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Agencias, 29/03/2006

MUJERES

LA MUJER TIENDE PUENTES PARA LA PAZ

María Villellas Ariño/AIS

A lo largo de la historia han sido muchas las mujeres que se han comprometido con la construcción de la paz, oponiéndose a la guerra y a la violencia. El movimiento por la paz es uno de los movimientos sociales que ha aglutinado a un mayor número de mujeres, que se han sentido identificadas con los valores que conforman lo que ha venido en llamarse la cultura de la paz. Son muchas las maneras en las que las mujeres han intervenido para tratar de poner fin a la violencia y transformar los conflictos en oportunidades de crecimiento y desarrollo para sus sociedades y coetáneos. Las mujeres han denunciado las consecuencias que los conflictos armados tenían para la población civil, han creado redes de apoyo a desertores e insumisos, han iniciado campañas de presión a los actores armados para que éstos pongan fin a la violencia, entre otras muchas cuestiones.

Se trata de iniciativas ciertamente valiosas, y que en bastantes ocasiones acostumbran a pasar desapercibidas frente al imbatible impacto mediático de la violencia y la confrontación. Pero en un contexto como el actual, en el que las visiones maniqueístas de las sociedades están ascendiendo peldaños y calando en la opinión pública, y van camino de convertirse en las predominantes, tal vez sea necesario dar visibilidad a una práctica de construcción de paz llevada a cabo por mujeres de muy diferentes, y lo que es más importante, enfrentadas sociedades. Se trata de las alianzas establecidas y de los espacios de colaboración y entendimiento creados por mujeres de sociedades polarizadas en las que se han levantado muros divisorios infranqueables. En estas sociedades, algunas mujeres han sido capaces de tender puentes de diálogo y de empatía más allá de los motivos que llevaron a la confrontación armada y de los profundos ejes de odio y polarización y buscando puntos y posiciones comunes de partida desde las que iniciar un acercamiento y la búsqueda de nuevas formas de convivencia.

Es bien sabido que los conflictos armados contemporáneos tienen un impacto desmesurado en la vida de las mujeres, y que estrategias como la utilización de la violencia sexual como arma de guerra, las tienen como objetivo prioritario. Resulta pues, comprensible, que quienes han sufrido de manera similar la virulencia de la violencia, independientemente de en que lado de la trinchera se encuentren, sean capaces más fácilmente de identificarse con el sufrimiento de las otras víctimas más allá de divisiones sociales, étnicas, políticas o religiosas.

¿Invisibles?

La frecuente invisibilidad política de muchos movimientos de mujeres ha sido en ocasiones de gran utilidad, puesto que les ha permitido acercamientos que no hubieran sido tan fáciles entre sus compañeros varones. Además, estas alianzas constituyen la demostración palpable de que la convivencia, la reconciliación y el diálogo son posibles, desde un reconocimiento del otro como legítimo interlocutor y con el que también es posible encontrar puntos de partida comunes.

En ocasiones, sin embargo, estas alianzas les han valido a las mujeres que se atrevieron a cruzar la frontera y a dialogar con las otras, el calificativo de traidoras, traidoras a su comunidad, a su patria o a su identidad. Las mujeres, desde su identidad como tales y su propio orden sociosimbólico, desde el que es factible trascender determinadas divisiones sociales, han demostrado que resulta posible la construcción de vínculos de carácter afectivo y la identificación con otras mujeres situadas en el otro lado de la línea de fuego.

Palestina, Irlanda del Norte, Sri Lanka…

Éste es el caso de Israel y Palestina, donde la colaboración entre mujeres de ambas comunidades no sólo ha servido para demostrar que el entendimiento es posible, sino que ha dado lugar a la construcción de un movimiento mundial de mujeres contra la guerra y el militarismo desde el feminismo: mujeres de negro.

La colaboración entre mujeres israelíes y palestinas se inicia en la década de los 80 cuando algunas mujeres israelíes inician protestas públicas para denunciar la ocupación de los territorios palestinos por su propio Gobierno. A estas protestas se unen mujeres palestinas que viven en Israel. Además, se inician visitas a presos palestinos en cárceles israelíes y se comparte el espacio público de la denuncia. Las mujeres de las dos comunidades se unieron para denunciar las atrocidades cometidas por el Ejército israelí, ignorando las acusaciones de traición vertidas contra ellas. Este movimiento iniciado por las mujeres israelíes y palestinas se ha ido extendiendo a otros lugares del mundo afectados también por conflictos armados como los Balcanes o Colombia.

Un segundo ejemplo relevante lo constituye el de las mujeres norirlandesas. La Northern Ireland Women’s Coalition fue un partido político integrado por mujeres de ambas comunidades que provenían fundamentalmente de movimientos por los derechos civiles, derechos humanos y derechos laborales y creado con el objetivo de poder tomar parte en las negociaciones de paz en las que participaron los diferentes partidos políticos norirlandeses. Las integrantes pretendían obtener los votos suficientes para poder participar así en las negociaciones de paz y lograron dos asientos en la mesa de las negociaciones. Los temas centrales de su agenda fueron la igualdad, los derechos humanos y la inclusión. Mientras duraron las negociaciones, la Coalición trató de asegurar que siempre hubiera al mismo tiempo mujeres republicanas y unionistas en la mesa y se promovió que el proceso fuera lo más inclusivo posible.

Una tercera iniciativa es la protagonizada por las mujeres de Sri Lanka que participaron en el subcomité de género creado en el marco de las negociaciones de paz que entre el Gobierno y el grupo armado de oposición LTTE se desarrollaron entre 2002 y 2003 para tratar de poner fin al conflicto armado iniciado en 1983. Las mujeres que representaron a ambas partes acordaron el establecimiento de una agenda común y trabajaron en un clima de entendimiento mientras duraron las negociaciones de paz. No obstante, la ruptura de las negociaciones de paz oficiales impidió que el subcomité de género (orgánicamente ligado a éstas) prosiguiera su proceso, que tal vez hubiera podido continuar de no haber tenido una dependencia directa de la marcha del proceso oficial. Las mujeres tamiles y cingalesas fueron capaces de elaborar una agenda común sobre la que discutir, estableciendo sus propias prioridades, y con un mismo punto de partida: el reconocimiento de los efectos devastadores que el conflicto armado había tenido sobre las vidas de las mujeres. Cabe destacar que de manera informal, los contactos entre las mujeres que integraron este subcomité han proseguido, a pesar de la ruptura oficial de las negociaciones y el deterioro del clima político en el país.

¿Juntas y revueltas?

Algunas mujeres de muchas sociedades afectadas por conflictos armados y políticos de muy diversa índole han aprovechado la especial coyuntura que proporciona la existencia de un proceso de paz, estén o no llevándose a cabo negociaciones de paz para crear espacios propios en los que el diálogo intercomunitario es posible y en los que se trabaja desde el reconocimiento de que pueden existir puntos de partida comunes y aceptables para todo el mundo sin que ello conlleve renunciar a la propia identidad y aspiraciones. A través de relaciones de empatía se pueden romper muros infranqueables de separación. El reconocerse en las otras mujeres, aunque sean las supuestas “enemigas” ya que además de la condición de víctimas, se puede compartir otra lucha común, contra el patriarcado y la discriminación, da un terreno común en el que limar otras diferencias es una tarea algo más fácil. Tal vez sea el momento de recuperar las palabras de Virginia Wolf cuando decía que la mejor manera en que las mujeres pueden ayudar a evitar la guerra consiste en hallar nuevas palabras y crear nuevos métodos.

María Villellas Ariño es Investigadora de la Escola de Cultura de Pau

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