El mercurio no miente: hemos alcanzado un perturbador hito del cambio climático

Bill McKibben, 03/04/2016,
350.org

El jueves, mientras la nación debatía sobre el tamaño relativo de los genitales republicanos, sucedió algo realmente espantoso. Parece ser que en el hemisferio septentrional, aunque fuera solo por unas horas, la temperatura cruzó una línea: se mantuvo más de dos grados Celsius por encima de lo "normal" por primera vez en la historia registrada; y probablemente, por primera vez en el curso de la civilización humana.

Eso es importante, porque los gobiernos del mundo han establecido dos grados Celsius como la línea roja que no se debe cruzar; teóricamente, aquella por la que hacemos todo lo posible para evitarla. Y es importante porque la mayor parte del hemisferio no ha tenido realmente un invierno. Han estado llevando nieve a Anchorage para el inicio del Iditarod; el hielo del mar Ártico está en niveles bajos para la fecha; en Nueva Inglaterra, los médicos ya empiezan a hablar del comienzo de la "temporada de la alergia".

Este extraño vislumbre del futuro es sólo temporal. Pasarán años, esperemos, antes de sobrepasar de modo regular la marca de los dos grados. Pero, claramente, el futuro se acerca a una velocidad mucho mayor de la que esperaba la ciencia. Febrero, tomado en su conjunto, aplastó todos los antiguos récords de temperatura mensual, que habían quedado establecidos en... enero. Enero aplastó todos los antiguos récords de temperatura mensual, que habían quedado establecidos en... diciembre.

Esto refleja en parte el fenómeno continuado de El Niño: esos eventos esporádicos que hacen crecer siempre la temperatura del planeta. Pero desde que el calor de El Niño va a cumulando capas del creciente calentamiento global, las marcas van estando cada vez más altas. Esta vez, las aguas revueltas del Pacífico están liberando enormes cantidades de calor almacenado ahí en las dos últimas décadas de calentamiento global.

Y como ese calor se vierte en la atmósfera, las consecuencias son abrumadoras. En el Pacífico Sur, por ejemplo, las velocidades más altas del viento alcanzadas nunca se produjeron el mes último, cuando el ciclón tropical Winston llegó a las Fiji. Pueblos enteros quedaron aplastados. En términos económicos, la tormenta, equivalente a 15 huracanes Katrina simultáneos, destruyó aproximadamente el 10% del producto interior bruto de la nación.

Siguieron a esto varios meses con las velocidades del viento más altas registradas nunca en nuestro hemisferio, cuando Patricia chocó con la costa de México. Se le unen a esto otras líneas de desgracia: el virus zika extendiéndose con las alas de los mosquitos América arriba y abajo; los refugiados saliendo de Siria, donde, como han dejado bien claro los estudios, la sequía más profunda medida nunca ayudó a lanzar la nación al caos.

Los mensajes son claros. En primer lugar, el calentamiento global no es una amenaza de futuro: es una realidad presente, una amenaza no para nuestros nietos sino para las civilizaciones actuales. En un mundo racional, el debate presidencial se centraría en esto. Olvidemos el flujo mítico de inmigrantes, concentrémonos en la inundación real.

En segundo lugar, como nos encontramos en un agujero ha llegado el momento de dejar de cavar: literalmente. Hemos de dejar el carbón, el petróleo y el gas donde están; no hay otra manera de conseguir que las cuentas del cambio climático dejen de funcionar activamente. En el Congreso y el Senado hay una legislación pendiente que terminaría con las nuevas extracciones de combustibles fósiles en las tierras públicas de EE UU. El senador Sanders ha respaldado esa legislación inequívocamente; parecía que Hilary Clinton la apoyaba, aunque en la última semana da la impresión de que le está dando vueltas. Donald Trump se ha concentrado en la longitud de sus dedos.

Nadie espera que los candidatos presidenciales dirijan la cuestión, desde luego. En mayo, activistas de todo el mundo convergerán en los depósitos de carbono más grandes del mundo: las minas carboníferas de Australia, las arenas bituminosas de Canadá, los campos de gas de Rusia. Y se comprometerán con una desobediencia civil pacífica, un esfuerzo de decir simplemente: no. El único lugar seguro para este carbono es a mucha profundidad bajo el suelo, donde ha estado durante eones.

En un sentido, esto es estúpido. Es ridículo que en esta fecha tan avanzada, cuando la temperatura sube tan peligrosamente, tengamos que dar esos pasos. ¿Por qué los bostonianos han de ser arrestados por detener los oleoductos de Spectra? Cualquiera que tenga un termómetro puede ver que necesitamos desesperadamente centrarnos, en cambio, en la energía solar y eólica.

En un sentido mucho más profundo, sin embargo, la resistencia es valiente, incluso hermosa. Pensemos en los que protestan como en los anticuerpos del planeta, cuando su sistema inmune se está hundiendo. Nuestro planeta tiene una fiebre que los seres humanos no habían conocido nunca. El tiempo de combatirla es ahora.

Bill McKibben es el fundador de la campaña climática 350.org, y Schumann Distinguished Scholar in Environmental Studies del Middlebury College.

Ver todos artículos por Bill McKibben