¿Qué falta en esta imagen??

George Monbiot, 10/06/2013,
monbiot.com

Por George Monbiot, publicado en el sitio web de The Guardian el 22 de mayo de 2013

Antes incluso de que empiece a leer el devastador informe State of Nature, tenemos un atisbo de dónde está el problema. Se ilustra en las páginas de inicio con dos fotografías dramáticas de zonas montañosas de Gran Bretaña. Se supone que representan las glorias naturales que estamos perdiendo. En ninguna de ellas (con la excepción de algunas motas distantes de arbustos y los leylandii de la segunda) se ve un solo árbol. Los muchos kilómetros cuadrados que cubren solo contienen hierba y helechos muertos. Es difícil proporcionar una ilustración mejor de nuestra rara capacidad de perdernos la imagen completa:

La mayoría de la vida natural requiere una cubierta: lugares en los que refugiarse de los predadores o emboscar a las presas, en los que protegerse de las condiciones de frío y de calor extremas, o donde encontrar la humedad que las raíces frágiles y los invertebrados sensibles requieren. Sin embargo, en las numerosas regiones en las que esperaríamos encontrar esa cubierta (árboles, arbustos, follaje denso), casi no hay nada. Estoy hablando de las partes no fértiles de Gran Bretaña, en las que las labores agrícolas son tan improductivas que solo sobreviven como consecuencia de inversiones públicas Aquí, en los lugares llamados comúnmente los "desiertos" de Gran Bretaña, no permanece casi nada. Y el "casi" se ha ido haciendo radicalmente más pequeño en los últimos veinte años.

Gran Bretaña es pobre en fauna y vegetación natural por una razón simple: carecemos de las amplias reservas de tierra sin explotar que permanecen en muchas de las otras naciones, incluso en el resto de Europa y en Norteamérica. Esa es la imagen general. Como casi todos, eché de menos esa imagen hasta que empecé a investigar para Feral, mi nuevo libro en el que pido una gran renaturalización.

En el programa Today del miércoles, Sir David Attenborough nombró el crecimiento de la población humana como el primero de los factores que causa la pérdida de la vida natural en el Reino Unido. Aunque en general ha hecho un gran trabajo de promoción del informe State of Nature, en esta cuestión se equivoca. Que el número creciente de personas contribuye, es innegable, pues se usa más tierra para construir casas y para otros ampliaciones de nuestras vidas —coches, segadoras, agentes químicos de los jardines— irradian desde nuestra casa.

Sin embargo, los lugares en los que nuestra vida natural está desapareciendo con más rapidez están casi deshabitados. Dos amigos míos recorrieron a pie durante seis días los montes Cámbricos del centro de Gales, sin ver a ninguna persona. Pero allí no hay tampoco apenas vida natural. Cruzas la desolada meseta y ves mucha hierba de páramo, algo de tormentilla y musgo, algunos cuervos, raramente pitpits y alondras, pero casi nada más, excepto ovejas sobre el tepe. Las colinas han sido pastadas hasta su destrucción.

Los Cámbricos son peor que la mayoría de los lugares, pero se puede contar una historia similar de casi todas las tierras montañosas de Gran Bretaña: Dartmoor, Exmoor, Black
Mountains, Brecon Beacons, Snowdonia, Shropshire Hills, Peak
District, Pennines, el Forest of Bowland, los Dales, North York
Moors, Lake District, Cheviots, Southern Uplands y los
Highlands. La desertificación de nuestras tierras altas, en común con la mayoría de nuestras pérdidas de vida natural, no tiene relación con la presión de la población y toda la relación con la agricultura.

Podría argumentarse que una intensificación de la agricultura es una respuesta a la creciente presión de la población: la necesidad de producir más alimentos ha causado un mayor daño a la vida natural. Pero aquí es donde interviene la locura: gran parte de la destrucción del hábitat de la que son responsables las políticas agrícolas tienen poco o nada que ver con la producción de alimentos.

Las zonas montañosas de Gran Bretaña son asombrosamente no productivas. Por ejemplo, el 76% de la tierra de Gales se dedica a la ganadería, principalmente para producir carne. Pero lo sorprendente es que el valor de la carne que importa Gales es siete veces superior al de la que exporta. Seis mil años de erosión y pérdida de nutrientes han hecho que nuestras montañas hayan perdido tanta fertilidad que su productividad es minúscula. Incluso el número relativamente pequeño de cabezas de ganado mantienen desnudas las colinas.

Sin subsidios, cesaría casi toda la actividad productiva en las áreas montañosas. Esto no es algo que esté pidiendo, pero creo que ha llegado el momento de poner en cuestión el sistema y sus resultados. Entre ellos hay una política que es casi cómicamente irracional y destructiva.

Los fondos más importantes se llaman el pago de granja único, que es el dinero de los impuestos de los europeos que se da a los propietarios de tierra. Reciben una determinada cantidad (normalmente entre 200 y 300 libras) por cada hectárea que poseen. Para recibirlas, deben mantener la tierra en lo que se denomina "Good Agricultural and Environmental Condition (GAEC). Es un término sacado de 1984.

Entre los estándares obligatorios de las reglas de GAEC está "evitar la invasión de vegetación no deseada en la tierra agrícola". Eso significa que si los campesinos quieren el dinero deben evitar que crezcan plantas silvestres. No tienen que producir nada: ni mantener ganados ni cultivar. Simplemente tienen que evitar que sobrevivan más de unos cuantos árboles o matorrales, para lo que solo necesitan pasar una segadora por la tierra.

Si quieren ampliar el área susceptible de recibir subsidios, y ganar más dinero, basta con que saquen sus tractores y empiecen a eliminar la vegetación. Desde mi kayak en Cardigan Bay he contemplado a menudo una vista que debieron presenciar los pescadores del Neolótico: torres de humo ascendiendo desde las colinas, mientras los granjeros queman tojo y árboles para pedir más dinero público. El pago campesino único es un plan perfectamente diseñado para la máxima destrucción ecológica.

Un estudio del Grasslands Trust documenta la destrucción de los los hábitats natuurales ricos y raros como consecuencia de las reglas de GAEC: prados en los que se han talado árboles en Suecia, pavimentos de tierra caliza en Estonia, matorrales costeros en Córcega. En Alemania, hay tierras de pastos que han perdido el derecho a los subsidios por la presencia de pequeñas áreas de juncos. En Bulgaria, se pierde el derecho por la existencia de un solo tallo de escaramujo. En Escocia, se les ha dicho a los campesinos que los lirios amarillos, que durante siglos habían dorado los campos de la costa oeste, podrían ser considerados "vegetación invasora", invalidando las peticiones de subsidios.

El gobierno de Irlanda del Norte ha sido multado con 64 millones de libras por (entre otros incumplimientos semejantes) dar subsidios a granjas cuyos setos tradicionales son demasiado anchos. El efecto de estas reglas ha sido promover una roza frenética de los hábitats. El sistema se asegura de que los campesinos busquen las esquinas de tierra que quedan en donde todavía hay vegetación silvestre, para destruirlas.

Un campesino puede rozar sus tierras hasta las raíces, apacentar a las ovejas en los bosques, talar los árboles solitarios que quedan, envenenar los ríos bañando las ovejas, y seguirá consiguiendo el dinero. En algunas de las granjas que están cerca de donde vivo, cerca del centro de Gales, hacen todas esas cosas y nunca les han quitado los subsidios. Pero una cosa que no se les permite hacer es lo que estas reglas llaman "abandono de la tierra", que es lo que yo llamo renaturalización. Sin fundamento alguno, el dinero público se usa para organizar la destrucción masiva de hábitats, mediante el apacentamiento y el talado, impidiendo al tiempo cualquier recuperación significativa.

Hay un segundo tramo de subsidios por el que se paga a los campesinos por deshacer el daño causado por el primer tramo. Es un uso enloquecido de los fondos públicos. Primero se obliga a los campesinos a destruir casi todo; después, pueden aplicar una cantidad de dinero, más pequeña, a restaurar parte de lo destrozado.

Pero solo un poco. Los subsidios "verdes" (conocidos como pagos Pillar 2) recompensan a los campesinos por hacer cambios marginales, y solo en determinados lugares. El Gobierno galés, por ejemplo, pide a los campesinos que estos pagos "requieran como mucho modificaciones menores en los sistemas agrarios". De hecho, les prohíbe expresamente restaurar más allá de algunas pequeñas esquinas de su tierra. Por ejemplo, el pago por permitir que la tierra "revierta a hierbas y matorrales pobres" solo se aplica a áreas de un tercio de hectárea o menos.

Los resultados se pueden ver en el informe State of Nature: en las zonas montañosas hay una tasa media de pérdida todavía más rápida (el 65% de las especies se están reduciendo) de la que se produce en el resto del país. Pero todavía es más importante el hecho de que la destrucción de hábitats en tierras no fértiles no deja nada donde ocultarse. No hay refugios tras el desarrollo y la agricultura intensiva que han erosionado la mayor parte de la vida vegetal y animal de las tierras bajas más productivas.

Creo que el mejor modo de restaurar nuestra vida natural es decidir que algunas partes del país, los lugares menos productivos, se devuelvan a su estado natural. Si debemos seguir pagando a la gente por poseer tierras (una política que exige mucho más debate y análisis de los que ha recibido hasta ahora), deberíamos pagar a algunos de ellos para que dejaran de convertirla en desperdicios y empezaran a restaurar nuestra vida natural perdida, reintroduciendo árboles, insectos y los grandes mamíferos, de los que Gran Bretaña se ha visto privada casi en exclusiva. Dicho de otra manera: revertir las desoladoras cifras expuestas en el informe State of Nature, y después ir mucho más lejos.

Eso no significa que crea que no debe haber cambios en las prácticas agrícolas de las tierras bajas. A diferencia de otros, no veo la renaturalización como un sustituto de la protección a la vida natural de las áreas agrícolas. Aunque argumentaría en contra de una renaturalización masiva de las tierras agrícolas de alta producción, perderíamos por la amenaza que esto podría representar para los suministros globales de alimentos en pequeñas esquinas en barbecho y en las áreas no explotadas de tierra fértil. Si la tierra agrícola no produce alimento suficiente, no será porque hayamos permitido que algunas especies silvestres vivan entre nuestros cultivos, tal como suelen afirmar las compañías agroquímicas y quienes las apoyan. Será porque las tierras fértiles que deberían alimentar a las persona se usan en cambio para producir biocombustibles y alimentos para diversos ganados: problemas estos sobre los que los entusiastas de la intensificación permanecen extrañamente silenciosos.

En mi columna de la próxima semana cómo podría producirse una renaturalización masiva. Podemos encontrar esperanza en las ruinas, la esperanza de transformaciones más rápidas y amplias de lo que la mayoría de la gente creería posible.

El libro de George Monbiot, Feral: searching for enchantment on the frontiers of
rewilding, se publica en Allen Lane el 30 de mayo.

 

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