, dinero que se había focalizado y gastado mucho mejor que entregándoselo al gobierno.

Si se hubiera hecho así, los rusos habrían recordado con agrado haber recibido ayuda en efectivo de la comunidad internacional, en lugar de culparla por transferir fondos a gobernantes corruptos. Sin embargo, un enfoque idéntico o similar se podría aplicar a muchos países en la actualidad, de Angola a Zimbabwe.

El enfoque es simple y potente. Consta de tres pasos: recolectar dinero de los ricos del mundo, no tratar con los gobiernos y transferir dinero en efectivo a los pobres.

Quienes son partidarios de la idea de dejar la globalización exclusivamente en manos del sector privado pueden sentirse incómodos con la noción de dar a una agencia global el poder de recaudar impuestos. Pero no pueden dejar de darse cuenta de que los procesos que apoyan socavan su propia posición, al dejar más en evidencia la brecha de la riqueza y al hacer más cuestionable la justicia de la distribución global actual. En último término, se darán cuenta de que es en su propio interés el apoyar alguna forma de acción global para enfrentar tanto la pobreza como la desigualdad.

Branko Milanovic es economista de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional y el Banco Mundial. Su libro más reciente es Worlds Apart: Measuring International and Global Inequality.

Copyright: Project Syndicate, 2005.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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