Huella ecológica y planetoide personal
Alejandro Nadal, 13/09/2004, La JornadaEn el manejo de una pradera o un bosque, la capacidad de carga se refiere a la población máxima de una especie determinada que puede vivir en ese territorio sin degradar su productividad ni su capacidad de regeneración. Los economistas convencionales piensan que el desarrollo tecnológico permite incrementar la capacidad de carga global de manera indefinida. Y como hemos eliminado especies competidoras con gran "éxito", se concluye que la noción misma de capacidad de carga no es aplicable a los seres humanos.
Esa percepción es errónea y peligrosa. La capacidad de carga se refiere al uso de los recursos que cada individuo impone en un territorio. Ese nivel de uso no es idéntico para todos los individuos, y tampoco es estático. Las disparidades en la distribución de recursos, y en el acceso al poder, hacen que no todos los individuos tengan el mismo peso ecológico. Y los cambios en la tecnología traen aparejados transformaciones radicales en el uso de los recursos.
Por ejemplo, se ha calculado que el consumo energético diario del ciudadano estadunidense típico pasó de 11 mil a 210 mil kilo/calorías diarias entre 1790 y 1980. La intensidad en el uso de los recursos, y no sólo el aumento demográfico, es elemento clave para contabilizar el peso ecológico.
La idea de "huella ecológica" ofrece una perspectiva más interesante para analizar procesos de cambio técnico y sustentabilidad ambiental. William Rees y Mathis Wackernagel fueron los primeros en utilizar el concepto de huella ecológica. También diseñaron una metodología para calcularla, sumando para una población determinada la superficie requerida para la producción de cada uno de los elementos en su canasta de consumo anual.
El cálculo es difícil debido a las estimaciones que es necesario introducir y a la falta de información (aunque los autores han realizado un ejercicio notable con datos de 1993). Pero el enfoque es el correcto. Una vez que se tiene el cálculo de la superficie requerida para mantener el nivel de consumo a nivel de un país, se puede estimar la huella ecológica per cápita. Esa superficie representa el "planetoide personal", la superficie productiva de la Tierra que cada habitante está utilizando anualmente.
El demuestra que casi todos los países industrializados tienen una huella ecológica más amplia que la de su territorio. Por ejemplo, Holanda es considerada un éxito ambiental por todo visitante. Su superficie es de 33 mil 920 kilómetros cuadrados, tiene pocos recursos, se cuidan bien y los niveles de contaminación se antojan bajos. Pero Mathis y Wackernagel estiman que los holandeses requieren un área 15 veces mayor para mantener su nivel de consumo de alimentos, maderables y energía. Por sí sola, la huella alimenticia rebasa 140 mil kilómetros cuadrados, y esa superficie está en países subdesarrollados que exportan alimentos a Holanda (algunos de estos productos primarios son procesados y exportados por la industria alimentaria holandesa).
De acuerdo con estos cálculos, la gran mayoría de los países industrializados (Japón y Estados Unidos a la cabeza) mantiene un déficit ambiental sumamente importante con el resto del mundo. Canadá es una excepción porque se trata de un país muy extenso, con buena dotación de recursos naturales y baja densidad de población. Estados Unidos e Inglaterra se encuentran entre los países con un déficit ambiental más intenso. En general, todos los países de la OCDE, por ejemplo, mantienen una huella ecológica que se deja sentir hasta los más recónditos bosques de Borneo y las cañadas de Papua Nueva Guinea.
El cálculo de la huella ecológica y el planetoide personal es un ejercicio complejo que todavía necesita ser refinado. Por un lado, la necesidad de información estadística de buena calidad es muy alta. Por otro, y más importante, sería conveniente usar técnicas de cálculo matricial para dar cuenta de las interdependencias en el interior del aparato productivo mundial con una matriz insumo producto. Todavía falta mucho para llegar a ese nivel de análisis, pero la línea de trabajo es adecuada. En el futuro será necesario afinar la metodología para tomar en cuenta los efectos de escala que puede acarrear una huella ecológica desmedida.
No se puede colocar en el mismo plano la huella ecológica de un habitante en Bangladesh, luchando por sobrevivir en una pequeña parcela en la que cultiva arroz con la ayuda de un búfalo, y la de un europeo que circula por las autopistas alemanas en vehículo de lujo. Hay un problema ético aquí: la huella ecológica de subsistencia no es lo mismo que la de opulencia. Hay umbrales por debajo de los cuales no puede juzgarse con el mismo rasero la contribución ecológica de un habitante. Por eso el cálculo de la huella ecológica de cada país tiene implicaciones políticas de primera magnitud. Las negociaciones internacionales en materia de cambio climático y conservación de la biodiversidad, por ejemplo, serán radicalmente diferentes al usar como referencia la huella ecológica.