¿Quién paga los costes de la gripe aviar?

Peter Singer, 27/11/2005,
Project Syndicate

Hace cincuenta años, los criadores de pollos de EE.UU. descubrieron que al mantener a sus aves en cobertizos podían producir pollos para el consumo de manera más barata y con menos trabajo que mediante los métodos de corral tradicionales. El nuevo método se generalizó: los pollos desaparecieron de los campos para quedar confinados en largos cobertizos sin ventanas. Había comenzado la industria de cría intensiva.

No se llama así sólo porque los cobertizos parecen fábricas. Todo en el método de producción se orienta a convertir a los animales vivos en máquinas de convertir grano en carne o huevos al menor coste posible.

Si uno entra a uno de estos lugares (si el propietario lo permite), se encontrará con hasta 30.000 pollos. El Consejo Nacional del Pollo, la asociación comercial de la industria estadounidense de cría de pollos, recomienda una densidad de 85 pulgadas cuadradas por ave, menos que el tamaño estándar de una hoja de papel de mecanografiar. Cuando los pollos llegan a tener el peso apropiado para su comercialización, ocupan completamente el espacio asignado. Ningún pollo puede moverse sin tener que pasar por encima de otras aves. En la industria del huevo, las gallinas apenas pueden moverse, ya que están apiñadas en jaulas de alambre, lo que hace posible apilarlas en capas, una encima de la otra.

Los ambientalistas señalan que este método de producción no es sustentable. Para comenzar, depende del uso de energía de combustibles fósiles para iluminar y ventilar los cobertizos y para transportar el grano que comen los pollos. Cuando este grano, que los humanos podrían comer directamente, se da a los pollos, estos usan parte del mismo para crear huesos, plumas y otras partes del cuerpo que no podemos comer. De manera que al final obtenemos menos comida que la que les dimos a las aves (y menos proteínas también), mientras que el desecho de los excrementos concentrados de los pollos provoca una grave contaminación en los ríos y aguas de superficie.

Los promotores de los derechos de los animales protestan, argumentando que apiñar a los pollos les impide formar una bandada natural, les causa estrés y, en el caso de las gallinas apiladas, les impide incluso estirar las alas. El aire de los cobertizos tiene un alto contenido de amoníaco procedente de los excrementos, que normalmente se acumulan durante meses (en algunos casos, por más de un año) antes de ser limpiados. Los expertos médicos advierten que, puesto que a las aves se les administra antibióticos de manera regular para hacer que crezcan en condiciones tan apiñadas, sucias y llenas de tensión, las bacterias resistentes a los antibióticos podrían convertirse en una amenaza a la salud pública.

No obstante, y a pesar de estas críticas bien fundadas, en los últimos 20 años la industria de cría intensiva (no sólo de pollos, sino también cerdos, terneros lechales, vacas productoras de leche y, en comederos al aire libre, otros tipos de ganado) se ha extendido con rapidez en los países en desarrollo, especialmente en Asia. Ahora estamos descubriendo que las consecuencias pueden ser mucho más mortíferas que lo que nunca imaginamos.

Como lo señalara Earl Brown, virólogo de la Universidad de Ottawa, después de un foco de influenza aviar en Canadá, “la cría altamente intensiva de pollos es un ambiente perfecto para generar un agresivo virus de gripe aviar”.

Otros expertos coinciden con esto. En octubre de 2005, un grupo de tareas de las Naciones Unidas identificó como una de las causas fundamentales de la epidemia de gripe aviar “los métodos de cría que apiñan grandes cantidades de animales en espacios pequeños”.

Los partidarios de la industria de cría intensiva a menudo argumentan que la gripe aviar puede ser propagada por bandadas de aves criadas a campo libre, patos salvajes u otras aves migratorias que pueden entrar en contacto con las aves de campo libre para alimentarse con ellas, o bien pueden dejar caer sus excrementos al volar sobre ellas. Pero, como Brown ha hecho notar, los virus encontrados en las aves salvajes generalmente no son muy peligrosos.

Por el contrario, sólo cuando estos virus ingresan a recintos de crianza avícola de alta densidad mutan a algo mucho más agresivo. En contraste, las aves criadas con métodos tradicionales tienen más probabilidades de ser más resistentes a la enfermedad que las aves estresadas y genéticamente similares que son mantenidas en sistemas de confinamiento intensivo. Más aún, las instalaciones de cría intensiva no son seguras biológicamente: con frecuencia están infestadas de ratones, ratas y otros animales que pueden transportar enfermedades.

Hasta ahora, una cantidad relativamente pequeña de personas ha muerto por la actual cepa de influenza aviar, y parece que todas han estado en contacto con aves infectadas. Sin embargo, si el virus muta a una forma transmisible entre humanos, la cantidad de muertes podría llegar a cientos de millones.

Los gobiernos están tomando medidas para prepararse frente a esta amenaza. Es bueno que lo hagan. Hace poco, el Senado de EE.UU. aprobó destinar $8 mil millones para el acopio de vacunas y otros medicamentos que ayuden a prevenir una posible epidemia de gripe aviar. Otros gobiernos ya han gastado decenas de millones en vacunas y otras medidas de prevención.

Sin embargo, ahora es claro que este gasto gubernamental es en realidad una especie de subsidio a la industria avícola y, como la mayoría de los subsidios, es una mala táctica económica. La industria de cría intensiva se generalizó porque parecía ser más barata que los métodos más tradicionales. De hecho, era más barata sólo porque pasaba algunos de sus costos a los demás, por ejemplo a las personas que vivían aguas abajo o que recibían el viento que pasaba por las instalaciones avícolas, y que debido a ello ya no pudieron disfrutar de agua o aire limpios.

Ahora vemos que estos eran sólo una pequeña parte de los costos totales. La industria de cría intensiva está pasándonos costes (y riesgos) mucho mayores a todos nosotros. En términos económicos, estos costes deben ser “internalizados” por los productores avícolas de cría intensiva en lugar de que todos nosotros tengamos que pagarlos.

No será fácil de hacer, pero se podría dar un buen inicio si se aplicara un impuesto a los productos de la industria de cría intensiva hasta que se recauden suficientes fondos como para financiar las precauciones que los gobiernos están teniendo que tomar contra la influenza aviar. Entonces tal vez veamos que, después de todo, el pollo producido por cría intensiva en realidad no es tan barato.

Peter Singer es profesor de bioética en la Universidad de Princeton. Sus libros más recientes son Writings on an Ethical Life y One World, y actualmente está terminando un libro sobre alimentos y ética.

Copyright: Project Syndicate, 2005.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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