71 meses y contando

Andrew Simms, 10/01/2011

"No está atrapado en el tráfico," dice el anuncio de un sistema de navegación por satélite. "Usted es el tráfico".



Andrew Simms en The Guardian (10/01/11)

Las puertas de la percepción a menudo cuelgan pesadamente de unos goznes oxidados. Con independencia de la motivación, sin embargo, la buena publicidad puede funcionar como una obra de arte. Transmite una invitación irresistible a ver el mundo de un modo diferente. Aquí, saltamos de la queja habitual por la congestión a la comprensión perturbadora de que nosotros mismos somos aquello de lo que nos quejamos.

Tras el anuncio hay una ironía que nos es familiar, que la solución presentada simplemente recoloca el problema, o crea uno nuevo (como conducir una ranchera familiar grande repleta de niños gritones por un camino apto solamente para cabras atléticas; bueno, parecía aceptable en el mapa del ordenador). Pero en un mensaje bien estructurado, el significado puede escapar a la motivación estrecha.

No somos desventuradas víctimas de las circunstancias, sino cómplices absolutos en la creación de estas. En el corazón de nuestra complicidad está el modo en que nos permitimos, activa o pasivamente, aceptar versiones de la realidad. Estas pueden ser ofrecidas, o emerger como consecuencias no intencionadas de lo que hacemos. A veces somos tan manejables que permitimos que doblen nuestra percepción de la realidad hasta el punto de ruptura. No es simplemente el fallo de una débil conciencia de uno mismo: ¿Estamos atrapados en el tráfico o somos el tráfico? También se debe a nuestro deficiente evaluación del riesgo y de lo que nos dará el mundo que queremos realmente.

El relato breve pero magistral que hace John Lanchester del hundimiento de la banca nos proporciona un ejemplo perfecto.

El sistema financiero es el fundamento (poco firme) sobre el que descansa la economía. En las décadas recientes, el dinero se convirtió no solo en el medio, sino en el mensaje y en la excusa para todo tipo de comportamiento antisocial. A su vez, el sistema financiero descansaba sobre las valoraciones de riesgos. Decir que también estas eran poco firmes no capta al completo toda la imagen. Tenía una importancia tan enorme porque —como hemos aprendido pagando un coste enorme e incalculable— los fundamentos de nuestro propio modo de vida descansaban sobre este fundamento más profundo: entender el riesgo.

Y así es cómo parecía la realidad allí. El edificio del capitalismo financiero moderno apostó billones de dólares y nuestro futuro económico colectivo al hecho de que personas que a menudo no tenían ingresos, empleo o activos era improbable que dejaran de pagar grandes hipotecas relativamente caras.

Para simplificar, después de que estas deudas fueran troceadas, vendidas y aseguradas, los “señores del universo” se convencieron a sí mismos, utilizando operaciones matemáticas impresionantes, de que la posibilidad de que algo saliera muy mal (en el hecho de haber prestado enormes cantidades de dinero a personas sin ningún medio obvio de devolverlo) sería, en palabras de Lanchester, "literalmente lo más improbable que podría producirse en la historia del universo".

Los riesgos, de acuerdo con el CEO de Goldman Sachs, fueron etiquetados como eventos "25 sigma”. ¿Qué significa eso? Es un número, realmente grande, que merece la pena citar para demostrar lo equivocadas que pueden estar las personas muy influyentes y seguras de sí mismas que dirigen las cosas. Imaginemos, dice Lanchester, un número igual a 10 veces todas las partículas del universo conocido, y traslademos el separador decimal 52 posiciones a la derecha. Bang. Vivimos con las consecuencias de un extraordinario engaño colectivo.

Por todas partes había olores apestosos que deberían haber alertado a personas que ocupan posiciones cuyo trabajo consiste en evitar el hundimiento. Pero se escondieron e ignoraron los signos. Era más fácil seguir la corriente. Lo mismo que estamos haciendo ahora en la cúspide del desencadenamiento de una perturbación climática potencialmente irreversible.

¿Qué se puede decir cuando en medio de la oscuridad económica global una compañía como Control Risks tiene espléndidos beneficios porque gana dinero proporcionando protección a compañías petrolíferas en las zonas de guerra?

¿O cuando las mediciones del observatorio de Mauna Loa siguen mostrando un crecimiento inexorable de los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera? Mal olor por todas partes.

Sigamos con esos números. Primero, tomemos la megacrisis bancaria, que pretendía ser un riesgo inimaginablemente remoto, pero sucedió. En segundo lugar, echemos los dados del calentamiento global potencialmente desbocado. Aproximadamente, cuando la cuenta de este blog llegue a cero, las posibilidades de garantizar la tasa necesaria para cruzar la línea de peligro del calentamiento global de que las temperaturas suban dos grados centígrados son peores de un 50/50. No es que sea un número tan grande que solo un sabio pueda imaginarlo, sino que es algo con más probabilidad que la de sacar “cara” al arrojar una moneda. Con posibilidades así, cabría imaginar una potente ráfaga de actividad, prisas por ahorrar energía, un aplastamiento masivo de los 4x4 urbanos, un impulso para cambiar la infraestructura de las naciones. Lo que hemos tenido es un secretario de estado de la energía y el cambio climático que sugiere que es más importante reducir el déficit que financiar una banca de inversiones verdes.

Durante décadas, el sector financiero solicitó y recibió un trato preferente de prácticamente todos los gobiernos del mundo occidental. Tuvieron su propio trato. En el Reino Unido, les pusimos la alfombra roja. Pero su percepción del riesgo y de la realidad era tan errónea que provocaron el naufragio de aquello de lo que se habían hecho cargo.

Si se permite que eso vuelva a suceder con el cambio climático, y las perspectivas parecen mucho peores, no habrá vuelta atrás. ¿Qué se puede hacer con las palabras este nuevo año? Quizás ayuden a un simple cambio de percepción que pueda permitir el cambio.

No estamos atrapados en el calentamiento global. Somos el calentamiento global.

71 meses y contando …

Artículo original:

http://www.guardian.co.uk/commentisfree/cif-green/2011/jan/01/71-months-counting-climate-change

Traducido para Globalízate por Víctor García

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