George Osborne: una alternativa más verde y audaz está tras nosotros
Andrew Simms, 11/12/2011Es oficial, solo tenemos cinco años para actuar sobre el cambio climático, pero el canciller está a favor de una economía pesada y sucia
Andrew Simms en The Guardian (11/12/11)
Imagine que va en un barco que está agujereado por debajo de la línea de flotación y empieza a desequilibrarse hacia un lado. Se da cuenta entonces de que el jefe de suboficiales recorre el casco abriendo más agujeros en un intento desesperado, aunque obviamente equivocado, de mantener el barco a flote. Bienvenidos a Gran Bretaña en el invierno de 2011.
En agosto de 2008, sobre la base de la mejor información disponible y varias proyecciones conservadoras, mis colegas y yo estimamos que el mundo tenía 100 meses antes de que ya no fuera “probable” (una definición de riesgo usada por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) que pudiéramos mantener el calentamiento global por debajo del umbral de una subida de temperatura de dos grados: el objetivo aceptado para la UE y otros.
En ese momento, a algunos les pareció dramático y alarmista. Para nosotros, solo estábamos señalando las consecuencias físicas y químicas inevitables de que los gases de efecto invernadero se acumularan continuamente en la atmósfera.
Hace dos semanas, la International Energy Agency (IEA), que suele ser una voz muy conservadora, llegó a la conclusión de que el marco de tiempo para una acción significativa sobre el clima era el que nosotros habíamos dicho. Según nuestro reloj, el 1 de diciembre faltarán cinco años, o 60 meses. Y cinco años es también lo que la IEA dice que nos queda.
También en 2008 nos enfrentábamos a una crisis financiera y a unos precios volátiles de la energía. Había entonces una oportunidad de regular de nuevo el sector financiero y de usar la inversión pública y la nueva propiedad de los bancos para volver a poner en marcha la economía. El empleo, la estabilidad, las reducciones de carbono y la seguridad de la energía estaban a nuestro alcance: estableciendo los fundamentos de una economía moderna capaz de hacer frente a los retos del futuro. Con el anterior gobierno, esa oportunidad se perdió.
El actual canciller, George Osborne, no ha aprendido esa lección. Da su apoyo a las industrias con un uso intensivo de la energía y a la construcción de carreteras, desestabiliza la energía renovable, retrasa la fiscalidad al combustible, da un evidente giro de 180º en favor de la construcción de nuevos aeropuertos y, en general, es abiertamente hostil a la regulación medioambiental. Su Gobierno también presiona en secreto en favor de las arenas petrolíferas canadienses, uno de los combustibles más sucios. Es un acelerón desde los pasos provisionales para una economía “ligera, limpia y moderna” a otra “pesada, sucia y vieja”, lo que hace que Osborne parezca como un general que edifica un equipamiento de asedio medieval para evitar una invasión moderna de alta tecnología.
O no entiende, o no quiere entender, la naturaleza de la amenaza del cambio climático, de los mercados energéticos volátiles y de un sector financiero todavía sin domesticar. La bravuconería resultaría risible si no nos dejara en una posición tan críticamente vulnerable, colocando en primera línea a las personas más pobres para que absorban lo peor de las consecuencias.
En nombre del crecimiento económico, Osborne parece nostálgico de las satánicas y oscuras fábricas de la vieja Inglaterra, enfocando el mercado de trabajo de modo semejante a sostener la cabeza de alguien debajo del agua y exhortarle a que nade.
Sin embargo, si no fuera tan ideológico, vería una gran posibilidad de alternativas. Desde el original Green New Deal lanzado en 2008 al recientemente publicado Plan B, respaldado por un grupo de economistas, que indica que ahí fuera hay un pensamiento audaz y nuevo.
En lugar de un contradictorio plan de crecimiento a cualquier precio (un drama radiofónico de la BBC llamado The Hamster y emitido a las 14:15 del 1 de diciembre explora las consecuencias de ese plan), una política económica más inteligente se preguntaría primero qué es lo que queremos. Y después, cuál es el modo más efectivo de conseguirlo.
El Plan B tiene una visión de “un lugar seguro donde poner nuestro dinero, un trabajo gratificante y un entorno natural mejorado para la siguiente generación; un hogar que nos podamos permitir; seguridad, aunque no necesariamente en términos puramente financieros; una sociedad comprometida con la educación y dispuesta a pagar por la salud y el desarrollo de su pueblo; comunidades a las que podamos pertenecer , que tengan autonomía e identidad; y la posibilidad de salirnos con más frecuencia del molino del consumo y de encontrar en la vida un equilibrio que nos deje tiempo suficiente para comprometernos significativamente con los familiares y los amigos, haciendo lo que nos interesa fuera del trabajo”. También hay una larga lista de propuestas para cumplir estos audaces objetivos.
La única visión de Osborne parece ser un plan de reducción del déficit que está destinado al fracaso y un nuevo recorte de la esfera pública, que era lo único que se interponía entre el fracaso de los mercados financieros privados y el desastre económico. Sin embargo, el empleo, una economía vibrante, la reducción del carbono y una economía mejor aislada de los golpes medioambientales y económicos externos está ahí para quien se la quiera apropiar. Entre tanto, en esta época prenavideña, la situación se parece un poco a una de esas pantomimas en la que se abre la cortina y George está delante del escenario, fingiendo que no ve alternativa, mientras nosotros, el público, le gritamos “está detrás de ti”.
Traducido para Globalízate por Víctor García
Artículo original:
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/dec/01/george-osborne-greener-bolder-alternative